Antonio Sánchez-Cervera

Cataluña: abrir un diálogo

Cataluña: abrir un diálogo
Antonio Sánchez Cervera.

En general, en el mundo de las relaciones comerciales y de los negocios, que, en gran medida, es el motor de la prosperidad de un país, se negocia y se llega a acuerdos porque hay una voluntad de origen de formalizar y consumar el pacto. Todos quieren, de una u otra forma, concertar; obviamente, cada uno defenderá sus intereses, pero existe ese ánimo esencial, vital para el convenio, de finalizar cordialmente con un apretón de manos. Es por eso, por lo que se ha alcanzado la solución a través del compromiso, aun cuando exista la astucia de cada uno.

En política, se habla machaconamente de la negociación y el diálogo, sin embargo, se oscurece la limpieza y la buena fe tan necesarias para que no se fracase. Todo problema, cualquier conflicto, tiene una solución, pero ello implica el compromiso.

Imaginemos por un momento que los políticos catalanes que ahora dirigen el referéndum ilegal, previas conversaciones con los políticos constitucionalistas nacionales, deciden paralizar la pretendida consulta del 1-0, entre otras razones, porque no tienen claro que el proceso puede terminar mal o de forma absurda y sin sentido, y ambas partes optan por sentarse al menos a hablar como preámbulo de una posible negociación que puede culminar en un hipotético y definitivo pacto.

La reunión, al más alto nivel de representación política, sin luz ni taquígrafos, se lleva a cabo en Barcelona.

Las dos representaciones, antes de iniciar la trascendente, a priori, charla o intercambio de opiniones, se dicen con valentía y sin aparente reproche: «No tenim por», enfatizan los catalanes (C); «No tenemos miedo», responden los otros españoles (E). A continuación, comienza el diálogo:

E: ¿Qué queréis en verdad?

C: Que nos reconozcáis, que tenemos nuestra propia identidad.

E: Lo reconocemos plenamente, pero además ¿qué pedís?

C: La independencia

E: Eso no es posible ahora, pero nos comprometemos a reformar la Constitución para intentar hacer realidad vuestro sueño, vuestra ilusión. Pero… un inciso, ¿os conformaríais con daros tal grado de autonomía que casi, en gran parte, fueseis vosotros solos los que os autogobernéis?, es decir, daros de entrada todo lo que vuestro Estatuto de 2006 establecía, a lo que se añadiría la llevanza de vuestra propia fiscalidad y otorgándoos mayor financiación que ninguna otra Comunidad.

La representación catalana queda en silencio, pero no se oculta la brillantez de sus ojos. Se titubea, pero al fin sale la respuesta:

C: No nos basta, queremos la independencia absoluta.

El diálogo parece que se va marchitando. Se insiste en la espléndida oferta y hasta se agranda en unos términos que ni los oferentes se creen o dan crédito.

C: No, no, la independencia y además que cuando seamos Nación como República de Cataluña, no pongáis obstáculos a nuestra entrada en la UE.
La mesa de la decisiva cita parece que se convierte en una mesa de timba.

E: De acuerdo, iremos a vuestra independencia, ahora bien, someteremos a referéndum nacional la posibilidad de que cualquier Comunidad pueda independizarse. Si gana el SÍ, procederemos de inmediato a reformar la Constitución, momento en el que podréis de una forma legal llevar a cabo vuestro referéndum y alcanzar así o no, vuestra definitiva independencia. ¿Estáis de acuerdo?

C: No hijo, no, nada de referéndum nacional.

E: Entonces, ¿cómo lo hacemos si no?

C: Muy fácil, la consulta la haremos nosotros, es más, incluso, sin referéndum alguno, proclamaremos con vuestro beneplácito directamente la independencia.

E: ¿Y lo que dice la Constitución? ¿Y el resto de los españoles? Esto es un conflicto y hay que arreglarlo con un acuerdo legal, comprenderlo.

C: Lo siento, eso es un problema vuestro, a nosotros plin.

Se apagan las luces, la sorda reunión queda vaporosamente en el aire de la bella ciudad de Barcelona. Y más de uno piensa que hasta los sueños de la razón a veces engendran monstruos. ¿Habrá sido una reunión real o imaginaria de personas de buena fe y de visionarios fanáticos?

Ya lo decía Ortega: «el problema catalán no tiene solución, ni siquiera con la conllevancia»

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