LOS TÁCTICOS

Los adalides del apaño en Cataluña no acaban de entender que la fase deliberativa ha terminado

Acostumbrados a perder, han encontrado en la prisión de la cúpula separatista la coartada para otro fracaso

Los adalides del apaño en Cataluña no acaban de entender que la fase deliberativa ha terminado
Uno de los meses sobre el futuro de Puigdemont que circula por Internet. PD

QUE no es buen momento, dicen los tácticos. Que no es oportuno, que se van a recrecer los adversarios, que el victimismo les da oxígeno ahora que estaban desmoralizados.

Los tácticos, de izquierda y de derecha, quieren ganar sin hacer ruido, con paso quedo, despacito, a la chita callando. Están tan acostumbrados a perder que aunque son mayoría no creen en sí mismos porque las derrotas han encogido su ánimo.

Se sienten tan débiles, tan exánimes, tan moralmente flacos que el único modo que atisban de vencer al nacionalismo es con mucho esmero de no despertarlo.

Y la prisión de la cúpula separatista los ha horrorizado; ya tienen coartada para un nuevo fracaso. España no se entera, no hila fino, no tiene cuidado. España también es culpable para los tácticos.

Según los tácticos nunca es buen momento para encarcelar a quienes llevan delinquiendo -lo dice la Audiencia- dos años.

Se va a cabrear el monstruo, qué miedo, y se los zampará de un bocado. Quieren a Polifemo dormido, anestesiado, para intentar colarse por la gatera sin inquietar su letargo.

Por eso durante décadas han evitado que el Estado compareciese en Cataluña con su propio relato. Había que tener tranquilo al cíclope, mimar su apetito de autogobierno, engordarlo de competencias, tratar de apaciguarlo.

Así fue creciendo la hegemonía del régimen nacionalista, sin réplica, sin debate, sin oposición, porque lo más importante era no parecer antipático. Y así se fueron quedando los catalanes discrepantes en una burbuja de aislamiento, en una suerte de corralito social estanco. A merced del pensamiento único, sin interlocutores ni amparo.

Y cuando al fin se hace presente la tan reclamada justicia, que tampoco destaca por su ritmo rápido, resulta que su intervención es intempestiva y llega en día extemporáneo.

Que no ha tenido en cuenta, vaya por Dios, las estrategias electorales en sus providencias y autos.

Que sí, que hace una semana se produjo un golpe flagrante contra la democracia pero que ahora, precisamente ahora, no convenía mostrar con los golpistas un rigor tan áspero.

Que ya bastaba con el sainete belga de Puigdemont para mantener a los independentistas desmovilizados. Y que a ver qué hacemos si nos presentan a los presos como candidatos.

Lo que los adalides del tacticismo no acaban de entender es que la fase deliberativa ya ha terminado. Que el conflicto se ha enconado de tal modo que ya no se va a resolver con la persuasión ni con el silencio ni con el diálogo.

Que cuando los famosos trenes chocan, y han chocado, tiene que descarrilar el más ligero y permanecer en la vía el más fuerte, que es el del Estado.

Que ya ha pasado el tiempo del biempensar, de la permisividad y del recato, y ha llegado el de la autoridad democrática como ultima ratio. Y que si la prevalencia de la ley les estropea algunos cálculos, pues tendrán que cambiar de táctica los tácticos.

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