Dejo a un lado el debate acerca de si el momento histórico, social y político por el que atraviesa este país, que mal que a algunos les pese se sigue llamando España, guarda más similitudes con el mes de noviembre de 1933, en que las derechas de la CEDA ganaron las elecciones y las izquierdas les impidieron gobernar o con el de febrero de 1936.
En este último, unas fraudulentas elecciones cuya victoria se atribuyó el Frente Popular -así se demostró años después en muchas provincias donde se destruyeron las actas- hicieron perder al Estado el monopolio de la violencia legítima y desencadenaron el caos, la violencia callejera y en último término un levantamiento militar cinco meses después. Me interesan más el presente y el futuro inmediato. Y estos, no pueden ser más sombríos.
España al borde del caos
Lo cierto es que un mes y medio de encierro domiciliario, o confinamiento, y un Estado de Alarma que la Carta Magna -la que los socios comunistas de Sánchez retuercen a su antojo citando solo la parte que les interesa- prescribe para un máximo de sesenta días pero que el gobierno pretende prorrogar todo cuanto le permita la oposición, han situado a España en su mayor nivel de crispación social, de emergencia económica y de caos político que se recuerda, precisamente, desde nuestra última Guerra Civil.
El panorama es, sencillamente, dantesco. Casi prebélico. Con un PIB que, solo en quince días de marzo, ha registrado su mayor caída desde el inicio de aquella conflagración, un 5,2 por ciento y unas colas en los comedores de caridad que, según datos de Cáritas y algunas ONGs independientes, se han multiplicado por cuatro en distritos como el del madrileño Puente de Vallecas.
Añádase un encabronamiento general, al borde del estallido social, y un encanallamiento parlamentario como no se recuerda en los últimos noventa años. Con semejante panorama, el ejecutivo haría mejor en mejorar su nefasta comunicación, en incrementar su nivel de empatía con la gente, en esforzarse en dialogar… y en dejar de mentir.
La gran mentira de Sánchez. Las tres mentiras de Illa
Dialogar, presidente, no es decidir lo que le imponen sus socios comunistas y después presentar tales dislates como un trágala a la oposición bajo el manto de la emergencia nacional y el: “Si no me apoyáis, estáis contribuyendo al caos y a que aumente el número de muertos”. Estas técnicas de propaganda están bien para regímenes alejados del nuestro, pero créame, de tan preparados asesores en las nuevas tendencias que optimizan la comunicación política esperábamos más en el primer mundo.
No mentir supone que dejen de hablar de un fantasmal escudo social que solo ha visto un porcentaje ínfimo de la sociedad española. ¿Cree usted, presidente, que cuando llegue el 10 de mayo y millones de españoles, incluidos en los ERTE, sigan sin cobrar, van a poder frenar su cólera?
Si todo va como algunos barruntamos, el lío no va a ser las fases de la desescalada, ni cuando pasamos de la uno a la dos… sino contener el orden público. No pierda de vista el sur de Italia, donde cuando empezaron a cundir el desabastecimiento y el hambre muchos desesperados comenzaron a asaltar supermercados. ¿Le parece esto una profecía de la catástrofe propia de un agitador, un estúpido o un iluminado? Siéntese a esperar y vaya pidiendo informes a sus servicios… que para eso los tiene.
No mentir, ministro Illa, supone no repetir demasiado que: “El gobierno no va a ciegas”, cuando es evidente que así ha sido ante la ausencia masiva de tests. O contestar en rueda de prensa que: “Los tests en el Sistema Nacional de Salud son gratuitos”, cuando no los hay ni para el personal sanitario y un laboratorio privado de Madrid los cobra a 60 euros.
No mentir supone no repetir que durante este Estado de Alarma no se han vulnerado derechos fundamentales, cuando es evidente que así ha sido, no siendo el menor de ellos el de la libertad deambulatoria, solo previsto para Estados de Excepción. Ya sé que lo suyo es la Filosofía, como lo mío el Periodismo y la Economía, pero tiene constitucionalistas a mano que le sacarán de dudas.
Ser empáticos pasa, señor Illa, por no tutear con displicencia a un grupo de periodistas que hacen su trabajo y que le tratan de usted. O no decirles a los hosteleros, señora Ribera, que: “El que no se sienta cómodo, que no abra”. Con la que está cayendo y la que queda por caer, no creo que ese “mal rollito” sea para ustedes la mejor idea.
El “desescalamiento”; las fases del nuevo vasallaje
Le gusta a este gobierno, cada vez más, hablar de una “nueva normalidad” que a muchos nos recuerda aquella tenebrosa “neolengua” de Orwell, por ser suaves. Una situación que cada vez a menos agrada y a más atemoriza… cuando no encoleriza.
¿Es la “nueva normalidad” volver a las calles a través de unas fases que, tanto el “comandante en jefe” como el ministro de Sanidad son incapaces de explicar, absurdas, contradictorias, ininteligibles, y que muchos califican ya de sucesivos “toques de queda” por etapas del día, o por “franjas” como las llama el gobierno?
¿Será la nueva normalidad los crecientes ataques, de momento dialécticos, a la propiedad privada y por ende a la seguridad jurídica que vienen perpetrando el “copresidente” Iglesias y los ministros de su partido?
Si esperan así evitar una ya muy verosímil intervención de Bruselas y el regalo de una multimillonaria inyección económica a fondo perdido que, solo en su imaginación, podrían manejar a su antojo, que verdes las vayan segando.
Futuro hispano con sabor venezolano
Son millones ya los españoles que han llegado al convencimiento de que el Estado de Alarma no es más que el peor subterfugio, en mitad de una tragedia histórica, para que el actual jefe del Ejecutivo se mantenga en el poder el mayor número de meses posible. Un presidente que funciona mejor bajo presión, ya lo sabemos, y que ha demostrado alcanzar solo velocidad de crucero cuando está en funciones o en situaciones de excepcionalidad.
Las intenciones “sanchistas” ya están claras. Hasta ahora no ha contado más que con una generosidad del grupo mayoritario de la oposición -tanto que hablan algunos de Portugal- digna una respuesta de mayor altura política. Un grupo popular, incluyo a Ciudadanos e incluso a Vox que en primera instancia también apoyó la primera petición de prórroga, que no han recibido a cambio más que desprecio y arrogancia… y la presentación de las decisiones del Consejo de Ministros, muchas forzadas por Podemos, como hechos consumados.
Pero desde la primera semana de mayo, a punto de arrancar, el bonus se le ha terminado, presidente. Y yo que usted también comenzaría a preocuparme por ese lado. Está en manos de Iglesias… y lo sabe. El “copresidente” de facto es la única persona en España capaz de hacerle caer, en horas 24 que diría un castizo. Y no le queda duda que lo hará… en cuanto empiecen las protestas en la calle. Lo hará para ponerse al frente de ellas. Porque las intenciones de Iglesias también están claras: convertir a España en la primera Venezuela del Mediterráneo.
Lo tiene muy complicado, señor Sánchez. Casi tanto como los 47 millones de españoles que dependemos de usted. Si la oposición no le da más “blancas”, como en la “mili” y la pandemia, ojalá, va remitiendo, está usted muerto políticamente. Otrosí digo: si Pablo Casado, con cuyos escaños le sería suficiente, le vuelve a hacer el favor, quien tendría el tiempo medido sería el presidente del Partido Popular.