Julia Navarro

Culpas

Culpas
Julia Navarro.

¿De quién es la culpa? ¿Cómo hemos llegado hasta aquí? Son las preguntas que reiteradamente nos hacemos estos días intentando buscar respuesta a cuanto sucede en Cataluña. Preguntas que algunos analistas tan sectarios como simples responden con prontitud señalando a Mariano Rajoy.

Sin duda Mariano Rajoy ha cometido errores. Es innegable. Pero la culpa de que un grupo de políticos catalanes hayan decidido violar las leyes vigentes, es decir el Estatuto de Autonomía y la Constitución, no es de nadie más que de ellos mismos. O sea que cada cual aguante su vela.

Así que más que de culpas hablemos de responsabilidades. La verdad no es otra que el camino hacia la independencia comenzó hace muchos años atrás. La Ley Electoral que se elaboró para que se celebraran elecciones democráticas en 1977, tuvo en cuenta a las minorías, es decir, los legisladores tuvieron el acierto y la sensibilidad de dar una representación importante a las minorías nacionalistas en la andadura hacia la democracia que nuestro país iba a iniciar. Así se ha venido dando la paradoja que mientras hay grupos que con un millón de votos no obtienen más dos o tres representantes, otros con doscientos o trescientos mil votos, tienen escaños suficientes para formar grupos parlamentarios.

El problema de fondo es de lealtad. Sí, de lealtad institucional, de lealtad hacia la democracia, de la lealtad hacia los ciudadanos. Así que una vez aprobada la Constitución y de que esta emanaran los Estatutos de Autonomía que han llevado a convertir a España en un país más descentralizado de lo que lo son los países que se organizan como Estados Federales, algunos partidos nacionalistas se pusieron a trabajar para llegar a su objetivo último: la independencia. Y en eso es en lo que trabajó durante décadas Jordi Pujol poniendo las bases para que Cataluña pudiera ser independiente. Los gobiernos de España, tanto los del PSOE como los del PP, le dejaron hacer. Unas veces porque los escaños de Convergencia eran necesarios para gobernar, otras porque se creía de buena fe que era mejor contemporizar y que habida cuenta el altísimo grado de autogobierno que les confería el Estatuto, los catalanes y sus políticos se sentirían a gusto en el marco común.

Pero lo que Pujol y luego Mas y desde luego Puigdemont, pero también Junqueras, etc, han ido inoculando a sus conciudadanos, es que son diferentes, amen de señalar al resto de los españoles como el enemigo a batir. Han ido sembrando el odio a los españoles.

De manera que buena parte de la responsabilidad de lo que pasa ahora la tuvieron los gobernantes de antaño por dejar hacer lo que no debieron dejar hacer. Y no menos importante es la responsabilidad de José Luis Rodríguez Zapatero, que con esa frivolidad que le caracteriza, puso en marcha una reforma del Estatuto que nadie, salvo Pascual Maragall, le pedía. Y ese Estatuto tenía unos cuantos artículos inconstitucionales, creo que 14, ni uno más, que fue los que el Tribunal Constitucional dijo que había que modificar. Entonces se organizó el gran alboroto porque efectivamente al PP le suele faltar «fineza» cuando está en la oposición y se dedica a la política de la sal gruesa y plantea sus discrepancias con alborotos en vez de intentar razonar. Los últimos años de oposición del PP fueron realmente funestos.

Pero fue también Zapatero el que le dijo a Mas, cuando este no sacó los votos suficientes para gobernar en solitario, que no pondría trabas para que lo hiciera. Pero luego llegó Montilla y quiso aprovechar la ocasión para convertirse en presidente pactando con Ezquerra, ya saben el famoso tripartito de tan funesto recuerdo. O sea que la responsabilidad de por qué y cómo se ha llegado hasta aquí está más que repartida. Ya digo que hay que remontarse a Adolfo Suárez, Felipe González y José María Aznar, pasando por Rodríguez Zapatero y sin duda por Mariano Rajoy. Todos han eludido la presencia activa del Estado en Cataluña, en ser capaces de compartir con los catalanes un relato común.

Ahora solo cabe hacer cumplir la Ley. Y no va a ser tarea fácil. Pero en un Estado democrático y de Derecho como es España no se puede permitir que se de un «golpe» contra el Estado y contra la Constitución. De manera que hay que parar ese «golpe». Y luego sí, sentarse a la mesa a hablar del futuro. Pero eso sí, los lideres políticos, me refiero sobre todo a Pedro Sánchez, no deben de vender que tienen una varita mágica para arreglar el problema porque no lo tienen. Este es un problema que necesita del concurso y del consenso y que un solo partido no puede resolver.

Hay que pensar en el 2 de octubre, pero sin vender humo de colores.

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