Fernando Jauregui

El ‘president’ Rajoy pierde Cataluña, gana España

Un año había pasado desde aquella famosa sesión de investidura que ponía fin a trescientos días de interinidad de Mariano Rajoy, cuarenta años desde que Tarradellas y Adolfo Suárez establecieron un pacto que supuso tres décadas de ‘conllevanza’ entre Cataluña y el resto de España, cuando, este viernes 27 de octubre de 2017, todo estalló en pedazos. Nada será ya igual en Cataluña, donde la República duró cinco horas, menos aún que la de Companys, pero tampoco será nada igual ya en la política española, sobre la que el intento de secesión de una parte del territorio nacional va a causar, está causando, profundos surcos en el secarral. Acabó una era en el momento en el que Rajoy salió al balcón de La Moncloa para anunciar que cesaba al molt honorable president de la Generalitat, a todo su Govern, al jefe de los mossos, que disolvía el Parlament en el que, seis horas antes, se había votado y declarado la independencia y que convocaba, él, desde Madrid, elecciones autonómicas en Cataluña para el 21 de diciembre.

Enmarco en fechas históricas el día más importante, decisivo, desde que se inició la primera transición, para agregar a continuación que, al menos, Puigdemont ha logrado algo para su haber personal: ha pasado a la Historia. No sé si, leyendo comentarios y viendo las televisiones internacionales, es la mejor Historia, pero, desde luego, ahí queda él, con su peculiar ‘look’ y su currículum de alcalde de Gerona, inmortalizado en el pasaje más farsante (Marx dixit) de la trayectoria de la democracia española, incluyendo la ridícula asonada del 23-F.

Claro, de paso ha logrado el ex molt honorable que Rajoy pase también a una mejor Historia, que congregue en torno suyo a todas las fuerzas políticas de la nación -incluyendo, me parece, una parte de Podemos, la que pierde frente al ímpetu de la camarilla de Pablo Iglesias_ y que hasta sus más críticos admitan que el jefe del Ejecutivo central y, sobre todo, el jefe del Estado, a quien locamente se ha querido comparar con Franco desde las filas independentistas (y podemitas), han dado sendos acertados puñetazos sobre una mesa desvencijada. Ahora solo falta todo lo demás.

Y la parte sustancial de ese ‘todo lo demás’ es poner en marcha ya esa segunda transición cuyo solo enunciado ha venido siempre negando Rajoy. Reforma constitucional, nuevo enfoque del Estado autonómico, reforma de la Administración, reequilibrio del reparto de la economía… A todo lo anteriormente dicho, a Puigdemont tendría que agradecerle Rajoy, y se lo tendrían que agradecer también Pedro Sánchez y Albet Rivera, la oportunidad de arreglar las cañerías del Estado. Una redefinición de España, alejada esta reflexión del pesimismo de 1898. Cerrar con siete llaves, nuevamente, el sepulcro de Franco y de José Antonio, demasiado citados, en vano, estos días por gentes que todo lo desconocen de nuestro pasado inmediato. En resumen, existe ahora la oportunidad de levantar una España más democrática, más justa, mejor. O intentarlo, al menos.

No sé si Rajoy, que ha quedado exhausto en su labor de acabar con una situación insostenible en Cataluña, uniendo a quienes hasta anteayer le gritaban a la cara ‘no, no y no’, es ya el hombre para encarar la situación tras haber organizado las elecciones autonómicas -que no constituyentes_ catalanas del próximo diciembre. El año 2018 tendrá que ser el de las enormes reformas, el año en el que se convoquen elecciones generales, o casi no será. Pero, de momento, no va a ser fácil llegar hasta ese 21-d, que debería cerrar la enorme crisis que llevamos viviendo desde que, en 2014, empezó la era de los grandes cambios. Lo primero, habrá que apaciguar a la calle, y hablo de Cataluña; sofocar los restos del incendio, someter a los mossos, lograr que los medios públicos se aquieten -no a base de intervenirlos, en mi opinión– …y hacer que se restauren la economía y, sobre todo, la legalidad. Mucho de esto dirá este domingo Borrell en la ‘manifa’ rojigualda del Paseo de Gracia.

No sé si la normalización pasa por meter a Puigdemont en la cárcel, pero el resto de los españoles debe saber que eso de alentar una sedición de la magnitud de la ensayada por la Generalitat catalana no puede salir gratis. Y, todo eso, tendrá Rajoy que compaginarlo con la generosidad del vencedor. Cataluña no soportaría que ahora se extreme el rigor contra los golpistas, aunque no puedan quedar impunes. Menuda tarea tiene ante sí este hombre aparentemente impasible, en cuyo rostro el viernes veíamos por televisión los estragos anímicos de las jornadas que ha pasado, que hemos todos pasado.

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