Fermín Bocos

Pase lo que pase

Pase lo que pase
Fermín Bocos. PD

El presidente de la «Generalitat», Carles Puigdemont, no da marcha atrás. En la carta de respuesta al requerimiento del Gobierno de España mantiene lo dicho en el «Parlament» cuando dijo que proclamaba la independencia de Cataluña asumiendo el resultado del referéndum (ilegal y sin recuento ni resultado verificable) celebrado el 1 de Octubre. Lo dice envuelto en el ropaje del argumentario victimista de los secesionistas, pero lo dice.

Nada, pues, volverá a ser igual porque el insensato proceso secesionista impulsado por dirigentes políticos aventureros, urgidos algunos de ellos por clausurar sus responsabilidades en diversos casos de corrupción -sería el caso Artur Mas y demás responsables de la hoy desaparecida Convergencia- aboca a la suspensión de parte de la autonomía de Cataluña. Con la frustración añadida que comportará semejante medida.

Nos dejan una sociedad catalana fracturada. Con ciudadanos que desconfían unos de otros. La levadura de futuros enfrentamientos. Será tarea de titanes (que no se avizoran por ningún lado ni en Barcelona ni en Madrid), recomponer el sutil tejido de la normalidad, el que teje los afectos, el que deja la política a las puertas de las casas y no emponzoña las relaciones familiares. No se ven por ninguna parte estadistas; políticos capaces de pensar en las próximas generaciones, no en las siguientes elecciones. A los efectos de recomponer la lealtad institucional traicionada necesitaríamos gigantes, pero ni están ni se les espera. Ningún parecido con los políticos que hoy tenemos en nómina. Lo que ha pasado durante estos últimos seis o siete años en Cataluña es muy grave.

La deslealtad de los representantes del Estado en aquella comunidad se ha contagiado a una parte de los ciudadanos. Puede que no rebasen la mitad del censo, pero son legión quienes seducidos por el mantra del «derecho a decidir» han llegado a creer que es legítimo saltarse las leyes y que hacerlo no tiene consecuencias .No hay precedentes de un movimiento de insumisión fechado en una región perteneciente a un país regido por una Constitución democráticamente aprobada por esos mismos ciudadanos hace apenas cuarenta años.

El daño ya está hecho y volver a la normalidad, instaurar de nuevo las ilusiones e inquietudes de la vida de cada uno, el vivir confiado de la vida cotidiana, llevará tiempo. Años. Tal vez décadas, porque es mucho el daño y es abundante la cosecha de fanáticos.

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