La verdad es que te pones a contemplar el panorama político que nos circunda y se te cae el alma a los pies. El que tiene alma, claro. Porque asistimos a una desnudez de ideas preocupante. Todos reniegan de Franco y todos son del género de la titulitis con carrera y sin dar un palo al agua. Todos fueron de cabeza a la mamandurria de la política. Y cuando llegó la troupe del 15-M, creímos, como pregonaban, que iban a escudriñar la casta. Y ahora la casta son ellos. Sabemos que hay jueces y polvos en las togas porque las rejas se han hecho para ingresar a los del PP. Los coletas, colau y anti todo se han alzado con el santo y la limosna, aunque sean agnósticos, y se están forrando y ocultando sus haberes parlamentarios. Y venga casta florida.
En mis casi cuarenta años como director de TVE en las Cortes, nunca ví una cosa igual. Ya lo decía Horacio: medici, mimae, baladrones, hoc genus omnes; o sea, mendigos, mimos, bufones, toda esa caterva, asomaos al doloroso teatro del mundo. Se soliviantan si un incumplidor de la ley -siempre que sea de izquierdas- es encarcelado, luego «preso político». Es admirable la solidaridad que tienen estas gentes para con sus colegas, compañeros y compañeras, socios-listos y socia-listas, y en especial Pedro Sánchez que produce carcajadas de cuarto de carrera cuando habla de 40 años de dictadura con Franco y sus padres le dieron dos carreras, qué malo era el general, que sólo le ha servido para decir no es no y sí también es no. (Pronto dejará colgado de la brocha a Mariano Rajoy del que en su momento hablaremos).
Se puede ser de cualquier idea y de cualquier calibre. Pero respetando las formas. Por la banda izquierda corrieron Anguita, el bellotari Rodríguez Ibarra y hasta el asesino de Paracuellos que creo que era Santiago Carrillo y que, «en represión», su hijo, sectario de cuna, alcanzó el grado de rector de la Complutense. La izquierda, que siempre ha presumido de enarbolar la bandera de la democracia, y con ella, la cultura, está siguiendo al pie de la letra el ideario de Lenin: corromper la juventud; controle los medios de comunicación; divida la población en grupos antagónicos; destruya a sus líderes e instituciones; promueva huelgas, aunque sean ilegales; contribuya a destruir los valores morales de los gobernantes… Para concluir:
– «La democracia es una lacra de la burguesía» (Lenin, 1913).