Santiago López Castillo

Franco, redivivo

Franco, redivivo
Santiago López Castillo. PD

Siempre me he considerado un hombre liberal pero la falacia y las malas artes de nuestros políticos me mueven a cierta acidez sobre la gestión de la cosa pública. No hay día en que no salga el nombre de Franco. Da la sensación de que el rencor levantisco de izquierdas no solo ha remitido sino que ha aumentado. Ganan la batalla diaria a sabiendas de que han ganado la guerra y los sueldos generosamente facilitados por la todavía balbuciente democracia, que llegó -para los neófitos e ignorantes de la cosa pública- tras hacerse el harakiri el régimen franquista. Concretamente, a mi amigo Enrique de la Mata Gorostizaga, que e. p. d., le llamaron traidor al dejar la secretaría del Consejo del Reino para ocupar la cartera de Sindicatos con Suárez.

Pero me desvío. Lo que se lleva hoy en día es Franco. Que un día, cual Sansón, derriba las columnas del Valle de los Caídos y se lía a hostias con los valientes gudaris que pueblan y viven cobardemente en las madrigueras. Ahora ha salido a la palestra su nieto Francis Franco, que, al parecer, increpó a un agente de la Guardia Civil mientras la muy demócrata e independentista de Pilar Rahola se metió a la autoridad, con todo el respeto, por la entrepierna de sus caprichos. También salió a la palestra la hija de Franco, Carmen, que yo no sabría distinguir de su señora madre, porque ambas practicaron el anonimato y la observancia debida; no obstante, la nieta del general -y supongo que haría bien- ha estado zascandileando por las televisiones y exhibiendo a sus amantes y expertos en el arte de folgar.

De la esposa de Franco -hoy y siempre el gran dictador como la película de Charlot- sólo recuerdo que la llamaban la collares porque, según la leyenda, obligaba, mentira podrida, a que en los viajes de su marido fuera obsequiada con una gargantilla

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