EL BUCLE INFINITO

Lo que verdaderamente asusta del independentismo es el fanatismo irreductible de quien está convencido de que tiene razón

Lo que verdaderamente asusta del independentismo es el fanatismo irreductible de quien está convencido de que tiene razón
Pilar Rahola en TV3. TV

YA sé que es contradictorio desde una tribuna pública reivindicar el silencio, pero uno de los peores males de nuestra sociedad es la verborrea. Lo digo tras haber asistido a la porfía televisiva entre Inés Arrimadas y Marta Rovira, que me pareció vacía de contenido, especialmente por parte de la dirigente nacionalista. Tópicos, eslóganes sin el menor pudor y ni una sola idea de la líder de ERC que aspira a presidir la Generalitat.

No cabe sorprenderse porque es la tónica general de unos debates en los que la confrontación intelectual ha sido sustituida por el espectáculo y la demagogia. Dicho en términos de la Retórica de Aristóteles, el discurso político está teñido de pathos, de emociones, para seducir al público mientras brilla por su ausencia el logos, la razón.

Rovira es la encarnación de este nuevo tipo de dirigentes de lágrima fácil y apelación a los sentimientos, que niega los hechos con absoluto desparpajo desde su condición de miembro de la tribu a la que representa. Ello quedó de manifiesto cuando respondió a Arrimadas que la denuncia de los abusos de la Generalitat en materia de educación sólo sirve para instigar a que los profesores tengan que declarar ante la Guardia Civil. Es difícil llegar tan lejos en la manipulación.

Al escuchar a la militante de ERC, asocié el independentismo con el nacional catolicismo que conocí en mi infancia, que nos exigía una adhesión inquebrantable sin dejarnos la opción a pensar. Ahora el secesionismo catalán pretende imponer una identidad que excluye a la mitad de la población y que niega la condición de ciudadanos a los que no comulgan con su fe.

Desde hace mucho tiempo, la política ha dejado de ser el arte de tomar decisiones racionales para transmutarse en una práctica que pretende conquistar sentimientos. El Volkgeist ha desplazado a la legitimidad democrática como se puede observar en el fenómeno de expansión de los populismos y los nacionalismos que vienen a negar la cultura política nacida de la Ilustración.

Modigliani señalaba que en un incendio él salvaría un perro antes que un Rembrandt. Quería decir que las personas son mucho más importantes que las ideas y las abstracciones. Los nacionalistas defienden lo contrario: que el individuo se tiene que sacrificar ante el altar de la nación.

Lo que verdaderamente asusta del independentismo es el fanatismo irreductible de quien está convencido que tiene razón. Por eso, sus seguidores no van a cambiar de opinión pese a que los hechos han demostrado la falacia de su discurso y de sus promesas.

Ortega le reprochaba a Companys en el debate sobre el Estatuto catalán en 1933 que no había oído ni una sola argumentación. Ha pasado mucho tiempo desde entonces y estamos condenados a la maldición de cambiarlo todo para que todo siga igual.

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