ANALISIS

Federico J. Losantos: «La Fiscalía contra la Reconquista española»

He aquí también la razón profunda del auge de Vox: la defensa de la nación frente a los que buscan matarla en el presente dando por muerto su pasado

Federico J. Losantos: "La Fiscalía contra la Reconquista española"
Santiago Matamoros

La Fiscalía de Valencia ha abierto diligencias contra el Secretario General de Vox, a instancias de los Musulmanes contra la islamofobia, por atacar el confesado intento islamista de imponer la sharia en España y toda Europa, y por anunciar que su partido luchará para impedirlo.

He aquí una noticia aparentemente menor que plantea un problema fundamental: la demolición del sistema constitucional -artículo 20 que garantiza la libertad de expresión y que ignoran los demandantes y, sobre todo, la Fiscalía- y la liquidación de su base nacional, nada menos que a través de la Justicia, convertida en instancia ideológica punitiva mediante la arbitraria atribución del «delito de odio», encomiable contra Franco, delictivo contra el islam. Y he aquí también la razón profunda del auge de Vox: la defensa de la nación frente a los que buscan matarla en el presente dando por muerto su pasado.

La «Constitución Histórica» de España

La Reconquista, es decir, la reconstrucción de un Estado católico y occidental con siete siglos de vida -cinco como provincia romana, dos como reino godo independiente- destruido a comienzos del VIII por la invasión islámica, terminó con su reconstrucción entre 1492 y 1512, fechas de la Conquista de Granada y la incorporación de Navarra a Castilla. Esos siglos forjan las instituciones de un Estado católico y romano trasplantadas a América tras su descubrimiento, conquista y evangelización.

Son esas instituciones, hijas de la Reconquista, las que definen la civilización que España lleva al Nuevo Mundo. Y para la izquierda ha sido y es esencial negar esa civilización, hija de Grecia y Roma, del latín y del español.

No es casualidad que esa apertura de diligencias por la Fiscalía de Valencia contra lo que, antes de la de Cádiz en 1812, Jovellanos llamó «la constitución histórica de España», hija del derecho romano y germánico pero con el desarrollo propio de los fueros y Las Partidas, se produzca a instancias de quienes en la España actual pretenden prohibir cualquier crítica a su enemigo secular, el islam.

Y que coincida con el grotesco ataque a la Corona de España por el mexicano López Obrador, respaldado raudamente por Iglesias y Podemos, criatura de los genocidas venezolanos. Ni que Maduro sea el único en reconocer la república golpista de Cataluña.

En la condena del pasado y la destrucción del presente de España se unen la ETA y el golpismo catalán, el PSOE, Podemos y esa Izquierda cultural que, tras 40 años de democracia, sigue negando la nación española y su raíz histórica: lo que el pro-islamista Cebrián llamó «la insidiosa Reconquista».

Vox en Covadonga

Mathieu Bock-Côté describe muy bien en Le multuculturalisme comme religión politique (Cerf, 2016) las guerras culturales, anunciadas por Marcuse y Roszak como «contracultura» en USA, y que los hijos del 68 francés han definido como nueva legitimidad: la diversidad multicultural.

En rigor, se trata de la eliminación de las culturas nacionales europeas -y americanas- como fuentes básicas de transmisión de ideas y valores. Lo que entonces se puso en marcha, la negación de la civilización occidental, triunfa hoy, pese a que su argumentario se limita a negar las tradiciones que combate.

Es un nihilismo del presente que nos devuelve al sangriento utopismo comunista, el del joven Marx y el viejo Bakunin, desacreditado tras la caída del Muro pero que retoña con la implacable ferocidad leninista e impera en lo que Gramsci y compañía llamaban los «aparatos ideológicos del estado», especialmente en la educación y los medios de comunicación.

Se trata de un historicismo mostrenco, un apocalipsis semianalfabeto, una revolución sin posibilidad de reforma ante cualquier conflicto social: sexo, raza, religión, clase social, edad o educación. Podemos resumirlo así: el pasado, siempre que sea occidental, es culpable de todos los problemas presentes. Hay que destruir la sociedad propia culpabilizándola del fracaso de las sociedades ajenas.

México culpa a España, y la izquierda respalda la acusación. Cataluña o el País Vasco culpan a España de sus acomodados males y la Izquierda asiente. Lo católico y lo español son culpables de todo. Y la Reconquista, por española y católica, acaba siendo un blanco esencial. De la Leyenda Negra y de la barbarie roja que en esa Leyenda abreva.

Por eso es un acierto que Abascal haya querido empezar la campaña electoral en Covadonga. Y por eso es injusto que desde partidos o medios constitucionales se tome a broma que Vox se tome los símbolos en serio, algo que no han hecho nunca el PP y el PSOE, ni Ciudadanos ahora.

Es una derecha que vive culturalmente de permiso, a rebufo de la Izquierda. A la que no se le habría ocurrido jamás sacar a Franco de la fosa, pero que no se atreve a enfrentarse a los asaltatumbas, como el PP, o se une a ellos, como Ciudadanos, cuyo líder llama «cansino» a lo que es, simplemente, histórico.
Defender los símbolos

Lo que está sucediendo en tormo a Vox no es una alucinación ni una suerte de analfabetismo juvenil que tomara la historia como un videojuego. ¿Qué son la bandera y el Rey sino símbolos? ¿Y qué es la gran cruz de Cuelgamuros que quieren volar los comunistas marxistas o bakuninistas, los racistas del PNV y sus cascanueces de la ETA, sino el símbolo de toda una cultura, de una idea nacional que la izquierda revolucionaria quiso destruir, ni reformar ni debatir, que supondría compartir, de 1917 a 1939?

Lo más valioso de Vox, lo que debería perdurar e impregnar la lucha de los tres partidos que defienden la Nación y la Constitución es la defensa de lo que la izquierda cultural considera rancio o casposo. ¿Es rancio el Pelayo de Covadonga y no el inventado Breogán del himno de Galicia?

¿Es la España de los Reyes Católicos la fuente de todos nuestros males, incluso de los que no conocieron, y no la base de un Estado, el español, que recoge dos mil años de civilización, tres mil en el testamento de Domínguez Ortiz sobre lo que cabe llamar históricamente civilizado en la península ibérica?

El relato nacional medieval

En el último libro de Sánchez Dragó, que toma como pretexto a Abascal, dice éste que su idea de España debe mucho a Sánchez Albornoz. Y pocos libros como España un enigma histórico logran lo que hoy llaman un relato en el que la libertad y la nación sean fuente y caudal.

Y la base es, naturalmente, la Reconquista, insidiosa para proislámicos como Cebrián, intolerable para los musulmanes que aspiran a una España que se rinda a lo políticamente correcto y que con la ayuda de jueces y fiscales podemitas llaman «discurso de odio» a todo lo que respira o transpira amor a nuestra cultura, a nuestro pasado, a nuestros mitos y a nuestros símbolos.

No son sólo españoles, porque lo español ha tenido siempre, como todo lo importante en la civilización occidental, un horizonte de universalidad. Pero son, antes que nada, españoles, desde la lengua a la Historia comunes. Que es lo que quieren destruir los españicidas: todo lo que nos es común.

El impulso de deslegitimar y acabar ilegalizando lo más importante de lo que los grandes países europeos o de raíz europea han aportado a la Humanidad es la forma moderna de totalitarismo y un peligro mortal para toda cultura que, sin raíces, está condenada a desaparecer. No sólo pasa en España, pero pasa que nos pasa a nosotros.

Y no debemos dejarlo pasar.

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