Juan Pérez de Mungía

Angliru

Angliru
Coche atrapado en Angliru.

Un grupo de siete jóvenes decide poner en riesgo sus vidas decidiendo subir un puerto de montaña asturiano, el Angliru, de madrugada con el temporal de nieve encima y no sabemos en qué estado etílico. Solo un necio diría que es una conducta racional. Una vez arriba se quejan de que nadie les rescate por haberse quedado atrapados en la nieve.

Con demasiada frecuencia se ignora que papel tiene la cultura en el comportamiento humano, y cómo afecta a la forma en que el ciudadano afronta su existencia diaria y afronta las dificultades normales de la vida. Algunas culturas inducen al sujeto a creer que nada de lo que haga contribuirá a mejorar su vida: la solución a un problema siempre es mágica. Otras ayudan a sospechar al ciudadano que es el primer responsable de su destino y que nadie le va a sacar las castañas del fuego. Y existen otras que hacer creer que siempre existe un culpable y este culpable nunca es, desde luego, el propio individuo tanto si sufre un accidente que ha provocado, como si sufre un accidente por causas ajenas. No todas esas causas ajenas pueden atribuirse a alguna persona responsable. El caso mas necio se presenta cuando un agitador profesional usufructúa la desgracia e identifica un supuesto responsable para envilecerlo, señalarlo o promover el linchamiento público. Es obvio que esta práctica de linchamiento público funciona mejor en aquellas sociedades donde la cultura nunca atribuye al sujeto algún tipo de responsabilidad. Lo trágico es que acostumbrado a echar balones fuera, el tal individuo jamás se hace cargo de su conducta, y claro está, si no se atribuye ninguna responsabilidad, jamás estará en condiciones de aprender de sus propios errores e ignorará por completo su pasado.

En este contexto, existen tertulianos que por oficio se erigen en pontífices de la desgracia máxima para atribuirsela a quien sus entrañas les dicta. Ahí tenemos una pléyade de agitadores asalariados en nómina en algunos medios que simulan su competencia ignorando la ajena y levantando la insidia, e incluso el odio, e instalando al ciudadano en un estado de reclamación permanente. Se trata de un periodismo sucio. Profetas de un mal de causa ajena. El último episodio de este disparate es el cierre a la circulación de vías afectadas por la nieve. Como suele ocurrir, a cualquier sujeto irresponsable la información le resbala. Tiene clara de quien es la culpa y no encuentra motivos para asignarse ninguna responsabilidad en su toma de decisiones. Los 19 muertos por frío en Nueva York tambien deben ser sin duda una responsabilidad del gobierno, y cuanto mas lejos éste gobierno, mayor es la culpa. ¿Cómo hablar del concesionario de la autopista, y del conductor o del sujeto irresponsable que ignora las señales de alarma?. Alfredino Rampi cayó en un pozo y murió acusando a su madre de dónde se encontraba y reclamándola que le sacara de allí bajo promesa de buen comportamiento. Alfredino Rampi era un niño de diez años. ¿Es razonable inducir a creer a un ciudadano libre que siempre se encontrará en un estado de minoría de edad?.

Los podemitas emplean la palabra empoderar para referirse a esa forma de militancia contra sí mismo en el que cuanto mas ignorante se es, más debe reclamar con asertividad la responsabilidad ajena, que no la propia. Parece que triunfa esta estrategia que le hace creer al débil que es fuerte sólo gritando mas alto. Una expresión alarmante este estado de cosas, es el autismo con que se conducen tantos y tantos, desde el imbécil que ocupa dos plazas de garaje porque él lo vale, hasta la imbécil que declara su superfeminismo con el reclamo mas sexista, como si la forma en que se conduce no estuviera dictada por el efecto que quiere provocar y del que se sirve para estar como aquella Sofía Mazagatos en el candelabro. Así reclama respeto quien vende cuerpo, en lugar de talento, y se reserva una singular queja frente a aquellos descerebrados que halagan su impudicia. Como si la dignidad misma pudiera presentarse en pelotas. Se trata de un reclamo pasivo. Se espera que cualquier otro proceda en substitución de mi inhabilidad para obtener por mí mismo lo que a mi deseo conviene. Que el derecho haya renunciado a imponer una moral de forma coactiva, no implica que en cualquier actuación el sujeto carezca de responsabilidad. Las aulas universitarias se han llenado de estudiantes que reclaman derechos sin ningún tipo de contrapartida en deberes. No pasará mucho tiempo sin que paguemos un altísimo precio.

Cuando esperábamos que la luz acabara con la noche de los tiempos y que se impusieran definitivamente los valores de la ilustración, de pronto como si de magia se tratara, vuelve la oscuridad a imponerse. Esta es la cultura del fascismo. Si esperábamos que la razón venciera a la religión, que el progreso se impusiera a la barbarie, vuelven las insignias tribales, y todas las formas de atavismo. Aquellas pinturas corporales que otrora se utilizaban para marcar la pertenencia totémica se han hecho ahora tatuajes y pircines innumerables. Aquellos sabios que creíamos se impondrían, han resultado rebasados por hechiceros y magos conjurados contra la realidad, sumos sacerdotes impíos de tal suerte que ahora disfrutan de autoridad los mas inefables delincuentes. Nuestra entera sociedad ha quedado a merced de los peores instintos humanos que han hecho de los verdugos, víctimas, y de las víctimas verdugos. Este es un terreno fértil para los mesías y los sátrapas.

En esa indiferencia anómala, ignorante de su culpabilidad se encuentra Marianela Olmedo después de haber perdido a su marido y a su hija. Esa indiferencia culpable de la estrategia de la pornovenganza de los delincuentes de la guardia urbana de Barcelona pendientes de juicio, de Rosa Peral y sus novios, y la muerte de Pedro Rodríguez. Una magistral recreación de Ben Kingsley en «Casa de arena y niebla» muestra el rédito de la pasividad: sólo sobrevive quien concita desde su pasividad la implicación de otros. El resultado tres muertos y un encarcelado por asesinato. La cultura perversa no identifica al autor del crimen, al inductor del recorrido de la sangre. Son los estragos de una cultura de la irresponsabilidad. El Angliru no es una excepción, es el síntoma.

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