HACE solo tres meses el panorama era el siguiente.
- 1.- Junqueras, Puigdemont, Forcadell, Mas, Trapero, la señora de la CUP del flequillo-hacha y los Jordis parecían los estrategas más listos y audaces del orbe. Convencidos de que España era un enemigo abúlico y desfondado, anunciaban con facundia sus leyes golpistas y su flamante República, que convertiría en un plis plas a Cataluña en Dinamarca. Su revuelta sería aplaudida en toda Europa y por supuesto no les acarrearía castigo penal alguno.
- 2.- Sánchez, con una berza imponente, se dedicaba a proclamar que España «es una nación de naciones», ponía cara de cólico nefrítico ante el número 155 y exigía diálogo inmediato con los sediciosos.
- 3.- Los tertulianos más eminentes anunciaban un terrible «choque de trenes», el Armagedón, si al Gobierno se le ocurría tomar medidas para reponer la legalidad.
- 4.- Mariano parecía sumido en una exasperante inacción, que desquiciaba a muchos españoles (entre los que me incluyo).
Veamos tres meses después:
- 1.- Junqueras reza en prisión y ha quedado desacreditado como un mentiroso compulsivo. Puigdemont, evadido en Flandes, da señales de equilibro psíquico debatible. Mas está a punto de perder sus bienes por su referéndum de juguete de 2014. Forcadell ha pasado de Juana de Arco a efigie muda y lívida y ha acatado el 155 y la Constitución, al menos de boquilla. Los Jordis están presos y olvidados. Trapero, de oficinista pegando sellos. La CUP, que insólitamente venía mangoneado a los catalanes, retorna a la irrelevancia.
- 2.- Sánchez ha acabado apoyando el 155, porque Rajoy lo pastoreó con paciencia al redil. Pero Pedro, que muy sagaz no es y muy leal tampoco, ya vuelve a ponerse de canto ante el nacionalismo, lo que lo alejará de la Moncloa.
- 3.- El choque de trenes de los tertulianos no ha existido, porque lo que había era un gran ferrocarril (un importante Estado europeo respaldado por la UE y Estados Unidos) frente al motocarro de unos iluminados que se creyeron su utopía propagandística.
- 4.- El tal Mariano, sin despeinarse demasiado -y para mi gusto remoloneando en exceso- ha parado el golpe de Estado y desacreditado a los golpistas. Además, pagando a doblón con el dinero público de todos, ha obtenido el apoyo del PNV, lo que le garantiza que completará la legislatura. Por último, a su difusa y galaica manera, ha acreditado que es lo mejor de su Gobierno, pues la legendaria vice sale de esta crisis achicada.
A mí me gustaría que Rajoy fuese un político de miras largas y no solo un buen gestor, que pensase en profundidad y actuase (por ejemplo, tratando de devolver peso al Estado, como demandan todavía todas esas banderas españolas).
Pero no suscribo la caricatura del indolente que flota de chiripa. Un político que ha superado el chapapote del Prestige, el casting del dedazo sucesorio de Aznar, el espinoso Ministerio del Interior, el aguijonazo de Aguirre, la peor crisis desde 1929, las corruptelas del PP y el mayor desafío institucional desde Companys… alguna cualidad ha de poseer.
Ningún «señor normal de Pontevedra» aguanta 34 años en coche oficial.
Y menos en un país cainita, donde en cada curva alguien aguarda para rajarte las ruedas.
