Análisis

Santiago López Castillo: «Fútbol: el opio del pueblo»

Santiago López Castillo: "Fútbol: el opio del pueblo"
El portero islandés Halldórsson detiene un penalti al delantero argentino Lionel Messi (d), durante el partido Argentina-Islandia, del Grupo D del Mundial de Fútbol de Rusia 2018. EF

En esta época que los cursis llaman post-moderna, anti todo, mola, molo, relativismo a raudales, vuelve a estar de moda Franco. Muevo el dial del transistor y, en mi irrefrenable masoquismo, me topo con la progre Julia Otero que es una grande vivant y aviva los sentimientos de la izquierda contra el sentido común y todo lo que huela a la derecha. Joder, qué tía. Esta vez tocaba el fútbol con motivo del mundial. Una de sus contertulias, siempre de la misma camada, auto denominada catedrática de historia, vociferó contra el deporte rey (hoy siempre en femenino-feminista):

«Es -dijo- el opio del pueblo. Un deporte de fascistas…»

Joder, qué elocuencia. Debe ser de la memoria histérica. Tan es así que la parlanchina proclamó a los cuatro vientos: «En aquellos años, Franco decidía el partido que se debía televisar». Con dos cojones y un palito. Joder, qué genio de señora cuando sólo existía TVE. Cualquier adolescente, e incluso talludito, que hubiese oído tamaño rebuzno pensaría que el general blandía el sable y les cortaba las manos a los porteros. Debió ser así porque, pásmense, España ganó la Copa de Europa en 1964 a los mismísimos rusos, entonces Unión Soviética, siendo el guardameta -quiero recordar- el mítico Zoff. Y ya que uno se ha enfrascado en acontecimientos («eventos», proclaman los burriciegos de mis colegas), recordaré que los cómputos de ligas y copas están encabezados por el Barcelona y At, Bilbao cuando Cataluña no tenía derecho a decidir sino a prosperar y las vascongadas eran provincias aguerridas y fecundas amuebladas sus cabezas con el generoso paño de la chapela.

Pero, claro, y volviendo a la zurupeta tertuliana origen de estas líneas, siempre los que llevaban en el ojal la supuesta intelectualidad desdeñaban la pelota, la de cuero, no la del bota-fumeiro, haciéndose pasar poco menos que por académicos. No es el caso de Fernando Savater, un gran tipo y buen español además de vasco, como debe ser, al que le gusta el balompié pero ¡oh, maestro!, me falla en adjetivos. Dice pobrísimos en lugar de paupérrimos. Nadie es perfecto.

Estoy pensando si ir a la tertulia de la sectaria Otero cuando mi amigo Cela me advierte desde el otro mundo: «Casi ningún tonto se sabe tonto del todo ya que al hacerlo supondría un punto de inteligencia»

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