Manuel del Rosal

Los tiempos de Rajoy y los perdularios

Los tiempos de Rajoy y los perdularios
Manuel del Rosal García. PD

«El poder es esencialmente amoral, por eso, los que buscan el poder, no ven ni el bien ni el mal, sino lo que les puede beneficiar o perjudicar»

No tuvieron en cuenta la máxima de Nicolás Maquiavelo: «Debe tenerse en cuenta que no hay nada más difícil de llevar a cabo, ni de más dudoso éxito, ni más peligroso de manejar, que iniciar un nuevo orden de cosas»

Los independentistas, con el inefable Puigdemont al frente, han estado empleando durante años las técnicas archisabidas de manipulación obscena de las masas, las mismas que desde siempre han empleado todos los totalitarismos. Sabían que, en una época en la que en nada se cree, la gente tiene un abrumador deseo de creer en algo. Ellos supieron convertirse en ese algo a través del ofrecimiento de la utópica República Catalana, compendio de todos los bienes sin mezcla de mal alguno. La Independencia era la nueva religión, ellos los sacerdotes y la masa amorfa, dúctil y maleable; los feligreses que, mansamente, se entregaban a sus dogmas de fe sin reparar en el sacrificio que les suponía, ni en sus consecuencias. Los independentistas, con su flautista de Hamelin al frente, consiguieron que gran parte de los catalanes les siguieran como ganado a punta de tralla hasta el precipicio, llevados en volandas por la celestial música que emitía la flauta de la independencia. Puigdemont y compañía conocían la fuerza de los sentimientos de la gente, se apoderaron de ellos y los pervirtieron para su propio beneficio mediante la psicología de masas. Entonces ¿por qué han fracasado? Han fracasado porque olvidaron que todo en esta vida tiene su tiempo y su medida y no supieron gestionar los tiempos. No era el momento, y ya sabemos que todo lo que se hace fuera de tiempo fracasa. A esto se unió el desconocimiento del enemigo (Rajoy) al que dieron por vencido. Se dijeron que este; denostado, criticado, vapuleado por todos los partidos y medios de comunicación; señalado como el responsable de todos los males que aquejaban a España, era un enemigo fácil, débil y sin apoyos. Craso error: la criada les salió respondona. Rajoy se cargó de razones, se ganó a todos los mandatarios europeos y, sobre todo, contó con el apoyo claro, diáfano y sin fisuras del jefe del Estado, nuestro rey Felipe VI cuyo discurso fue el punto de inflexión que marcó el antes y el después de las decisiones tomadas por el gobierno.

«El tiempo es el mejor autor: siempre encuentra un final perfecto» Charlot

Rajoy discute poco, actúa. Y lo hace no sin antes ofrecer salidas y acercamientos. Sabe que la discusión a nada conduce. Por eso prefiere la demostración a la explicación. Sabe que una discusión se puede ganar, pero sabe también que esa victoria puede ser una victoria pírrica. Tiene más poder la acción, la demostración. Rajoy, a pesar de ser nominado como un don Tancredo, se mueve y se mueve respetando los tiempos. Es prudente y paciente y sabe que, como decía Juncal: «Las prisas para los ladrones y los malos toreros» Parece que no se mueve, pero se mueve; lo que pasa es que se mueve son prisas y teniendo muy claro el camino a seguir. Rajoy avisó, advirtió, ofreció y cuando comprobó que nada era respondido; pasó a la acción y lo hizo sin temblarle el pulso. Rajoy ha sido audaz al tomar decisiones aún a sabiendas que una gran parte no le apoyaba en absoluto y otra gran parte le apoyaba con un sí, pero no pensando tan solo en cálculos electorales. Pero donde Rajoy ha rozado la genialidad ha sido en la gestión de los tiempos. Todos sabemos que en todos los órdenes de la vida la gestión del tiempo es fundamental, no digamos en política. Nunca ha actuado con ligereza, con prisas, apresuradamente ofreciendo una imagen de improvisación; todo lo contrario, ha actuado dando una imagen de firmeza y seguridad que sus enemigos han confundido con tancredismo. Ha sabido mantenerse al margen cuando así debía ser para golpear cuando era llegado el momento. Rajoy ha dado muestras de conocer la frase de Napoleón: «Podemos recuperar el espacio, pero no el tiempo». Él, no solo ha recuperado el tiempo, sino que lo ha gestionada como nadie. Esperó, reflexionó, sopesó, midió y cuando el tiempo llegó golpeó con firmeza y sin titubear. Otro hombre ha sabido esperar pacientemente para, cuando llegó el momento preciso, actuar de forma rotunda, firme y clara: nuestro rey Felipe VI.

Era imposible que esta cáfila de perdularios – han demostrado serlo a lo largo de los últimos meses con su comportamiento errático – comandada por el capitán Araña (Puigdemont) pudiera salir vencedora.

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