Juan Pérez de Mungía

El Exterminio Catalán

El Exterminio Catalán
Nazis vs. catalanes.

Que los sociópatas existen, que existen los violadores, los asesinos, y los golpistas ni el creyente de buena fe en la innata bondad humana puede dudarlo. El sociópata induce a otros a comportarse en proporción a lo que beneficia a sus intereses. Entre los más viles se encuentran quienes empujan a otros a inmolarse para aparecer luego como libertadores. Entre ellos se encuentran los históricos como Gadafi, Hussein, Ceausescu, Mussolini, Hitler y Stalin y los que aspiran a formar parte del elenco de la fama de los humanos más abyectos, como Maduro y Erdogan. Y otros hay que brillan con sociopatía propia por un día hasta que su memoria se desvanece, Erzsébet Báthory, Ivanova y Olga Tamarin, Belle, Beverly Allitt, Josep Mengele, y tantos y tantos. De todos estos algunos asesinaron con sus propias manos, los más famosos, sin embargo, supieron hacer que el mal se encarnara en los crápulas que les servían que clavaban las banderas en el vientre de los humillados, o la célebre decapitación de los perdedores de los sometidos al silencio, y de los sin miedo. Buena parte de esos asesinos no blandió las armas por sí mismos. Por el contrario impusieron un discurso único, un dogma, una fe ciega, una religión, una nación, establecieron redes de acoso de apariencia pacífica y dividieron a sus pueblos entre fieles y enemigos creando esa ilusión de unanimidad artificial construida sobre la base del temor, el terror a expresar la disidencia.

Han existido y existen de todos los colores con los mismos métodos para siguiendo una política genocida exterminar a una parte de la población, alimentar el odio al que no opina como el caudillo de turno y reducir la creatividad y diversidad humanas en su feudo. Cada caudillo decía Max Aub elige a su pueblo. En todos los casos se caracterizan por apelar a una teología de la liberación, una práctica a modo de religión civil mantenida desde el poder. Un discurso y una política que convierte a los verdugos en víctimas, y a las víctimas en verdugos, esa suerte de discurso tan común y familiar en aquellos que imbuidos de fe religiosa afirman lo que cada día desmiente la evidencia y la experiencia. La reconstrucción del relato del terrorismo yihadista se ha transmutado en el emblema «no tinc por» para convencer al común de que no hay razón para temer una Cataluña independiente. La abundancia de la patria libre sucederá a la miseria creada por sus profetas. Un pacto del Tinell ha convertido a Rajoy en el Anticristo para toda la patulea de ganapanes que vive del erario público alzados en las armas de la sedición social que necesitan imperiosamente poner muertos sobre la mesa. Eviscerar el cráneo para ocuparlo con esteladas. Un milenarismo redentor, el Moisés que convoca a los catalanes a inmolarse. La contención de Rajoy vuelve a premiar a quienes han obtenido su posición de las leyes de las que se sirven y cuestionan. Ser legal convierte a los verdugos en jueces del derecho. ¿Quien podría hablar con el que empuja a los pistoleros a ocupar propiedades ajenas?. El mafioso y el criminal mirando con cara de palurdo inocente al tribunal que debe juzgarlo. Han ocupado el Estado y lo ejercen con alevosía y premeditación para castigar al disidente, confundir al intelectual, promover la muerte civil del que etiquetan de traidor o converso, premiar al afecto, halagar al sumiso, y promover la agresión pública unánime de masas anónimas. El gradualismo pujolista, la cínica conversión de Maragall, el acomplejado Montilla dispuestos a sumergir las conciencias en el ácido cianhídrico, han servido a la causa de comprar voluntades y difundir el discurso redentorista denunciado hace años por Laura Freixas, en 2014:

«Y así, exaltados por la unanimidad, arropados por el calor de las masas, uniformados de rojo y amarillo, confortados por la certeza de la propia bondad inmaculada, convencidos de que el Mal no es cosa nuestra, sino de un ente maléfico llamado España, que nos venció, nos fusiló, nos oprimió, nos expolia, nos desprecia, nos humilla y tiene la culpa de todo, embobados por himnos y banderas, adormecidos por la repetición de consignas y gritos de rigor, confiando ciegamente en un endemà que será Jauja, vamos siguiendo en fila, alegremente, a ese que toca la flauta».
No es necesario remontarse en el tiempo para descubrir que en este, nuestro país, nos ha tocado vivir entre psicópatas en Euskadi. Todavía incluso andan sueltos por algunos bares de Alsasua y otros lugares con cultura de caserío. Puigdemont promueve la inestabilidad y la guerra civil, enarbola la guadaña de los segadores del pensamiento. Los aliados de hoy de los herederos de Convergencia fundada por un banquero en el convento de Montserrat y el movimiento asampleario, anarquista, antiliberal y homopatriarcal de la CUP tomarán las armas conseguido el objetivo de la Jauja catalana. Importaron e integraron mulsumanes para que hablaran el catalán payés para que no se impusiera la predominante inmigración de habla castellana. Mañana les inmolarán en el altar de la patria. Estos aventajados alumnos del catalanismo que de pronto se apercibieron de que las mujeres catalanas les huían tanto como para desear las 72 vírgenes del paraíso reservadas a los mártires.

Cualquier profesional de la salud mental sabe que la sociopatía y la psicopatía no tiene tratamiento. A los sociópatas hay que juzgarlos y encarcelarlos, pero hay que extremar la prudencia porque una vez fuera pueden volver a reincidir con una parsimonia asombrosa. Los psicópatas, son, pese a esta sociedad garantista, son, irrecuperables.
Las apariencias engañan, los psicópatas pueden llegar a parecer normales, hacer escraches y pintadas, rodear, empujar y amenazar de forma democrática, incluso hacer un referendum aquí y otro allá, como dice Boadella, y hacer estafas para mantener ese prurito nacionalista que les permite enfundarse unos billeticos, o colocar al marido o a la marida y al sobrino y la sobrina, que las familias ahora andan cortas de empleo aunque existen familias extensas y entrenadas en el latrocinio público del pujolismo.

Descubramos cuán verosímil es hablar de Puigdemont o Junqueras como representantes de esa especie de sociópatas; no han asesinado a nadie pero porfían en que sus huestes se enfrenten a quienes guarden la ley y la calle les sirva los mártires que alimentarán la leyenda. Las urnas ilegales no son pacíficas, ni los votos en referendum son legales en ausencia de ley. Todo es paz y armonía. Las calles se inundarán de feligreses que defienden esa arcadia catalana en la que las comunas comparten los productos que ofrece la tierra en comunión con los animales, así y solo así el paraíso catalán podrá imponerse sobre la razón. La razón dejó de ser interesante, ahora es la nueva ley, la emanada del Parlament la que debe funcionar y Dios la avala.

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