Análisis

VIctor Entrialgo: «Crónica de una caída anunciada»

VIctor Entrialgo: "Crónica de una caída anunciada"
Pedro Sánchez, en el Senado. EP.

El dia en que lo iban a echar Pedro Sanchez se levantó a las 7.30 para hacer jogging por los jardines de la Moncloa y esperar el Audi en que iba a llegar el presidente de un pais ya visitado con su Falcone. Habia soñado que soñaba que estaba en la Moncloa y por un instante fue feliz en el sueño, pero al despertar se sintió salpicado de cagada de pájaros. Él y su mujer saltaban eufóricos e incrédulos de sillón en sillón gritando ideas disparatadas que se les iban ocurriendo para prolongar su estancia.

Los reiterados intentos de la pareja, sus viajes inútiles y su redecoración inmediata habían puesto en evidencia por parte del matrimonio unas ganas por asaltar la Moncloa, que no se conocían desde aquel intento del teniente-coronel en su laberinto.

Pero aquella mañana los hermanos Pablo y Albert llegaron a la conclusión de que para abordar aquel golpe a la honra, estado y dignidad de la Nación había que empezar por el echar a Pedro Sanchez de la Moncloa y aplicar el 155 como la Constitución prevé, cerrando TV3 y los instrumentos de propaganda empleados por los golpistas contra el orden constitucional y cambiando, no nos olvidemos, la ley electoral.

Una rabanera flamenca y altanera, ministra por el dedo que degrada tal dignidad, había asegurado que ellos terminarían la legislatura y recomendó que la gente se sentase a esperar, pero el pueblo estaba apostado ya en la calle para asistir a la dimisión del presidente como en los dias de los desfiles.

Acabar con la sobrerrepresentación de los nacionalistas vascos, catalanes y gallegos en el Parlamento, ilegalizar la Cup y acabar con la desproporción en la representación de las circunscripciones catalanas. Para los hermanos de Ángela Vicario que habia recibido el golpe en su dignidad, el Estado debía recuperar el control y avocar competencias cuando una autonomía se rebela contra él

Lo mismo en las madrassas de Jomeini en Irán, Maduddi en Pakistan o Said Quob en Egipto, origen del islamismo radical, que con «los talibanes» o las «madrassas» de Pujol, Mas, Puigdemont o Torra, los maestros han sido el vehículo del independentismo.

Todas las revoluciones han sido llevadas a cabo por los maestros. Ellos, los maestros dogmáticos e ideologizados, los que hacen sino conjurarse en lugar de trabajar, a los que no les interesaba la verdad sino el poder, han pretendido imponer sus deslabazadas ideas a los demás. Del mismo modo que la Forcadell, la Nuria de Gispert, la Rovira y la flequilloburro pastan ahora con look de pijas por las montañas suizas, así los maestros de escuela de Esquerra, Omnium cultural o la Asamblea Nacional catalana desde Colom, Carod Rovira, La Rahola o Rufián, cada maestrillo tiene su librillo, hijos estudiados de charnegos que apostataban de sus padres, renegaban de sus origenes y buscaban una covachuela en el nacionalismo.

Nos sabe mal, dicen que dijeron los Vicario Pablo y Albert, en un perfecto catalán, pero a los cuentos hay que intentar ponerles un final, ya sean la crónica de una caída anunciada o el cuento separatista de nunca acabar.

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