Juan Antonio Cordero

La memez del boicot

La memez del boicot
Juan Antonio Cordero. PD

Tal vez uno de los mayores daños, y también de los mejores logros de nacionalismo, haya sido, y esté siendo, trasvasar a la zona sentimental y emocional más profunda de nuestro cerebro la actividad de áreas de la corteza prefrontal donde residen lógica, pensamiento y lenguaje, etc, que nos hace diferentes de otros animales, menos evolucionados. Jamás debieron salir los hechos de la zona de comparación y contraste, porque fuera de esta zona es más fácil reducir pensamientos, ideas, lógica y razonamiento a fe ciega, creencias, deseos y emociones.

Las Religiones de todos los tiempos y algunos los «ismos» del SXIX, entre los que obviamente se encuentran el Nacionalismo y también el Marxismo, se han empleado a fondo, aunque con distintos resultados, en la ingente tarea de sustituir la capacidad crítica que nos viene dada como humanos, por una teoría global que, saltándose todo razonamiento y crítica, pueden dar cobijo y cobertura a la insignificancia individual y dar proyección colectiva al aislamiento existencial.

La manipulación y/o simplificación de la realidad borrando cualquier atisbo de diferencia, la tipificación binaria del pensamiento y la eliminación de medias tintas en los comportamientos y actitudes humanas suelen ser señas inequívocas de que el trasvase se ha producido. La metodología más frecuentemente usada por sus estrategas es la falacia de composición, en román paladino, tomar la parte por el todo.

Así, vemos a los nacio-separatistas representar a los catalanes (todos) cuando sólo cuentan con algunos. Esto es una trampa y muchos nos sentimos ofendidos al ser homologados con independentistas sin serlo y desearíamos y poco más de precisión y matices cuando se habla, y también cuando se piensa.
Ah, y por si fuera poco, el bofetón puede ser doble, de ida y vuelta. Lo recibes aquí, en Cataluña, de parte de su establisment… como todo el mundo sabe, pero también lo recibes fuera, cuando alguien, desenfadadamente, te suelta un «vosotros, los catalanes, siempre estáis con el mismo tema». Y, al tanto, no te lo dicen como sufridores del monotema sino como generadores del mismo.

O sea, que sales de Cataluña como liberándote del nacio-golpismo envolvente, recorres 600 u 800 km., llegas a Madrid o a León, y te das cuenta que es como si no te hubieses movido del sitio porque sigue habiendo quien está usando los mismos patrones de pensamiento, utilizando la mismas falacias y cometiendo idénticas imprecisiones que aquí. Lo fácil que es simplificar.

En 1936 hubo otro Golpe de Estado, pero que en el extranjero pensasen que todos los españoles éramos franquistas fue igual de burdo que lo que ahora ocurre en la España que piensa que todos los empresarios catalanes son golpistas. Y esa generalización no fue problema ni de Franco ni de los Nacio-golpistas, sino de esa masa deseosa de seguir consignas dirigidas a las vísceras y sin filtros suficientes del entendimiento, de simplificar hechos complejos, de asumir que otros piensen por uno y evitar confundirse.

Oigo perplejo que hay mucha gente en los supermercados que mira los etiquetados de los productos para rechazarlos por ser catalanes. ¡Toma finura de pensamiento!, ¡Para que vamos a hacer distinciones! Todo A es B otra vez, como los golpistas. Ufff… con qué velocidad pasamos de víctimas a verdugos.

Y casi seguro que mientras unos mueven el árbol, otros, que no suelen ser los mismos, recogen las castañas. Siempre que hay oportunidad, unos intentan aprovecharse de los otros y la única defensa que tienen los otros frente a los unos para no hacerse sus esbirros, es tener un criterio propio y curiosidad por ver en qué medida uno está siendo utilizado. Boicot a los productos catalanes, así, sin más. Vaya memez. Igual de memo que pedir el boicot desde Cataluña para los productos españoles por el mero hecho de serlos.

Entiendo el gesto, aunque puede ser muy discutible, de que se boicoteen productos de las empresas secesionistas, que las hay… aunque habría que hablar de la situación de esos trabajadores que van a trabajar cada día pero que pueden no compartir las ideas de sus jefes o de los socios capitalistas secesionistas.

Espero que nadie se dé un tiro en el pie, que puede ser, y no se pida el boicot para productos que, aunque estén hechos en Cataluña, contengan la mayor parte de su valor añadido en Castilla, Extremadura, Andalucía o Aragón. Estas cosas nunca se saben.

Lo siento. No puedo adherirme al toque de campana del boicot a los productos catalanes, ni a ninguno otro, así, sin más. Demasiado simple para mi gusto y poco elaborado para mi forma de ver las relaciones entre los miembros de sociedades complejas.

Mientras, yo seguiré boicoteando los productos que considere de inferior calidad de los que tengan el mismo precio, o los más caros de entre los que considere equiparables de calidad. Pienso que eso es lo mejor para el mercado y, por tanto, para mi mismo. Prefiero la posibilidad de equivocarme de esta manera que la seguridad de hacerlo al dictado de las sacrosantas redes sociales, muchas veces en manos de incendiarios en realidades que comienzan siendo virtuales pero acaban siendo reales, redes donde el anonimato y la impunidad pueden dar, también, lo peor de cada uno, donde el mensaje se impersonaliza porque la oreja y boca no se conocen.

También quiero apartarme de la espiral de odio del esquema «acción-reacción-acción», más que nada porque uno ya no va sobrado de tiempo, y para el que me quede tengo otras prioridades.

Decía Faulkner que «cuando se tiene una buena dosis de odio, no hace falta la esperanza». Yo prefiero tener, aunque sólo sea un poco, de esto segundo.

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