SOY un español de 1964. Nací en La Coruña. En mi infancia había dos vertederos de basura a cielo abierto en la ciudad. Hoy son dos parques.
La mayoría de las casas no tenían calefacción. Donde hoy se levanta El Corte se desparramaba un campamento chabolista. Vivíamos en una dictadura y cuando mi padre nos comentaba que «aquí debería haber partidos, como en Francia e Inglaterra», no entendíamos de qué hablaba.
No salí de Galicia hasta los doce años y debuté en un avión con 17. Un vaquero Levis era un lujazo. Una operación de cataratas suponía una aventura, o una onerosa peregrinación a Barraquer.
La Seguridad Social ha operado a mi madre gratis y en 20 minutos. En mi niñez rara era la tarde en que yendo con tu pandilla por la calle no te atracaba algún mangui. Los accidentes de tráfico eran brutales, fumar estaba bien visto y no pasaba quincena en España sin una salvajada terrorista.
La primera vez que un alcalde coruñés creó un parking público subterráneo, la visionaria oposición nacionalista lo tachó de chalado. Si en mi niñez me dicen que algún día mi ciudad iba a contar con la primera multinacional de moda y con una orquesta sinfónica, o que iban a cantar allí Sinatra y Dylan, no me lo habría creído.
Steven Pinker, profesor de Psicología en Harvard, acaba de publicar un comentado libro, «Las luces ahora. En defensa de la razón, el humanismo y el progreso».
Bill Gates afirma en su blog que es «mi nuevo libro favorito de todos los tiempos». La tesis es clara: el mundo va bien, los últimos 300 años han sido los mejores de la humanidad y no hay mejor momento para vivir que hoy.
La obra provoca urticaria al populismo neocomunista y a los intelectuales neomarxistas, a los que él acusa de «progresofobia» (me temo que el Papa actual también bordea el género).
Medios como «The Guardian» lo han puesto verde, a pesar de que Pinker acumula evidencias irrefutables.
En 1800, el 90% de la humanidad era pobre, hoy el 10%. En los últimos 25 años, los periódicos podrían haber abierto cada día con el siguiente titular:
«El número de personas en extrema pobreza cayó ayer en 137.000».
En contra de lo que pensamos, los muertos por terrorismo en Occidente son menos que en los años 70 y 80. Las muertes en guerras también han caído y la esperanza de vida se ha disparado.
A finales del XIX la jornada media en Occidente era de 66 horas semanales, hoy de 38. Incluso el coeficiente de inteligencia está creciendo tres puntos cada década.
Si Pinker ofrece pruebas, ¿por qué lo desprecia la izquierda? Pues porque el estudioso achaca el impulso de la humanidad a «la razón, la ciencia y el humanismo» y -¡horror!- a la democracia liberal. Pinker defiende el milagro de la Ilustración.
Advierte que «la razón no es negociable» y se sitúa en el bando de los mejores: Kant, Spinoza, Hume, Adam Smith.
Pero el libro también deja una advertencia. No debemos dar por supuestas las conquistas de la Ilustración, toca seguir defendiéndolas contra la irracionalidad, el imperio del sentimentalismo y el veneno del nacionalismo.
No será un best-seller en la autodestructiva España.