Análisis

F. A. Juan Mata Hernández: «¿Pánico, ansiedad, miedo o placer?»

F. A. Juan Mata Hernández: "¿Pánico, ansiedad, miedo o placer?"
Pedro Sánchez con Joan Tardà y Gabriel Rufián. EP

Oigo el latir de mi corazón acelerado, pero trato de ignorarlo. La tensión no me abandona y busco la salida del sollozo impetuoso, ¿demasiado pronto o demasiado tarde? Las lágrimas no llegan y siento la necesidad fisiológica de huir de aquí, de pelear contra quien tratara de impedírmelo, porque sé que voy a sufrir un ataque de pánico, pero esa misma sensación me paraliza. Se diría que me aterroriza el miedo al miedo.

El miedo es quizá una de las emociones humanas más complejas: Nos puede producir recelo, angustia, terror, dependencia y sumisión, es verdad, pero también cierta forma de placer.

¿Pero por qué y de dónde surge este miedo tan paralizante?

Pues si les soy sincero, eso yo no lo sé. Sin duda es una simple crisis de ansiedad que se desata al ver al líder del PSOE prometer y templar; desmentir y pactar; sonreír a quienes nos desprecian y despreciar a quienes le situaron donde está. Se acercan unas elecciones múltiples en mi país, España, y temo, no sé qué temo, porque veo cosas que mucha gente parece ignorar. Es evidente que, como esto es una democracia y priman las mayorías, no debiera haber motivo para el pánico; sin embargo yo no puedo evitarlo.

Nunca me debería haber ocurrido. Ya lo decía mi padre q.e.p.d.: «La política, hijo mío, es para gentes pancistas. Y a los demás nos manejan a su antojo ¡Tú no te metas nunca en política!». Bueno, ya ven que no le he hecho excesivo caso, porque al mismo tiempo que me daba ese consejo, él y mi madre me inculcaban un amor temerario por mi patria, y yo trato de defenderla al verla en peligro. Además leo con pesar que quizás sean todos ellos los que están equivocados porque, antes de la segunda gran guerra, también la mayoría de alemanes votaron a Hitler pensando que sería un buen gobernante.

¡De qué, si no, me iba a meter yo a escribir artículos de prensa a estas alturas! Miren, les voy a confesar una cosa. Mis abuelos paternos eran gente sencilla, gente de bien sin excesivas ambiciones. Y, como mi padre decía, ellos también opinaban que no era bueno meterse en política. Claro que la política no es algo tan ajeno a lo que uno pueda impunemente renunciar porque, muchas veces, es la propia política la que se mete contra uno. Y así ocurrió que, aprovechando la circunstancia de la guerra civil, los suyos, los que opinaban lo mismo o parecido, estuvieron a punto de fusilarlos frente a un paredón, y sólo porque tenían otras viejas querellas que no habían olvidado.
Pero hoy, personas queridas, de mi propia familia alguna de ellas; amigos de siempre en quienes confiaría mi vida; gentes que parecen sensatas, pero que ignoran o desprecian alegremente esos temores que a mí me paralizan, todos dicen que mis recelos son infundados y que esto que me ocurre no es sino un ataque de ansiedad. Sin duda deben tener razón y ojalá sea así. Pero yo no puedo evitar ese sudor frío de quien teme acercarse a un caos infernal. Así que habrá que analizar algo más sobre lo que es y significa el miedo.

¿Sabían que hay personas que no tienen miedo?

La oportunidad de vivir sin sentir dolor parecería un paraíso en la Tierra. Pero el proceso evolutivo desarrolla el miedo como mecanismo defensivo ante una situación que pudiera causarnos daño. Las personas inmunes al dolor, un fenómeno que se denomina analgesia congénita, desconocen el miedo físico y evitan protegerse. Esa circunstancia les otorga menos probabilidades de sobrevivir y transmitir sus genes. Se estima que, quienes muestran esa singularidad, apenas representan uno entre un millón. Es una característica tan valorada, que se honra como héroe a quien lucha sin temor. ¿Se imaginan la demanda que tendría un ejército de soldados sin miedo alguno?

