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Carlos Dávila: «El Libro Rojo de Pedrete»

Esta última propuesta no es la idea de Fofito o de Pedro Ruiz y su Petete; es la decantación ideológica del cocido cerebral de Sánchez

Carlos Dávila: "El Libro Rojo de Pedrete"
Sánchez. PD

¡Gran hallazgo! ¡Enorme e histórico avance! Resulta que como no va a haber niños, los que queden van a tocar a más. Más plastilina, más sitio en el recreo, inglés y chino para todos, profesores nativos de latín… en fin: gloria bendita para el 2050. No es broma. No es el documento, el ingenio sideral de un bodoque más o menos chiflado; el profesor chiflado.

Es una de las serias  propuestas que el jueves presentó Sánchez en su almanaque de aquí a 30 años. Largo me lo fiais. No es de extrañar que los principales prebostes empresariales del país le dejaran solo con Iván Redondo haciendo de clac (o claque), y algún forofo saludando al ¡oh, líder! de puño a puño, tal y como ahora se lleva. Rojos algunos, verdes casi todos y, desde luego progres como el caso mandaba.

Los ausentes (alguno se largó de Madrid para no caer en la tentación de acudir) están que trinan; la última jugada ha sido la “CEOE amarilla” que se ha inventado Sánchez y que ha presentado nada menos que en la Universidad su ilustradísima señora. O sea, no quieres taza, pues taza y media en forma de patronal domeñada.

El Libro Rojo (o Verde) de Pedrete es un ejercicio infantil de intenciones variadas; incluso alguna puede ser que sea buena. Desde luego transpira feminismo porque no es concebible que no sea así en estos tiempos, pero eso al final es farfolla, donde hay que fijarse es en el auténtico objetivo que no es otro que una sociedad dependiente, hasta para respirar, del Estado.

Al individuo despistado se le tiene que convencer de que no se queje de la angostura fiscal a la que se le quiere someter; todo se hace por su bienestar, ¡faltaría más! Coloquialmente: que te quieres subir a un coche, aunque sea tuyo, de aquí al 50, tasa que te crió; que pretendes engullir un rico escalope vienés, pues el rebozado te va a salir por un congo; que te gusta el avión para viajar de Madrid a Valencia, pues el viaje te será más oneroso que una vueltecita por los aires de Ceuta en el helicóptero presidencial.

Y además, como ya no habrá niños porque hacer un plan de natalidad es franquismo puro, hay que importar inmigrantes, 250.000 al año, siete millones y medio en treinta años. Hombres, mujeres, niños incluso, que con éstos sí se cuenta porque serán extranjeros.

Y cuidado, porque esta última propuesta no es la idea de Fofito o de Pedro Ruiz y su Petete; es la decantación ideológica del cocido cerebral de Sánchez. Nada inocente por cierto. Está muy pensada, teletrabajada con fines muy específicos de cirugía social. Se trata de un ejercicio de disolución de nuestra sempiterna identidad nacional; o sea que lo deseable para el 50 es que haya menos habitantes españoles nacidos en Bilbao (y eso que los de Bilbao nacen donde quieren) que en la marroquí Nador, pongamos por ejemplo. Si el siniestro programa de Pedrete Sánchez se va cumpliendo en todas sus etapas la actual invasión de Ceuta y Melilla será sólo una excursión de fin de curso colegial.

Pedrete se estudió por encima el infame tocho, simulador sociológico, que le preparó el gurucillo Redondo, su mercenario de cabecera, y lo presentó como todo un “Plan de Estado” para los venideros treinta años. Un Gobierno, inflamado de propaganda y marketing, un Gobierno que carece, como está denunciado Bruselas, de un modesto plan para encarar el fin de la maldita pandemia, pero que se adorna ahora con una prospectiva para tres décadas en la que, eso sí, no faltan cuadros con muchas ordenadas y abcisas para encubrir o confundir la realidad más inmediata. Fíjense, sin ir más lejos, en ese dibujo que pinta una actualidad que ni siquiera se expresa, y culmina con el trazo de una línea ascendente, enero del 50, con esta leyenda: “Marco favorable”.

Así, con un par. Es todo un trampantojo repleto de deseos engañosos y también -esas no pueden faltar en Pedrete- promesas. Un ejercicio de prestidigitación política y sociológica que tiene la misma vocación duradera que el consabido caramelo a la puerta de una escuela.

Lo probable es que sin la hecatombe electoral de Madrid, el panfleto de Gargantúa dormiría aún en cualquier cajón de La Moncloa. Es un librete rojo lleno de impuestos a cada cual más injusto, y verde para embuste de quienes a estas alturas aún creen que Sánchez ha diseñado los molinillos de viento que cubren un porcentaje mínimo de nuestras necesidades energéticas, y que, a mayor abundamiento, es el auténtico descubridor de las vacunas que nos van a rescatar a todos de la infección y de la muerte. El Libro Rojo (o Verde) de Pedrete se asemeja al catecismo Astete de los 50 y 60 del pasado siglo que inducía las respuestas a preguntas convencionales y que, sobre todo, buscaba crear una sensación de culpa a todo infante que transgredía aquellos principios. La argucia de Sánchez es más o menos la misma, dicho en román paladino: “Yo os digo cómo os tenéis que comportar, y os doy libertad para equivocaros”.

El Libro Rojo (o Verde) de Pedrete es la obra de un trilero, que ha envuelto su fantasmagórico egocentrismo en una obra carísima para la que ha encontrado la colaboración de un grupo de voluntarios cazados a lazo que, una vez más, no se dice quiénes son, ni de dónde vienen.

De ellos sólo se sabe algo cierto: no han trabajado gratis. Tampoco quieren aparecer como los escritores de un panfleto energuménico que se va a olvidar en tres días. Un apuesta corta en el tiempo: si alguien de aquí al 31 de diciembre de este año vuelve a hablar de este Libro, es que lo ha encontrado en una biblioteca de viejo. Esa es su prestancia.

Carlos Dávila

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