Carlos Rubio Romo

España se romperá… o no

España se romperá... o no
Carlos Rubio Romo

Asistimos a los tristes acontecimientos que asolan una región de nuestra patria desde hace ya dos meses con una mezcla de rabia y de impotencia pero también de esperanza.

La rabia es evidente cuando constatamos cómo una minoría fanática y rebosante de odio desprecia al resto de españoles, escupe en nuestra Historia común, inventa otra completamente falseada, discrimina a la mayoría de sus vecinos por el mero hecho de sentirse españoles y destroza vidas infantiles en un sistema escolar calcado al de cualquier república soviética: un gulag infantil hecho de delación, manipulación y mentira que no tiene nada de educativo.

La Cataluña de 2017 es un conglomerado colosal de corrupción institucionalizada, enchufismo del acólito, persecución a los (escasos) disidentes y silencio impuesto a la mayoría: «asiente o calla. Si no, tendrás problemas». Donde la izquierda, presuntamente internacionalista, es nacionalista hasta las trancas y se troca en mamporreros de la Marta Ferrusola, la mujer del capo del 3%, una racista que nunca ha negado el desprecio que siente por el electorado que presuntamente la CUP y ERC dicen representar Donde los hijos y nietos de la rancia burguesía que financió muy generosamente al General Franco y a la España nacional financian ahora al separatismo. Donde incluso el fútbol está podrido hasta la medula por el virus del odio y ser seguidor de otro equipo que no sea el Barcelona es motivo de sospecha cuando no abiertamente de agresión. Por cierto, el FC Barcelona concedió al general Franco la medalla de oro y brillantes del club en 1951, en 1971 la medalla de oro del club y en 1974 la condecoración con motivo del 75 aniversario del club. Maldita hemeroteca…

Cuarenta años de dictadura separata y de complicidad culpable de los diferentes gobiernos de la nación, han convertido a Cataluña en un patético remedo de Corea del Norte, Zimbabwe y Venezuela juntos, donde toda discrepancia se condena con el asesinato civil, donde una casta se reparte miles de millones de euros, donde hablar en el idioma de quinientos millones de personas, oficial en toda la nación por cierto, es ilegal y donde la libertad de prensa hace ya décadas que no es más que un brumoso recuerdo. Pujol es el Robert Mugabe catalán, igual de ladrón y de corrupto, Junqueras el Maduro de la butifarra, igual de rellenito que su sosias e igual de histérico con sus ridículas soflamas y Puig-de-mocho nuestro Kim-Yong-Un patrio, que compite con él por ver quien lleva el peinado más ridículo.

Viendo la nauseabunda inacción del gobierno del PP ante ese estado de cosas, sólo se puede sentir impotencia. No es únicamente que les están dejando cometer todas esas tropelías, es que además se las financia. En efecto, el gobierno felón catalán recibe las transferencias más generosas, y de lejos, del Estado. Son culpables por acción y no por omisión. Por la inacción de este gobierno y de los anteriores, el Estado ha desaparecido de facto de Cataluña. Han abandonado a los catalanes y han consentido, junto con el éxodo provocado por la ETA en Vascongadas y Navarra, una de las limpiezas ideológicas de masa más importantes en Occidente desde la 2ª Guerra Mundial. Rajoy, como antes zETAp, Aznar, González, Calvo-Sotelo y Suárez ha pensado que con dinero calmaría las reivindicaciones separatas. No han querido aceptar la evidencia: un nacionalista es un fanático maximalista. Nunca, absolutamente nunca, parará hasta conseguir sus fines. Podrán contemporizar, podrán esperar, podrán disimular pero nunca cederán ni un milímetro en sus reivindicaciones. Y de paso, poniendo el cazo, han logrado romper no sólo la unidad nacional sino la igualdad entre los españoles. ¡Qué asco de izquierda!, olvidando a los que presuntamente defiende, entregando en el altar del separatismo la lucha por los más desfavorecidos y la lucha por la igualdad.