Desde ese punto de vista el miedo es un complemento y una extensión de la función del dolor. Nos alerta de peligros que no nos han ocasionado todavía ningún daño, sino más bien una amenaza a la salud o a la supervivencia. Del mismo modo en que el dolor aparece cuando algo nocivo ataca nuestro cuerpo, el miedo aparece en medio de una situación en la que se teme correr peligro.

Hay quien ve también en esa emoción una componente mística y el origen de las religiones. Nuestro hábitat, que resulta a menudo tan hostil, nos puede generar inseguridad y miedo. ¿Cómo enfrentar el problema? La búsqueda de un apoyo capaz de desafiar esos riesgos dio origen a que el hombre primitivo descubriera el fenómeno religioso. Es obvio, no obstante, que aquellas religiones llamadas a proteger, tenían también una muy alta relación con el miedo humano. Tal es así que, incluso hasta hace bien poco, muchos de nosotros fuimos educados en un cristianismo donde primaba el temor a un Dios justiciero. Miedo al castigo con un infierno de suplicios y llamas eternas, a manos de demonios atormentadores que mortificarían hasta el infinito las almas. Así, ya desde el Génesis, el primer libro bíblico, el miedo al castigo divino campaba por doquier. Veamos a ese respecto una cita: «Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú? Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí». Desde este punto de vista se puede considerar el miedo religioso como parte de la cultura a la que se pertenece; aunque también es cierto que hoy el cristianismo ha evolucionado, y se comprende que nuestra religión es más una esperanza, por el amor de Dios hacia nosotros sus hijos, que un temor.

Desearía decir también que atacar un dolor insufrible, como puede ser el miedo, es una labor profundamente cristiana. En efecto, el ejemplo de Jesús y toda su doctrina evangélica se dirige más hacia suprimir el sufrimiento y hacer más humana la vida, que a denunciar pecados o exigir penitencia a los pecadores. Médicos, psicólogos, y todo tipo de terapeutas de vocación, serían por tanto, tareas tan cristianas o más que el propio sacerdocio.

La RAE define el término con dos acepciones, como: «Angustia por un riesgo o daño real o imaginario» y «Recelo o aprensión que alguien tiene de que le suceda algo contrario a lo que desea». La palabra proviene del vocablo latino «metus» y se ajusta como anillo al dedo, a lo que ya les he dicho que siento yo ahora.

¿Angustia, recelo, aprensión?… y parece que el más grave efecto negativo que tiene esta emoción primaria es precisamente la ansiedad, o miedo neurótico, que se deriva del temor por algo imaginario. Se trata, en realidad, del miedo a no saber resolver lo que se nos viene encima.

¿Qué es lo que se nos viene encima realmente? ¿Tenemos la certeza de que es tan importante y tan real o que nos va en ello la vida? Hoy, en vísperas de unas elecciones múltiples y con un panorama tan oscuro en que todo parece aventurar que estaremos en manos de quienes pretenden destruir nuestro país, el miedo que yo siento es un fenómeno natural, pero también podría ser una mera aprensión porque las encuestas señalen que no triunfará el partido que yo desearía.

¿Pero, sabían que el miedo es una notable fuente de placer?
Cuando veo que mis nietos disfrutan en una montaña rusa, compitiendo en un salto de riesgo, o viendo una película de terror, comprendo que también el miedo es un placer al que no resulta fácil renunciar. Parece incongruente que paguemos para gozar del miedo, pero no cabe duda de que el terror contenido sea una experiencia de éxito. Hoy será el salto de una valla, pero mañana, si la economía lo permite, puede ser una ascensión al Everest o un viaje a Marte. Ustedes saben muy bien que no estoy exagerando.

Y quizá ahí resida la explicación del resultado de las próximas elecciones generales, autonómicas y europeas en España. Muchos creerán que están viajando hacia un planeta nuevo… ¿Quién sabe si encontrarán en ese éxodo al Principito?

CONTRIBUYE CON PERIODISTA DIGITAL

QUEREMOS SEGUIR SIENDO UN MEDIO DE COMUNICACIÓN LIBRE

Buscamos personas comprometidas que nos apoyen

COLABORA

Lo más leído