ANALISIS

Jordi Rosiñol Lorenzo: «Carta abierta a los políticos»

Jordi Rosiñol Lorenzo: "Carta abierta a los políticos"
Torcuato Fernández Miranda con Adolfo Suárez. EP

Es cierto qué, los primeros pasos dados por nuestra democracia tuvieron que ser andados con pies de plomo.

No se podía dejar suelto ningún cabo en el hilar del encaje de bolillos que supuso la transición, fue una ardua tarea frente a los tirones que daban unos y otros por los extremos del traje democrático, aplastantes minorías buscaban descoser, ansiaban desgarrar el débil pespunte de cualquiera de las costuras. Fue poco lo que falto para que España se volviera descoser, y así volver a la senda fracturada, dividida por la sangre aún fresca de los españoles.

La realidad de la amenaza justificaba de sobras la tutela de la razón. El encaje de bolillos patrio debía huir de prisas, y sobre todo debía vigilar no dar un traspiés, que echara a volar el castillo de naipes.

«De la ley a la ley» fue una construcción leída en los planos del arquitecto político, Torcuato Fernández Miranda, por el aparejador, capataces y albañiles, todos tuvieron un inteligente saber estar, para saber buscar un mínimo común que diera el pistoletazo de salida a nuestra democracia, para diseñar tan magna obra, había que seguir con tiento todos los pasos; primero había que derribar las leyes del movimiento, y para ello tenían al mejor para introducirse en la panza del caballo de Troya que el Rey Juan Carlos, un caramelo envenenado que dejó a las puertas del anterior régimen.

Muchos nombres de aquella época pasaron a la memoria colectiva de nuestra sociedad, pero hay muchos episodios casi desconocidos, como la difícil y peligrosa misión encomendada por el Rey a el recientemente fallecido procurador en las cortes franquistas Miguel Primo de Rivera, a la sazón era el guerrero oculto por su Majestad en el mencionado Caballo de Troya. El sobrino del fundador de falange, José Antonio Primo de Rivera, era para los dinosaurios que le acompañaban en los escaños una persona fiel a ellos y a los principios del movimiento, nadie podía dudar de él.

A nadie se le pasaba por la cabeza que él consiguiera que la inmensa mayoría de la cámara votará la ley de transición, que volatizaba de facto las leyes fundamentales franquistas.

Un episodio de la historia de España que en ese momento Don Juan Carlos recibió soltando una bocanada de aire embrutecido que llevaba enquistado en los pulmones desde 1969, y así, mientras uno soltaba lastre, el otro, el presidente Adolfo Suarez miraba al cielo dando gracias a Dios. Por su parte los procuradores comenzaron a salir del hemiciclo sin saber bien que había pasado, pero si empezaban a ver claro que no volverían a pisar aquellas moquetas gracias al fruto de la moderación, y la firmeza que requería la situación, el objetivo final vio la luz, y recién parida la democracia tambaleante echaba a andar, aun lactante, delicada y amenazada, tras algún achaque consiguió madurar.

Que la sociedad de la época no estaba preparada, y que había que dar masticadas las cucharadas de libertad, es una obviedad. Igual de obvio es que han pasado ya más de cuarenta años, e igual que antes nuestro sistema se podía desgarrar por la debilidad del mencionado pespunte, hoy en día también se puede rasgar por apretar y tirar tanto de las antiguas y firmes puntadas, aquellos mismos extremos estiran con fuerza apoyados en nuevas generaciones más preparadas, con mejores niveles de vida, gozan de una libertad sin esfuerzo, que por no lucharla no la aprecian, nadie se preocupó estos años de explicar, ni de poner en valor el hecho de vivir en una sociedad en paz, en un estado de derecho que como un paraguas les transmite la humedad exterior de la tormenta, pero nos evita mojarnos. No puede ser que los extremos fracasados hace cuarenta años, ahora consigan desgarrar nuestro país.

Nada es perfecto, y todo es susceptible de mejorar, y quizás a llegado el momento de avanzar, de madurar el sistema, y así hacer partícipe a la población de una forma más abierta, que les haga sentirse participes de un reto, de narrar en primera persona un relato de futuro conjunto. El contexto actual interno y externo, permite que la aguja conservadora que tiró del hilo, apretando los privilegios adquiridos por las encorsetadas formaciones políticas durante la transición se afloje. Es de ciegos no ver el rechazo social a las formas dictatoriales, y clientelistas que utilizan los partidos políticos. La sociedad necesita que se abran las ventanas de las sedes para ventilar, y las puertas de estas para que participemos de la limpieza a fondo, la madurez social pide unánime, es un clamor el deseo de la transparencia y participación abierta en la política.

No puede ser, que los dirigentes de cinco o seis formaciones sean los que deciden un número igual de listas electorales, que serán las que nos ofrezcan en las elecciones de turno. Esos mismos, los cinco o seis «Caudillos» de siempre, ellos sin despeinarse y sin vergüenza alguna, no paran de repetir durante décadas la necesidad de cambiar la ley electoral, pero a ninguno le da tiempo nunca en su legislatura, ¿Cuántos intereses hay? ¿Cuánto clientelismo? La rigidez que un día fue necesaria ahora caduca se convirtió en la «Cosa nostra» en las familias, que independientemente de las siglas se reparten el poder y lo que con él conlleva.

Existe la razón indispensable por salud democrática de cambiar la ley electoral, que haya listas abiertas, que el ciudadano pueda elegir a todos y cada uno de sus representantes, no solo a la lista que presenta cada dirección, un cabeza de cartel seguido en la papeleta por una serie de nombres impuestos que, por supuesto, son los que mejor se han portado en «clase», los que no han hecho enfadar al líder utilizando el criterio propio o el derecho a discrepar. Los que llevan toda la vida en las listas, y no quieren que los bajen o los dimitan, son los que hacen méritos durante años para estar en ellas.

Todos sin sonrojarse, y a pies juntillas defienden las consignas más inverosímiles siempre que lo mande el partido, practicando así el deporte rey en las sedes políticas, y que no es otro que el «peloterismo partidil».

Sin darse cuenta ninguno de ellos, salvando honrosas excepciones, que en realidad las direcciones, y los acólitos con carné en el bolsillo, son sólo una gota de agua en el océano de la sociedad española, una sociedad que quiere y necesita madurar, una marea de votantes indignados que se quedan en casa sin querer ir a la «fiesta de la democracia» por los pueriles engaños, las masas humanas van del cabreo por tomarnos por tontos, hasta a el cachondeo patrio ante acciones o declaraciones de vergüenza ajena.

Jordi Rosiñol Lorenzo

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