Desde el 27 de octubre, Rajoy, Soraya, Dastis, Zoido y demás familia ejercen en directo el gobierno en Cataluña. NADA ha cambiado desde entonces. TV3 sigue escupiendo odio contra nuestra patria, las escuelas son verdaderos campos de adoctrinamiento nacionalista, salvo escasas excepciones los culpables del golpe de estado siguen libres y cobrando sus jugosos sueldos, una huelga general salvaje paralizó la región ante la pasividad de Zoido, ese pobre hombre que siempre parece asustado cada vez que sale en la tele, muchos ayuntamientos siguen incumpliendo la ley y la bandera nacional está ausente, Dastis (¿por qué los ministros de Asuntos Exteriores de España son tan desastrosos?) propuso en la BBC una modificación de la Constitución para mejor «encajar» a algunos catalanes: entiéndase ceder el poco poder que le queda al Estado.

Pero a pesar de la dictadura separata en Cataluña, opresora y oprimente, que lleva ya dos generaciones sojuzgando a nuestros compatriotas en aquella región, a pesar de la complicidad culpable y cobarde de todos los gobiernos de la nación desde la muerte de Franco, a pesar de la inmensa tarea emprendida en comandita por toda la castuza política para arrancar cualquier sentimiento patriótico del corazón de los españoles, el pueblo se ha despertado. De una manera espontánea los balcones se han llenado de banderas nacionales. Cientos de manifestaciones por la unidad de la patria se han organizado a través de las redes sociales. Copiando la «democrática» practica de PoTemos, se han organizado escraches a los gerifaltes separatas. La calle ya no es de ellos.

¡El pueblo se levanta! El mismo pueblo sencillo, sano y valiente que plantó cara a Cartago en Sagunto, que humilló a las todopoderosas legiones romanas en Numancia, que se levantó en Covadonga contra la invasión musulmana y el que en 1808 se alzó contra el invasor gabacho.

Y el pueblo grita «¡se acabó!» Están hartos. Hartos de insultos y menosprecios. Hartos de complejos y de cesiones. De componendas. Hartos de cobardes. Hartos de «diálogos» que siempre terminan igual.

Y el pueblo avisa: «¡no nos van a arrancar un trozo de nuestra patria, un trozo de nuestro ser!»

Y el pueblo exige: «¡Puigdemont a prisión!» Ya está bien de injusticias. Un país donde se persigue con saña sádica un error en la declaración de la renta y se hace la vista gorda ante una rebelión en toda regla no puede sobrevivir.

Y el pueblo se pregunta: «¿Dónde está el rey? ¿Y el ejército?» Ese ejército que tiene como obligación defender la unidad de la patria. Y un rey que estuvo desaparecido durante semanas mientras las embestidas enemigas se cernían sobre España.

¡Alerta general en todas las sedes de los partidos políticos! «¿Qué está pasando?», se preguntan los mismos que han traicionado a su pueblo.
«No es posible», se dicen. Los teníamos aborregados. Manipulados. Lobotomizados con pan y circo: con fútbol y marujeo.

Asisten con inquietud al principio, preocupación después y pánico más tarde cuando ven que espontáneamente el pueblo se echa a la calle. Un pueblo orgulloso, hermanado. Donde no hay ni izquierdas ni derechas, ricos o pobres, jóvenes o mayores. La patria está en peligro y hay que defenderla y lo demás son mandangas. Gente que en su vida había sacado una bandera nacional, que jamás se había manifestado, otros que llevaban callados demasiado tiempo y jóvenes a los que no pueden llamar franquistas porque no saben quién era Franco ni falta que les hace. Sonríen, gritan, se abrazan. «Somos muchos», se dicen. «Y más que seremos en la próxima». Unos gritan «¡Visca Espanya!» y otros «¡Viva Cataluña!». Porque Cataluña es España y porque el catalán no es patrimonio de nadie y menos de los separatas. Toman, literalmente, Barcelona. Jamás se habían visto allí unas manifestaciones tan descomunales.

Tocan a rebato en las sedes de los partidos: «¡Hay que hacer algo!» «Esto se nos va de las manos».

El pueblo se ha rebelado espontáneamente. Sin consignas partisanas. Sin apoyos partidistas. El pueblo está harto de ellos también. No pintan nada. Y se ve en la tele: no hay ningún dirigente político a la cabeza de las primeras manifestaciones.

La casta y todo el Sistema no puede permitir esta sublevación. Por primera vez en mucho tiempo, los partidos tienen miedo de ser desenmascarados. De que se les vea el culo. De que salte la mordaza que silenciaba a España. De que la gran mentira se descubra. De que, ¡por fin!, se vea que en España no hay derecha digna de tal nombre, de descubrir que los que berrean sin cesar «igualdad» no hacen sino apoyar las desigualdades entre españoles.

