Abogado y editor

Jerónimo Páez: «Las venas abiertas del pueblo palestino»

"Uno pierde la esperanza de que este conflicto vaya a resolverse"

Jerónimo Páez: "Las venas abiertas del pueblo palestino"

Cuando se comprueba la destrucción a la que Netanyahu y los halcones israelíes están sometiendo a la población civil de Gaza y el puño de hierro con el que tratan a los palestinos que viven en Cisjordania, tras reducir continuamente el territorio en el que les permiten vivir en pésimas condiciones -una cárcel al aire libre-, uno pierde la esperanza de que este conflicto vaya a resolverse.

Los palestinos casi nunca han tenido una vida fácil y todavía menos placentera. En los últimos siglos han vivido oprimidos por el Imperio Otomano, luego sometidos al Mandato Británico y cuando por fin podían ser libres, tuvieron la desgracia de que numerosos judíos sionistas empezaron a emigrar a sus territorios. Ni en la peor de sus pesadillas podrían haber imaginado que, a raíz de esta inesperada invasión, iban a descender a los infiernos y que 70 años después, ni siquiera podrían acariciar la idea de salir, aunque fuera al purgatorio. No habían hecho nada para merecer un castigo de tales proporciones.

Esta situación está llegando a extremos inconcebibles debido al Gobierno de Netanyahu, que alcanzó el poder en el año 2009 y todavía, desafortunadamente, lo mantiene. Este político extremista y reaccionario está decidido a negar el pan y la sal al pueblo palestino, con el apoyo de Occidente, sobre todo de EEUU, hasta tal extremo que ni siquiera Obama en su día ni tampoco su vicepresidente Biden, hicieron gran cosa para avanzar hacia la paz. Este último, hoy día presidente, tampoco ahora toda vez que podía haber impuesto la tregua cuando estalló este nuevo enfrentamiento.

Es de temer que quienes hayan nacido árabes en esos parajes y en estos tiempos difícilmente podrán sobrevivir, salvo que estén dispuestos a soportar cuantas humillaciones les impongan los colonizadores israelíes, que a principios del siglo XX llegaron a Palestina huyendo de las persecuciones que sufrían en Europa. Primero fueron pocos; eso sí, altaneros, decididos y agresivos. En el fondo no tenían demasiado respeto por los nativos: «Una tierra sin pueblo, decían, y ellos, un pueblo sin tierra». Luego emigraron masivamente después de la Segunda Guerra Mundial, tras la tragedia que sufrieron debido a la locura asesina nazi.

Como quiera que un pueblo que se precie no soporta las humillaciones, y los palestinos son un pueblo orgulloso que quiere seguir viviendo en sus tierras, no van a estar dispuestos a aceptar la opresión que sufren diariamente. Para vivir con dignidad tendrán que enfrentarse a la todopoderosa maquinaria destructora del Ejército israelí y el Mosad, cualquiera que sea el precio que tengan que pagar. Difícilmente las agresiones los doblegarán. Lo más probable es que potencien a las organizaciones radicales, como Hamas, incluso en Cisjordania.

Si sucediera al revés, que los colonizadores fueran árabes y los colonizados judíos, en ningún caso éstos aceptarían que los persiguieran y los expulsaran de sus territorios. Sus reacciones, muy posiblemente serían más agresivas que las de los radicales palestinos. No se anduvieron con contemplaciones cuando, en su enfrentamiento contra los británicos, la organización terrorista judía El Irgún, liderada por Menahem Begin, que llegaría incluso a ser primer ministro de Israel de 1977 hasta 1983, voló en el año 1946 el Hotel Rey David, sede de la Comandancia Militar del Mandato Británico en la zona. Murieron 92 personas. A los británicos no se les ocurrió arrasar las diferentes sedes terroristas israelíes que pudieran existir.

Finalmente, los sionistas consiguieron que se dividiera el territorio por las Naciones Unidas en 1947 y poco después, en mayo de 1948, se declarara formalmente la independencia del Estado israelí. No se creó como contrapartida ningún Estado palestino. Ni siquiera existe hoy día. Y parece que Israel no lo acepta en ningún caso. Comenzó a continuación un enfrentamiento entre árabes e israelíes que todavía perdura. Y se produjo, poco después, lo que los palestinos llaman La Nakba (La Catástrofe), la expulsión de unos 700.000 ciudadanos de sus hogares y de su territorio, a los que nunca se le ha permitido volver. Esta tragedia todavía planea sobre el conflicto.

Incomprensiblemente Occidente no impuso la paz y no hubo forma de que prosperara la concordia. Poco a poco fueron agravándose los enfrentamientos. La razón de no haber puesto fin a esta sinrazón se debe sobretodo a que Europa había quedado marcada por el sufrimiento que los europeos habían infligido a sus compatriotas judíos, que en ningún caso se lo merecían. La mala conciencia ha servido para apoyar a Israel casi siempre y justificar los desmanes que con frecuencia cometen.

