La nueva hoja de ruta del Proceso

Arcadi Espada: «La libertad de Forcadell prueba que la cárcel es parte de la solución»

Arcadi Espada: "La libertad de Forcadell prueba que la cárcel es parte de la solución"
Montaje en Twitter con Junqueras, Trapero, Puigdemont y Forcadell. TT

La otra noche, para acabar el programa de debates que lleva en Televisión Española, Julio Somoano preguntó si veíamos alguna solución al Asunto. Naturalmente yo dije que sí, que el hombre acaba encontrando siempre soluciones y que en este caso las soluciones pasarían también por la cárcel.

Es paradójico que la libertad condicional de Carme Forcadell y de varios integrantes de la Mesa del anterior parlamento pruebe que la cárcel es parte fundamental de la solución al asunto.

Esta solución, debes recordarlo, no pasa por que de la noche a la mañana los xenófobos recobren alguna virtud moral, por que la malvada idea nacionalista deje de infectar el pensamiento y la conducta de demasiados catalanes y por que desaparezcan las perversas consecuencias políticas de todo ello.

La política en Cataluña seguirá siendo una mala política, una política de calidad muy baja -solo hay que ver al lamentable Iceta preparando la reedición agravada de aquel tripartito donde empezó todo-, porque así sigue decidiéndolo un buen número de sus ciudadanos. Pero eso no es novedad: desde hace décadas los catalunyenses prefieren hacerse los problemáticos a cualquier otro aliciente convivencial.

El meme es insistente («la jeunesse passe, la connerie reste», decía el gran Wolinski asesinado) pero algún día se disolverá como todas las cosas de este mundo.

Los españoles se han acostumbrado a vivir con los memos como los noruegos con su clima bajo cero, conscientes de que lo que no tiene solución deja de ser un problema. Sin embargo, el asalto al Estado democrático que desde hace cinco años empezaron a planear y a ejecutar los nacionalistas sí es un problema, sí tiene solución y, como dije, pasa por la cárcel.

El pasado jueves Forcadell y sus compañeros de timba pasaron muchas horas en el Tribunal Supremo, y la mayoría de ellas en vilo. La intimidad de esos momentos es casi inextricable.

Y no es seguro que conviniera a la verdad exhibir sus resultados. Al fin y al cabo se trataba de tres mujeres y dos hombres que corrían grave peligro de ir a la cárcel y en cuya mano estaba el poder evitarlo.

Un privilegio, este último, que no tuvieron otros que habrían desobedecido la ley aprovechándose igualmente de su condición de políticos, de políticos corruptos, y a los que se les dio cárcel preventiva por la razón infame y casi siempre subterránea de la alarma social, el eufemismo que se aplica al coro de la jauría populista.

A diferencia de ellos, los forcadells podían eludir la cárcel. Bastaba que descartasen la posibilidad de la reincidencia delictiva. Es decir, que se comprometiesen a abandonar el Proceso, aunque fuera a costa de abandonar la política. Exactamente esto que acabó diciendo el auto del juez Llarena, a pesar de la tortura extrema a que sometió su sintaxis:

«En todo caso, lo que se evalúa es el riesgo de reiteración en ese comportamiento [delictivo], lo que debe hacerse considerando que el devenir político más próximo y cercano pudiera propiciar la persistencia en la actuación fuera del marco constitucional y transformar la próxima legislatura, en un ilegal proceso constituyente. En todo caso, todos los querellados, no es que hayan asumido [solo] la intervención derivada de la aplicación del artículo 155 de la CE, sino que han manifestado que, o bien renuncian a la actividad política futura o, los que desean seguir ejerciéndola, lo harán renunciando a cualquier actuación fuera del marco constitucional».

Antes de alcanzar a última hora este párrafo liberador los imputados debieron autoconvencerse de la legitimidad de su abandono. Y estoy seguro de que lo que echaron sobre el Proceso y algunos de sus principales protagonistas no fueron flores.

Es en este punto donde la intimidad es inextricable y tampoco le vale a la verdad: al fin y al cabo se trata de personas que estuvieron sometidas a un acelerado proceso de reinserción preventiva. Pero la conclusión a la que llegaron, y que refleja el auto del juez, es políticamente devastadora para los catalunyenses: la revolución no es la vida y además está muy por debajo de ella.

La cuestión nuclear del auto, que sobrepasa la peripecia de los autoinfligidos, es que traza una hoja de ruta, no disonante, sino complementaria, con la resolución de la juez Lamela que envió a la cárcel a medio gobierno de la Generalidad por no tener a mano al gobierno entero.

Si los que siguen encarcelados quieren recobrar la libertad, aun condicionada, deberán abandonar el Proceso, es decir, la reiteración delictiva. Las consecuencias prácticas de todo ello son llamativas. Para empezar ni Forcadell ni Anna Simó asistieron ayer a las manifestaciones en defensa de su propia libertad. Y ninguna de las dos formará parte de las listas de Esquerra Republicana.

Por lo tanto si alguno de los imputados quiere presentarse a las elecciones defendiendo la unilateralidad habrá de hacerlo desde la cárcel: el precio de la libertad es el respeto a la ley. Por una inesperada vía secundaria el juez Llarena ha inhabilitado cautelarmente a varios políticos independentistas.

Su decisión pone de relieve, por más que España no sea una democracia militante y los partidos que pretendan destruirla puedan participar en las elecciones, el absurdo práctico de que un programa político que ha llevado a varias personas a la cárcel se reedite con toda naturalidad en otra convocatoria electoral. Y aún más: que esas personas encarceladas puedan seguir insistiendo en el delito ¡desde la propia cárcel!

Nadie ni nada estaba preparado en España para la insurrección catalunyesca. Ni hombres ni leyes. Ni el Estado ni el Gobierno. Pero menos que nadie, los insurrectos. Esto que sigue es lo que Lady Procés y sus compañeros dijeron en realidad al juez Llarena durante su tarde temblorosa.

Nosotros quisimos destruir un Estado democrático. Nosotros quisimos privar de derechos fundamentales a los ciudadanos españoles. Nosotros quisimos desobedecer la Ley. Nosotros quisimos arruinar a nuestros compatriotas. Pero todo lo quisimos con el acuerdo del Estado a destruir, de los titulares de los derechos a arrebatar, con el acuerdo de la Ley y con el acuerdo del Dinero. Siempre hemos sido gente pacífica. Si no puede ser, pues buenu, pues molt bé, pues adiós.

Sigue ciega tu camino.

A.

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