Y se afanan en neutralizarla con infinitamente más ardor que en parar la sedición de Cataluña. Es fundamental tomar el control de las manifas y para ello actúan en dos frentes.

El primero, encargan a la marca blanca de la castuza en Cataluña, la SCC (Sociedad civil catalana), de organizarlas ella. De canalizarlas. De que no haya una palabra mas alta que otra. De engañar…Sí, de engañar, porque el sano pueblo patriota catalán no es partisano y busca únicamente ganar las calles y la conciencia alineados detrás de la bandera nacional. La misma bandera que el PP y el PSOE esconden en sus sedes y en sus mítines. Y como la SCC dijo que se manifestaban por la unidad, Cataluña les siguió. Para ello, contaron con toda la artillería mediática del Sistema cleptocrático: prensa, radio y televisión.

El segundo, encargarse de que los eslóganes y los discursos sean lo mas melifluos, emperifollados, neutros y cobardes posibles. El mejor ejemplo: Borrell mandando callar a los manifestantes cuando gritaban «¡Puigdemont a prisión!» Hacer creer por tierra, mar y aire que el millón largo de manifestantes en Barcelona y los cientos de miles en el resto de España se manifestaban por la Constitución. ¡¡¡¿¿¿La Constitución!!!??? ¿La misma que contenía el germen del separatismo? ¿La que reconoce por ley la discriminación y la desigualdad entre españoles al reconocer que existen «nacionalidades» y regiones en su artículo 2? Poner en la pancarta de cabeza a Albiol, Arrimadas e Iceta era lo mismo que poner a Anna Gabriel a anunciar desodorantes, a Felipe González a dar una conferencia sobre honradez o a Madonna hablar de castidad. Una burla al pueblo. Una más.

Unas pocas, pero preclaras voces, anunciaron lo que llegaría desde hace cuarenta años. El 29 de noviembre de 1979, Blas Piñar, brillante, sereno, rotundo, anunció que, si el estatuto de autonomía de Cataluña se aprobaba, en dos generaciones no se podría ser catalán y español. Fue el único. El único diputado que votó en contra. Pero claro, aquel hombre y otros que vinieron después eran «fachas», «fascistas», «franquistas». Hoy vemos que tenía razón.

Por cierto, ¿han visto Uds. con qué afán se emplean los partidos para jamás, pero jamás, decir que defienden la unidad de España? Y ya no digo Sánchez, el plurinacional, el pluribobo, sino Rajoy, el que se supone que por el puesto que ocupa, debiera hacerlo. Sólo hablan de la Constitución. España, su pueblo, su unidad, su Historia y su cultura, no les importa nada.

Quieren romper España. Los unos y los otros. Los separatas y los cómplices. La tentación fácil y lógica es caer en el desánimo. Nadie se opone de verdad a esa ruptura. A esa tragedia. No se ve alternativa. El más listo de todos ellos, Albert Rivera, ha visto un filón. Quiere pescar en río revuelto. Siente que millones de españoles no quieren rendirse y va a por sus votos. Les dice lo que quieren oír y luego les traicionará y chanchulleará como los demás. ¿De verdad se puede esperar otra cosa de alguien que tiene a Adolfo Suarez como su modelo político?

Pero hay motivos para la esperanza. El pueblo se ha despertado. Los españoles no están dominados. A pesar de cuarenta años dedicados a arrancarles su identidad, a manipularlos y a enfrentarlos entre ellos, no lo han conseguido. Han hecho temblar a la castuza. Y ahora esperan una alternativa política patriota, honrada, sincera, frente a los apátridas, corruptos y mentirosos. Frente a la cochambre corrupta del PPSOE, la alternativa no es Ciudadanos. Tampoco los experimentos PP-bis que siguen agarrados a esta ominosa constitución como tabla de salvación. Una alternativa amplia, sin complejos, generosa y rotunda que diga clara y firmemente: las leyes pasan. Son temporales: se promulgan, se modifican y se derogan. Los pueblos permanecen. Y la unidad de la patria no se toca. Se lo debemos a nuestros padres y a nuestros hijos.

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