Juan Pérez de Mungía

No es país para nacionalistas

No es país para nacionalistas
Una mujer con la bandera de España pintada en la cara PR

España no ha sido nacionalista nunca, al menos, nacionalista española. Los nacionalismos han sido periféricos y radicados en Euskadi y Cataluña. La sorpresa ha sido que el nacionalismo catalán era considerado poco activo o como mucho un instrumento para obtener réditos económicos frente al Gobierno de España. Mira por donde aquellos que parecían más aguerridos terminaron disolviéndose bajo el Gran Cupo Vasco y un PNV dispuesto a vivir bien, comer bien y beber bien. Euskadi, al menos por ahora no preocupa a nadie salvo raras excepciones, una manifa, una paliza a la guardia civil y poco cosa más del carlismo inspirador del nacionalismo de una sociedad de curas y matronas como decía Vázquez Montalbán.

En la otra cara de la moneda del nacionalismo está Cataluña y la sorpresa ha sido mayúscula. Nadie hubiera imaginado el intento de golpe de estado, ni siquiera Puigdemont cuyo comportamiento errático, absurdo y contradictorio ha dejado perplejos al resto de españoles, incluso hoy, aún muchos de nosotros estamos en un estado catatónico derivado de otro estado catalónico, donde manifestamos rigidez mental, estupor muscular y excitación anfetamínica, todo ello, similar al cuadro esquizoide de la Catatonia; el parecido ortográfico es indudable y el semántico ni te cuento.

La moneda nacionalista tiene dos caras, la política y la comunicación. Existe otra cara, la de perfil o de canto, normalmente estriado y ahí estamos el resto de españoles. Los españoles no hemos sido especialmente nacionalistas, ni siquiera los gallegos, otra comunidad que al parecer es histórica como si la historia tuviera fronteras y no lugares comunes.

A los gallegos cuando se les pregunta sobre el tema devuelven la pregunta y si se incide nuevamente resuelven con otra cuestión. Galicia Ceibe no se la cree ni el desaparecido BNG ni su abuelo del país de Heidi, Beiras que ha dejado paso a su heredera Ana Pontón. Los nacionalistas gallegos están más empeñados en jalarse unas nécoras y unos percebes que ejercer de percebeiros. A Galicia le preocupa el tiempo cambiante y el incendio permanente de sus bosques de papel.

Del resto de la España doliente, esa España de vecinos, poco que decir. Se intenta explotar el sentimiento patriótico para obtener algún tipo de ventaja política en las elecciones autonómicas de cada comunidad. Baleares es más alemana que mallorquina y aunque la lengua catalana es un lugar común para la reivindicación, preocupa más el sobreprecio de la vivienda y lo caro que es vivir para el vulgar de los mortales.

Valencia, sin olvidar Castellón y el competidor arroz de Alicante son, por razones obvias, muy madrileñas, muy mestizas con los próximos conquenses, turolenses y por supuesto con los mesetarios. Valencia es Valencia, son más independientes de Cataluña que de sí mismos. Gente abierta con fiestas y platos universales. Independentistas, no gracias. Valencianos, si gracias.

Que queda del nacionalismo Canario, de aquel embrión terrorista de Cubillo, político, profesor de lengua española, abogado y terrorista que murió a los 82 habiendo sido líder del Movimiento por la Autodeterminación e Independencia del Archipiélago Canario cuyo brazo eran las Fuerzas Armadas Guanches, suena a chiste, los mismos guanches que dirigidos por Blas de Lezo le arrebataron un brazo a Nelson y echaron a los ingleses, para ser españoles, eso si, sin perder el característico «Mi niño».

¿Existe un movimiento de independencia cántabro?, no. ¿Extremeño?, venga ya. ¿Y Murciano?, si, de Murcia respecto de Cartagena, cosas de vecinos. No quiero olvidar provincia, comunidad autónoma o ciudad e igualmente se hace difícil encontrar una pizca de nacionalismo, incluso comunero. Incluso surgen nacionalismos inventados, el último son los «Países Andaluces» que cubre desde Murcia hasta el Algarve y desde Córdoba hasta el Rif.

Sin embargo, algo que ha surgido y seguro que temporalmente ha sido un amor patrio de última hora, un nacionalismo español antinacionalista de cualquier clase, fruto del hartazgo, de la pesadez, de la matraca, como decía un preso peruano que tuvo la desgracia de compartir celda con el ultranacionalista Jordi Sánchez, un personalidad autista y repudiado hasta por los presos.

El nacionalismo no deja de ser una moda «vintage», algo pasajero para la mayoría y que una minoría quiere convertirlo en su leit motiv, en su modus operandi, en su deja vu, en su camorra diaria, en la omertá del resto, del resto que quieren vivir de forma normal, sin más aspiraciones que vivir tranquilos y en bienestar y no con la cacerolada continua, en el ruido, en el piquete y en la amenaza. Hasta ha surgido un movimiento de resistencia que se asoma en un balcón para oponerse a todos los que de forma indebida quieren apropiarse de la libertad, y marcarles la lengua, el territorio, la vivienda, el trabajo y la educación. Del parafascismo religioso estamos todos hartos de estar hartos; España no es país para nacionalistas.

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