Manuel del Rosal

Manada de lobos

Manada de lobos
Manuel del Rosal García. PD

«La libertad de los lobos es la muerte para los corderos». Isaiah Berlín, politólogo e historiador de las ideas de origen ruso.

Hoy, en todo el mundo, hay mucho lobo en libertad.

En unos días la justicia emitirá su veredicto en el juicio sobre el caso conocido como «La manada».
Los lobos se organizan para cazar dependiendo del número de integrantes de la manada y del estatus social de cada uno. El más experimentado (el jefe) es el que más se acerca a la presa y avisa a los demás del mejor momento para atacar. La cooperación entre todos los individuos les permite atrapar presas que les sería difícil conseguir de forma individual. Siempre atacan en manada, ellos saben que, si lo hacen por separado, probablemente morirían de hambre. En el momento de cazar, los lobos (generalmente en grupos de cinco o seis), forman un polígono alrededor de la presa lo que les permite atacarla desde todos los ángulos y evitar que pueda escaparse.

La noche ha dejado paso a la madrugada y los toros han dejado paso a los lobos. Van en manada integrada por cinco individuos. Sus pasos son leves, como para no llamar la atención, pero si te fijas en sus ojos, estos brillan con un brillo bárbaro de deseo. Husmean, afinan el olfato y miran en todas direcciones para encontrar la pieza a cazar. Al fin la ven, está sola y es frágil – poca resistencia podrá ofrecer – dice el jefe de la manada. Se acercan cautelosamente, Cuando están cerca de ella es el jefe el que se adelanta, quedando los otros cuatro a una distancia prudencial. El lobo jefe se muestra afable, cercano; quiere ganar su confianza. Cuando él cree que ya la tiene, con un gesto avisa a los otros lobos que se acercan formando una especie de polígono alrededor de la joven pieza. Esta empieza a sentirse temerosa e intenta escapar. Es demasiado tarde. Rodeada por los cinco miembros de la manada solo puede esperar un milagro. Pero este no llega porque sería realmente un milagro que la joven víctima pueda zafarse de cinco lobos jóvenes fuertes, decididos a todo y sin escrúpulos; está apabullada por la ventaja numérica de ellos y por su fuerza. Escoltada por los cinco, que ya babean de placer, la llevan al sitio que ellos consideran el mejor para caer encima de ella y atacarla.

Han terminado de satisfacer su apetito y han dejado abandonada a su víctima en la cálida madrugada pamplonica. Está sola y desamparada, ni siquiera puede comunicarse con alguien, los lobos de esa manada perversa y cobarde le han despojado del móvil, en un gesto más de absoluto desprecio a la mujer.

La justicia decidirá si hubo o no hubo consentimiento previo. Pero ni la justicia podrá tapar lo que hubo manifiestamente: una apabullante superioridad numérica y física en la realización de esa canallada cometida por unos lobos (ellos mismos se auto titulan así) hambrientos de apetitos, sabedores de que individualmente nunca apagarían esa hambre, porque están mental y moralmente incapacitados para establecer relaciones normales entre un hombre y una mujer. Fueron tan viles que, en un gesto más que define claramente su catadura moral, abandonaron a su presa una vez satisfecha su hambre de apetitos, como el lobo abandona a la suya una vez apagada su hambre física. Y la despojaron del móvil, único medio de conexión que le hubiera permitido pedir auxilio. Y es que, a la canallada de esta manada, se une su desprecio a la persona y a la mujer, lo que define, aún más, la calaña de estos cinco individuos que de humanos tan solo tienen la forma.

Esta manada de lobos humanos ha demostrado con sus hechos que, independientemente de ser declarados culpables o no, son unas despreciables alimañas. Basta con leer los mensajes que se entrecruzaron con sus amigos para constatar su vileza. Sus comentarios del atropello a la chica enrojecen a cualquiera menos a ellos. Parece como si, además de «cazar» a su víctima, tuvieran la necesidad de publicarlo en un ejercicio de narcisismo abyecto. En esta sociedad se está dando el fenómeno de que el mal no basta con hacerlo, hay que publicarlo. Como dice Amelie Nothomb en una frase: «Llegó el momento en que el sufrimiento de los demás ya no les bastó: tuvieron que convertirlo en espectáculo».

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