Europa debía también tener mala conciencia, pero no la tiene, por el daño que causó a los árabes, al conceder a los sionistas una serie de derechos que negó a los palestinos. Los judíos podrían haberse instalado en cualquier otro lugar, e incluso no haberlo hecho. En los primeros momentos pensaron en algunas otras regiones del planeta.

Tamim Ansary, en su libro Un destino desbaratado. La historia universal vista desde el Islam, dice: «Cuando se decidió partir su territorio, los palestinos sintieron que se les pedía que sacrificaran su tierra por un delito, por una persecución, perpetrada por europeos contra europeos». Si Occidente hubiera hecho alguna autocrítica sobre su responsabilidad en lo sucedido es posible que vieran las reivindicaciones de los palestinos de una forma más favorable, lo que habría sido beneficioso para ambas partes.

Y así fue agravándose este conflicto hasta que se produjo un hecho fatídico: la guerra árabe-israelí del 4 de junio de 1967. En un ataque fulgurante que nunca previeron sus enemigos, los israelíes destruyeron las fuerzas aéreas de Egipto, de Siria y de Jordania y se apoderaron de Jerusalén, Cisjordania, los Altos del Golán, la Franja de Gaza y la península del Sinaí». Esta victoria cambió la historia de la región y también la del mundo, dirá Amin Maalouf en su libro El naufragio de las civilizaciones.

El gran vencido sería Nasser, en definitiva, el nacionalismo árabe. El auténtico beneficiario de la derrota fue el islamismo político. Posiblemente no hubiera surgido el fanatismo islamista posterior ni organizaciones como Al Qaeda y la Yihad Islámica si no hubieran desaparecido las fuerzas progresistas y modernistas laicas que gobernaban las grandes naciones árabes en aquellos años, que perdieron la confianza de sus ciudadanos debido a sus fracasos militares.

Hubo otra consecuencia desastrosa: creció en importantes sectores de la población de Israel la idea de que no tenía sentido hacer concesiones de ningún tipo. Su sociedad civil se fue militarizando y se radicalizó.

Sólo así puede explicarse aunque no tiene justificación que los judíos, el pueblo que más ha luchado a lo largo de la historia para liberarse de cualquier persecución, ahora oprima a otro pueblo para imponer sus sueños mesiánicos a toda costa. En su resistencia y el valor con que se han enfrentado a las humillaciones reside gran parte de su grandeza y el que sea considerado como un pueblo digno de admiración. Basta recordar cómo rechazaron la colonización romana; prefirieron morir antes que someterse, como hicieron en Massada.

No se entiende, en ningún caso, que quienes gobiernan Israel hayan podido llegar al grado de degradación moral que supone la agresión a la población civil de Gaza, por aquello de defenderse o liquidar a sus enemigos de Hamas, una organización radical que parece primar la confrontación contra Israel antes que el bienestar de sus compatriotas. Pero si hablamos de halcones, mucho más peligrosos son los israelíes por la simple razón de que su capacidad de destruir es infinitamente mayor.

La lucha entre Hamas y el Ejército israelí se asemeja a un enfrentamiento entre un débil David y un todopoderoso Goliat que posee una de las fuerzas armadas más eficaces del mundo. Se olvida que Israel puede ser la sexta potencia nuclear mundial, después de EEUU, Rusia, China, el Reino Unido y Francia.

Por doquier oímos que Israel tiene derecho a defenderse. Éste es el mantra, la frase preferida de cuantos lo apoyan. Son muchos también los que justifican sus actuaciones, utilizando el argumento de que es el único país democrático de la zona. Este segundo argumento es patético. Si la democracia es destruir a todo el que nos rechaza, lo mejor es dejar de ser demócrata. Y respecto a la primera afirmación, no hay duda de que tiene derecho a defenderse, pero dentro de unos límites que no suelen respetar. No le hacemos falta nosotros para enseñarles cómo hacerlo.

Al contrario, pueden dar lecciones al mundo de cómo lo hacen y como han conseguido destruir a cuantos países se encuentran en su área de influencia que consideraban potenciales enemigos, lo fueran o no, ya hablemos de Egipto, Líbano, Siria, en parte Jordania, Iraq e Irán. No se habría desbaratado Oriente Próximo si no hubiera sido por la presión israelí, aunque la mayoría de esas naciones árabes han contribuido ellas mismas a autodestruirse, al no haber sido capaces de gobernarse correctamente.

El problema es otro, consiste en que cese la violencia y se acabe esta confrontación de una vez para siempre. Para ello es necesario reconocer los derechos de los palestinos y que tengan un Estado propio, donde puedan vivir libres e independientes. En caso contrario, este conflicto se enconará. Perderemos todos, incluso cuantos se habían olvidado y los han abandonado, que no son pocos, de que esta tragedia existe y dura ya casi un siglo.

Jerónimo Páez

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