Reconozco que me emocionan aquellas gentes amables, con capacidad de aguante, que continuamente avivan encuentros en paz y por la paz. Suelen activar lo armónico en su lenguaje e impulsar el dialogo como una forma de trabajar unidos en la construcción de un ambiente tolerante y de respeto entre unos y otros. En efecto, los moradores del mundo presente, han de aprender a apreciarse y a entenderse más y mejor. Luego, si importante es desarrollar puntos de convergencia, también es fundamental promover un mayor grado de cooperación entre culturas, al menos para la mitigación del cambio climático, pues ha de darse la transformación de una economía gris a una economía verde, de una finanzas de intereses para algunos, a una riqueza que ayuda a vivir, porque realmente se comparten los beneficios, contribuyendo de este modo a fraternizar, en lugar de rivalizar y desunir. Al fin y al cabo, una buena dosis de coraje, sobre todo a la hora de aceptar las diferencias, también socorrerá a propiciar sociedades más equitativas, a través de esa innata tranquilidad que injertan, por sí mismo, las medidas conciliadoras y servicios altruistas. Por tanto, lo objetivamente significativo es alentar al perdón y a la compasión entre las personas.
En la otra orilla existencial, también observo gentes depravadas, envilecidas como jamás, tan insaciables como insociables, que me entristecen a más no poder. Son esos gentíos de intransigentes que todo lo aíslan y envenenan. Solo hay que adentrarse en las redes sociales para ver las riadas de insultos o de hablar mal del semejante. Realmente somos una generación de charlatanes asesinos. Las habladurías, las calumnias, la difamación, es otra manera de matar que está ahí, y que tiene su raíz en el odio. Por eso, es substancial eliminar rencores. Es cierto, que ya en otras épocas, la humanidad ha transitado por este calvario; no en vano, la Asamblea General de Naciones Unidas, reconociendo la necesidad de eliminar todas las formas de discriminación e intolerancia, en su resolución 72/130, declaró el 16 de mayo como el Día Internacional de la Convivencia en Paz, enfatizando la importante función de la sociedad civil, incluidos el mundo académico y los grupos de voluntarios, en el fomento del diálogo entre religiones y sapiencias, alentando a que se apoyen medidas prácticas que movilicen a la sociedad civil, como la creación de capacidad por lo auténtico, mediante oportunidades y marcos de colaboración que nos insten a superar las injusticias y este cúmulo de territorios de falsedad, en el que sus gobiernos suelen ser los más cínicos. En verdad, hay ciudadanos cuyo credo es una mentira detrás de otra.
No es cuestión, por tanto, de hacerse poderoso o temible, lo esencial es volverse afable, máxime en un tiempo en el que el mundo se está transformando sin cesar y muy rápido. Además, si hemos de desechar algo, que sean la tristeza y la melancolía. Pongámonos en disposición de abrazarnos. Los pactos son necesarios. Por ello, me quedo con la apuesta de que la vida es corta y que para disfrutarla, cuando menos, hemos de ser amables. Las complicaciones suelen surgir de nosotros mismos. En todo caso, hay que perseverar siempre y, sobre todo, tener confianza en uno mismo, para elaborar proyectos y compartirlos. De todo se sale con esfuerzo y tesón. Unas veces nos bastará con guardar silencio para que el disfraz cese. En otras ocasiones, será preciso ponerse en guardia para responder sabiamente, pregonar en tono sensato, y resolver imparcialmente. Sea como fuere, siempre tendremos otra alegría en el cuerpo, extendiendo la mano al que nos pide auxilio. Esto es que lo realmente contribuye a hermanarnos y a no usar la lógica, tan extendida como inhumana, de que el pez grande se come al chico.
Pensemos que en la Declaración del Milenio y su resolución 70/1, de 25 de septiembre de 2015, de Naciones Unidas, titulada «Transformar nuestro mundo: la Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible», ya establece la importancia de propiciar sociedades pacíficas, justas e inclusivas, que estén libres del temor y la violencia. La contundente concepción de la mayor organización internacional existente de que «no puede haber desarrollo sostenible sin paz, ni paz sin desarrollo sostenible», nos viene a decir, en definitiva, que la fuerza de lo agradable y el coraje del aguante, puede ser un faro luminoso, para el camino que nos espera, a poco que pongamos corazón en nuestras acciones, ya que son tantas las emergencias en el mundo de hoy, que muchas veces los recursos se quedan escasos. No olvidemos que sólo podemos darnos y salvaguardarnos en la vida, donándonos entre sí. Tengámoslo presente siempre.