Charo Zarzalejos

La manada

El concepto «manada» se ha atribuido siempre al mundo animal. Porque son los animales los que se agrupan en manadas. Nosotros, los humanos, nos agrupamos en torno a amigos que elegimos, a la familia que hemos decidido crear. Nos agrupamos en torno a intereses que compartimos con otros. Es verdad que nosotros, los humanos, nos podemos convertir o formar parte de la «masa» que es ese ente que ni piensa, ni critica y, lo que es más, importante, ni siquiera duda, pero la manada no es algo previsto para el mundo de los seres racionales.

Desde que saltó a los medios el apodo del grupo que supuestamente –no hay sentencia– violó en grupo a una joven en los Sanfermines hace dos años, la primera reacción fue de horror. Horror al pensar en lo que pudo sufrir esa joven a tenor del relato que se han ido conociendo de los hechos. No hace falta llegar a la violación para que cualquier ataque a la libertad sexual de las mujeres resulte un acto de profunda indignidad por parte de quien o quienes lo cometen, un ataque directo al preciado bien de la libertad, una herida profunda en la intimidad y en la dignidad de la mujer agredida. No es algo con lo que se puedan hacer bromas y, ni mucho menos, tener manga ancha: todo aquello que una mujer no elige libremente es un ataque directo a su ser más profundo.

Hasta el momento, el juez, con muy buen criterio, ha tomado todas las precauciones necesarias para que la víctima no lo sea por partida doble. Y lo hubiera sido, si se hubiera dado publicidad a la vista judicial, si no hubiera entrado en la sala del juicio bien protegida y, desde luego, si hubiera tenido que ver cara a cara a sus presuntos agresores; es decir, «La Manada».

Los integrantes de este grupo, que incluso tuvieron el cuajo de grabar unos segundos de vídeo en el que dejar constancia de su macabra e insoportable heroicidad, tienen ya un historial nada edificante y ahora, cuando, uno a uno, está delante del juez, quizás caigan en la cuenta de que las responsabilidades penales no se comparten. Son siempre individuales. Desparece el carácter grupal de la manada y es en ese momento cuando, los que van por la vida de matones considerando a la mujer como un trofeo, cuando se encuentran con sus propias miserias. Los que tenemos la suerte de tener grupos de amigos, una familia o intereses compartidos con otros sabemos que cuando alguno falla es inevitable un cierto sentimiento de pérdida e incluso de orfandad pero antes de que esto ocurra nos sabemos individuos libres e iguales. Se crea dependencia afectiva, pero no pantallas para aparentar ser más fuerte que nadie. Son los débiles, los cobardes los que «desaparecen» en el grupo y entonces es cuando se produce la «manada». ¡¡Que fácil es atacar a alguien en compañía y complicidad de otros!!.

Habrá que estar a la espera de la sentencia final pero en todo caso hay que estar muy alerta y elevar los niveles de exigencia desde la infancia y sobre todo en la adolescencia. Es en esta etapa en la que las mujeres deben tomar conciencia de su propia autoestima y no consentir –si ellas no quieren– ni media broma y ellos, los chicos, asumir con absoluta claridad que la mujer no es un trofeo, ni un pañuelo de usar y tirar, ni un ser inferior a la que se le puede hablar y tratar de cualquier manera. Casi a diario tenemos un parte de malos tratos, de hombres despiadados que son capaces de hacer daño a los hijos para hacer daño a su madre. Saben que es donde más duele. Invertir en educación es la única receta que a medio o largo plazo puede dar resultados.

Confiemos que se haga justicia y «La Manada» deje de serlo.

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