Rafael Torres

La huida del libertador

La huida del libertador
Rafael Torres. PD

Un bobo palmario sale de naja porque, en el fondo, no es tan bobo. Estaba cantado que se piraría en cuanto empezaran a sustanciarse las consecuencias de sus actos, pues nadie llega tan lejos, ni ofende y perjudica a tantos, con la idea de quedarse allí a esperar la respuesta. Puigdemont, menos que nadie.

Del expresidente de la Generalitat, ese tipo que se cree tan listo y tan gracioso por carecer seguramente de la formación moral y cultural que limitaría los efectos de su insaciable narcisismo, se pueden decir muchas cosas, menos, tal vez, que es un caballero. No debe hacerse leña del árbol caído, mas como quiera que Carles Puigdemont no ha caído todavía, sino que anda haciendo el gilipollas por Bélgica mientras sus subordinados o exsubordinados se comen el marrón, se pueden seguir diciendo algunas sin caer en le inelegancia. Sin embargo, más que de Puigdemont, habría que decirlas de cuantos, sin ser él y sus patologías, le secundaron ciegamente, encumbrándole a la condición de libertador de Cataluña.

Es cierto que al personaje nadie le eligió para presidir la Generalitat, excepto Artur Mas, pero ello no empece para que, una vez colocado a dedo, las masas independentistas le adoptaran y acataran sin la menor resistencia. En unos dos millones de personas se cifra el monto de dichas masas. ¿Qué ha pasado en Cataluña para que tanta gente flipara tan positivamente con un individuo de tan insultante mediocridad? ¿Qué virus potente y extraño pudo entrar con la Tramontana para que tantas personas, algunas de ellas con estudios y otras de irreprochable condición, resignaran sus legítimos sueños emancipadores en un sujeto de semejante jaez? Un bobo palmario, bien que a pachas con ese Junqueras al que convendría dar de comer aparte por su interesante complejidad, ha sido capaz de engatusar a dos millones de españoles (que tal es, por cierto, el drama irresoluble de los independentistas catalanes, que nacieron españoles), cuando estaba tan pintada en su cara la cobardía, la doblez y la irresponsabilidad. Dos millones viendo, con cara de póker, como huye su libertador.

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