Jafet Barreto

Lo que mal empieza, ¿mal acaba?

Lo que mal empieza, ¿mal acaba?
Jafet Barreto.

La aplicación del artículo 155 llegó tarde y mal y, convocar elecciones sin esperar que las aguas se calmen, ha sido para muchos también un gran error. Desde ese preciso instante en el que, los «lumbreras independentistas» anunciaron la convocatoria del referéndum ilegal, para desafiar nuestra Constitución, con la propia Carta Magna se tenía que haber salvaguardado, protegido el interés general y, desde luego, abortado cualquier pulso a nuestro ordenamiento jurídico. Todo ello, como mínimo, nos hubiera librado de ese escenario tan hostil que provocó parte de la «borregada independentista» y, además, en ningún momento hubieran corrido peligro nuestros efectivos, del CNP y la Guardia Civil, que fueron desplazados para hacer frente a este desafío soberanista.

Dudo que, a estas alturas del partido, ni un ciudadano español no se haya avergonzado ante semejante «circo», con excursión a Bruselas incluida. Dudo que, Puigdemont y compañía, cese en ese odio perpetuo que profesa a nuestra nación, desde tiempos ya casi inmemorables, pues tienen que seguir algunos tapando miserias. Dudo que, por lo tanto, reflexionen, tengan un mínimo de sentido común y velen por el interés general, comprendan, de una vez por todas, que no pueden perdurar por mucho tiempo en ese callejón sin salida que origina, día a día, pérdidas millonarias a nuestra autonomía catalana, fuga múltiple de empresas, y merma el Estado de Bienestar del pueblo catalán. Pero es indudable, también, que algo que se le suponía que iba ligado a la condición del político, la decencia, la sensatez, la solidaridad, se echa en falta, cada vez más, en estos tiempos.

Por todo ello, se hace más que necesario recuperar el espíritu de la Transición, la política que actúa desde los márgenes de la oficialidad y excede el marco institucional, viene a ser cada vez más manifiesta, en una época de creciente desafección hacia la política representativa. Y, para llevar por buen puerto esta misión, entre muchas cuestiones, para empezar… hay que hacer mucho trabajo interno. La militancia tiene que contribuir a evitar el malestar, que va en incremento, hacia la clase política, hacia el sistema…, condenando, rechazando esos comportamientos negativos que campan por muchas fuerzas políticas y que, por mucho que intenten o pretendan camuflar, los ciudadanos no comparten ni entienden. Aunque, también es cierto que, es tal el grado de identificación de la borregada con el pastor del rebaño, que más apropiado que hablar de simple militancia, en algunas formaciones políticas, habría que hablar de ósmosis del escarabajo pelotero. Sin más, no hay que dar motivos, excusas, a los dueños del discurso vacío, a los populistas.

Corren tiempos difíciles para España, se debe remar en el mismo sentido, exigir madurez política a nuestros representantes y exigirles que, por «dimes y diretes», no se alejen de su principal cometido, España, los españoles.

Las ideas y el programa son indispensables, insustituibles, máxime en estos tiempos de enorme adversidad pero, como dijo Lenin, la práctica sin teoría es ciega, la teoría sin práctica impotente. No bastan los discursos, hacen falta hechos… ¿Sería una «gilipollez» pedir la ilegalización de los partidos que no creen en el Estado?

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