Análisis

F. A. Juan Mata Hernández: «Del gen egoísta al meme altruista»

F. A. Juan Mata Hernández: "Del gen egoísta al meme altruista"
Richard Dawkins

El gen egoísta es una obra de Richard Dawkins que analiza las bases biológicas en el comportamiento animal. En más de una ocasión he debatido acaloradamente sobre este tema con mi amigo Diego, sentado frente a mí, en la cafetería de la Facultad de Medicina de la Autónoma de Madrid. ¿Se podría pensar que discutíamos o sería esa una escusa para buscar una respuesta lógica? Fuese una cosa o la otra, estoy seguro de que la vida es demasiado compleja como para pretender entenderla y, quizá, el único valor añadido de esas conversaciones estuviera en desperezar nuestras células grises en un ambiente de amistad. El gen egoísta nos habla precisamente de eso. De que las moléculas adoptaron la cualidad de hacer copias de sí mismas multiplicándose y uniéndose a otras afines: formando el sujeto de la selección, el gen. A los amigos nos gusta debatir sobre temas en los que coincidimos en lo fundamental, aunque con diferente punto de vista; luego, seguramente de esas coincidencias y diferencias surge la amistad. ¿A qué negarlo?

La aportación de Dawkins consiste en situar la unidad de herencia para la selección en el gen; por encima de la especie, el grupo, e incluso el propio individuo. Es el gen quien adquiere la responsabilidad de perpetuarse, y los seres humanos existimos porque se han preservado los nuestros. Aunque, éstos, al replicarse no persiguen eternizarse, como si fueran seres conscientes. Sencillamente existen, y los que mejor se adaptan son los que se mantienen, por eso son egoístas puesto que lo hacen a costa de los vecinos. Sin embargo, el ADN que agrupa esos genes recoge también errores ocasionales en la replicación, y alguna influencia externa.

Hasta aquí valdría la afirmación de mi amigo cuando me dice taciturno: «Nosotros somos pura química». Yo discrepo en lo fundamental porque opino que es más importante aún la cultura y el modo en que pretendemos interpretar los sucesos, que nuestras existencias de serotonina, dopamina, etcétera… Nuestra vida cultural, la que resulta de la tertulia, lectura, contemplación y convivencia con los demás, está llena de impulsos que parecen propagarse como virus de una mente a otra; ideas, dichos, modas, tonos y en suma, todos esos mensajes que tienen vida propia, a los que Dawkins llama memes -del griego mimeme o imitación-. Incorpora, pues, un nuevo tipo de replicante externo al gen y por tanto a la bioquímica.

Recibidos así los memes por nuestro cerebro; allí se transformarían en opiniones y crearían réplicas de modo que, a través de los medios, podrían establecerse en infinidad de cerebros en un tiempo ínfimo. Vean el ejemplo en este mismo artículo que ustedes están teniendo la amabilidad de leer. Él mismo sería un meme de lo que mi cerebro ha elaborado sobre la evolución, el egoísmo y el altruismo. Aunque mis genes egoístas han creado el cerebro, éste es quien toma las riendas de mi comportamiento; por ello, bien pudiera transmitir ahora ideas menos interesadas y más altruistas, contrarias al objetivo de quienes lo generaron. Pero así como los genes que pueden hacer copias no siempre lo hacen con éxito, es evidente que algunos memes tienen más posibilidad de triunfo que otros. Seguramente el que emitieran, por ejemplo en otro artículo, los cerebros de Alfonso Rojo, o Arturo Pérez Reverte, sobre el mismo tema, serían para ustedes más fiables. Y aunque en algunos casos podrían reforzar los míos, también puede ocurrir que se contradigan.

Pero los genes egoístas no tienen visión de futuro. Además, la persona tiene capacidad de predicción y puede ser altruista, con lo que se prepararía para cambiarla y no perseguir solamente intereses egoístas inmediatos. La epigenética nos dice hoy que la propia experiencia marcará también nuestro material genético, y esas marcas serían transmitidas a generaciones futuras. Sin duda, nos influyen los genes que llevamos, pero sólo el hombre puede condicionar ese comportamiento.

¿Pero entonces, qué somos los humanos? ¿Egoístas o altruistas?

La pregunta apuntaba al argumento básico de comportamiento de mi amigo; así que él respondió de inmediato que la química de los genes egoístas nos condiciona a ser así. Yo traía preparada la respuesta en boca de un párrafo del libro «Teoría de los Sentimientos Morales» de Adam Smith, que dice así: «Por más egoísta que quiera suponerse al hombre, evidentemente hay algunos elementos en su naturaleza que lo hacen interesarse en la suerte de los otros de tal modo que la felicidad de éstos le es necesaria, aunque de ello nada obtenga, a no ser el placer de presenciarla». El tono del texto era tan firme y tan real que ambos permanecimos callados tratando de digerirlo. Pero, claro, también es el propio Adam Smith quien declara que en el mundo del comercio el hombre busca siempre su interés personal para obtener el máximo beneficio.

Mi interlocutor estaba más de acuerdo con el último enfoque, eso saltaba a la vista. Él considera que son los propios sentimientos derivados de nuestra «química», quienes nos dotan de las hormonas que proporcionan la simpatía, la empatía o el buen humor, tan necesarios para caer bien a los demás. Por tanto, y según mi amigo, la relación cultural no sería causa sino consecuencia de nuestra química, aunque, en realidad, él tampoco ve la vida en sociedad como algo necesariamente positivo para el hombre.

Tratamos de asimilar la aparente contradicción y concluimos que toda acción humana conlleva una cierta relación entre lo que se da y lo que se espera recibir. Así, podemos pensar que el generoso se conforma con recibir gratitud, y la altruista admiración. Quizá ambos dejarían de serlo si comprobasen una y otra vez que sus gestos no devuelven el efecto de gratitud o admiración que esperaban. Visto así, el concepto se vaciaría de contenido puesto que se reduciría a una mera transacción de bienes o servicios por sentimientos.

Curiosamente, Adam Smith, intercala en su libro un término que denomina «simpatía», y que vendría a corroborar la teoría del gen egoísta de Dawkins. Lo define el autor como la atracción que tenemos hacia otros de modo que esperamos y deseamos su aprobación hacia nuestros actos. Es algo así como el hecho lógico de que yo deseara que todos ustedes juzgaran favorablemente la exposición de mis ideas en libros, poemas, o artículos de los medios.

Esa «simpatía» adquiere mayor importancia cuando la relación es más próxima, de manera que en el centro estaríamos nosotros mismos con nuestra autoestima, luego nuestra familia, hijos, parientes y amigos. En este proceso social, la compensación reside en que se aprueben nuestros valores. Cuando un intercambio de ese tipo se hace general, es decir, que lo compartimos con personas con las que apenas tenemos relación, se convierte en una norma ética y moral de convivencia.

Nunca hasta ahora me había detenido a pensar en que las historias heroicas pudieran ser meras transacciones de esfuerzo y valor por admiración, seguramente porque también hay muchos héroes anónimos que no la recibieron. Finalmente ni Diego ni yo compraremos en ese mercado, como tampoco a los voceros que proclaman el valor de quienes se inmolan por una causa esperando la gloria eterna, de lo cual, además, mi amigo es bastante escéptico.

Dawkins, en su libro, transmite la esperanza de que la especie humana -única en la tierra con posibilidad de rebelarse contra el gen egoísta- decida desafiarlos y generalice el altruismo en el mundo.

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