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No, no me imagino una Navidad cristiana en Europa sin cena familiar de Nochebuena ni comida de Navidad; sin mercadillos que recorrer en calles, plazas y plazuelas; sin árboles con luces de colores, y sin conciertos a los que asistir para escuchar villancicos y música de la familia Strauss.
Tampoco sin visitar Nacimientos con hijos y nietos, sin subirnos con ellos a los tiovivos para dar vueltas en los caballitos, comer castañas asadas, tomar chocolate con churros, escuchar los Coros en la calle, ver al Olentzero, acudir a la Cabalgata de los Reyes Magos y festejar los premios de la Lotería Nacional.
No, no me la imagino ni quiero pensar que el Covid-19 esparcido desde China, consciente o inconscientemente, nos deje este año sin Navidad cristiana por mucho Estado de alarma decretado.
Navidad sin regalos, sin calor familiar, sin solidaridad en las calles, sin alegría en las almas. No será entonces nuestra Navidad sino una maldición asiática que también nos privará de comer en un restaurante con compañeros de empresa para felicitarnos las fiestas o con fraternales amigos para abrazarnos, besarnos y desearnos ¡Feliz Nochebuena!
“Quédense en casa. Estos días nos jugamos la Navidad”, ha implorado a sus ciudadanos la Canciller alemana Angela Merkel, a quienes ha pedido que “mientras sea posible, por favor, permanezcan en casa. Sé que además de sonar duro, en casos individuales representa todo un sacrificio”, pero “la forma en que vivamos el invierno y cómo celebraremos la Navidad se está decidiendo estos días”.
Y Christian Drosten, director del Instituto de Virología de Berlín y uno de los expertos que asesoran al Gobierno alemán, nunca ha aconsejado confinamientos obligatorios generalizados. Desde el primer día ha recomendado el uso de la mascarilla en espacios cerrados o en los que se concentren muchas personas, pero insiste en la conveniencia de evitarla al aire libre y en la calle Y sigue defendiendo que la mejor barrera es la distancia de seguridad y la responsabilidad ciudadana, además de la solvencia del sistema sanitario.
Para los españoles, la solvencia del sistema sanitario no está en cuestión, la distancia de seguridad no siempre se respeta, pero la responsabilidad ciudadana está en entredicho, principalmente entre determinados colectivos de jóvenes y no tan jóvenes.
Y como no estamos en China, en Cuba o en otras dictaduras para encerrar a cal y canto a esos inciviles, solo caben campañas pedagógicas públicas exhaustivas en redes sociales y medios de comunicación para educar y concienciar, mientras simultáneamente se reparten palos y zanahorias hasta que dentro de un año tengamos una vacuna eficaz contra esta maldita pandemia.
Con estos bueyes hay que arar, pero no me imagino a ninguna autoridad, ni a Pedro Sánchez Pérez-Castejón dando instrucciones a Salvador Illa Roca y a Fernando Grande-Marlaska Gómez para impedir todo lo que los españoles y occidentales hacemos en familia en Navidad.
Ni me resigno, ni lo acepto.