Federico Jiménez Losantos, tanto en su tribuna de El Mundo como en su editorial de ‘Es la Mañana de Federico’ (esRadio) de este 17 de julio de 2020, termina de enterrar al Gobierno socialcomunista después del supuesto homenaje a las víctimas por el coronavirus:
Faltaba la mitad de los muertos y sobraba la mitad de los vivos. Así, era imposible que un funeral de Estado no pareciera comatoso, y la ceremonia, tristimonia. En España llevamos dos mil años de cristianismo, con unos últimos cinco siglos extraordinarios. Y los ritos fúnebres del catolicismo español son de una belleza inapelable. Por eso, el funeral por todos los muertos del Covid-19 ha sido el de la Almudena, al que no quisieron ir el Gobierno y sus bandas.
Subraya el periodista turolense que, a pesar de los esfuerzos por intentar despojar al acto del Palacio Real de la palabra ‘funeral’, la ceremonia fue lo que fue:
A pesar del grotesco discurso de Iván Redondo que leyó el monaguillo Osoro, aquello fue, simplemente, eso: un funeral, con la Familia Real de luto y los presentes de negro, de oscuro o de respeto, tres formas de rendir tributo a nuestros difuntos desde hace siglos. Lo que no sea eso, sabe a poco.
El acto de ayer, concebido como homenaje del Gobierno a sí mismo, acabó en una especie de funeral de Eurovisión o de capilla de aeropuerto, que sirve para todos los cultos y no emociona a nadie. La parada en la Plaza de la Armería, cuyos espacios vacíos recordaban a los 20.000 muertos borrados criminalmente por el Gobierno, no se sabía lo que era, y cuando se adivinaba, era peor.
Prosigue Losantos masacrando el homenaje y hace una comparativa histórica más que conveniente:
A veces, parecía una grabación al aire libre de la Orquesta de RTVE, que, por cierto, interpretó admirablemente el Himno Nacional. Le faltó el kiosko. Otras veces, recordaba un funeral por los caídos en el Desembarco de Normandía.
Pero los dos cementerios que hay allí, el de los Aliados, con sus sencillas y elegantes cruces blancas alineadas al estilo de Arlington, y el alemán, perdidamente romántico, en grupos de cinco cruces de color ferruginoso a la sombra de robles y tilos, rinden un mismo homenaje a los muertos con dos estéticas distintas: los aliados, al sol griego de la geometría; los nazis, en la umbría de los bosques germanos. Y el padre, abuelo o bisabuelo de John o de Johan, que murieron el mismo día y a la misma hora, con 18 años, salen de allí muy consolados.
Y no olvida una de las estampas más surrealistas del funeral, la presencia del director del Centro Coordinador de Alertas y Emergencias Sanitarias con una mascarilla carnavalesca:
Ayer, faltó que Fernando Simón, con su mascarilla de tiburones, diera vueltas al círculo de autoridades con su muertecicleta, haciendo caballitos ante las autoridades, si es que el acto permitía conservar alguna autoridad. También se hicieron notar la influencer del Senado, enjaezada para una boda en Sitges, y el vicepresidente, al que le faltaron las chanclas y, al otro lado de la mascarilla sindical, un «¡Hola Dina!» sobre el Ceomo de Borja.
