Hay una energía ciega que nos degrada como seres pensantes, que nos enfrenta entre sí y nos deja sin alas
armónicas para poder expresarnos en libertad, con nuestras creencias y semánticas. La atmósfera no puede ser más
inhumana. Parece que nos gobierna lo salvaje, puesto que todo se confía a la fuerza y a la barbarie. Estas simientes de
odio, sembradas por todo el planeta, nos están dejando sin raciocinio. Deberíamos aprender a no actuar por interés
egoísta, ni por rencor, nunca jamás por venganza.
Ciertamente, los Estados, ante este aluvión de hechos crueles tienen la responsabilidad primordial de impulsar y proteger los derechos humanos, incluidos aquellos pertenecientes a las
minorías fervorosas de lo armónico y su derecho a ejercer su libre recogimiento. La concordia debe reafirmarse no
sólo en los campos de batalla, también en las parentelas y dondequiera que se desarrolla la existencia del hombre.
Nos toca encender otras luces más reales como humanidad, haciendo visible entre nosotros, en los pueblos y en las
ciudades, unos aires más pacifistas, que nazcan de una nueva relación de corazón, que es lo que verdaderamente nos
imprime tranquilidad.
Sin duda, necesitamos de afectivos vientos (más efectivos), que en verdad nos alienten y nos alejen del
ahogo aterrador que a diario nos sorprenden los días. Hemos de pasar página, camino de lo armónico. Las
controversias entre países, como entre estirpes, deben resolverse con lenguajes comprensivos, esforzándonos por
mantener siempre el auténtico diálogo, al menos para ganar confianza, sanar conductas y rehacer comportamientos
para un futuro más certero que el actual. Ahora, cuando las agencias de la ONU instan a los talibanes a cumplir sus
promesas de proteger a los vulnerables, y aprovechando la fuerza del entorno digital, instemos a que se hagan
realidad esos pequeños gestos de consideración hacia el análogo, descubriendo ese vínculo fraterno que llevamos
consigo. Lo importante es que el tronco humano sea capaz de redescubrirse como tal, para que todos nos sintamos
responsables de todos, de la paz que ansiamos abrazar. A propósito, cuántas contiendas pudrían haberse evitado con
otras actitudes más reconciliadoras. Confiemos, en que las nuevas generaciones, sean capaces de acabar con el sonido
de las armas, antes de que la muerte nos sobrecoja o la desolación nos amortaje.
Realmente, resulta cansino el estado de confrontación de unos contra otros, el abuso permanente de un
vivir, sin desvivirse por nadie, llevándolo todo al extremo de la lucha más feroz. Las peores pugnas ya están aquí,
convertido el planeta en un arsenal de fanatismos como jamás. El calentamiento global no es únicamente climático, es
también de confrontación entre moradores, destructivo a más no poder, tanto en inseguridad por las crecientes
tensiones que existen entre los Estados que cuentan con el arma nuclear, como en celos y en recelos hacia esa plaga
ideológica de género, que comienza por vaciar el fundamento antropológico del vínculo de consanguinidad y termina
por confundirlo todo. Al fin y al cabo, no hay mayor engaño que mentirse uno así mismo, y no ver que el único modo
de vencer una provocación es impedirla. Por consiguiente, en lugar de avivar la disponibilidad generalizada de armas
pequeñas y ligeras y sus municiones, que lo que hacen es estimular a extremistas violentos, terroristas y grupos de
delincuencia organizada, sintámonos familia, activemos los nexos, pues es donde se engendra la quietud, siempre que
no falte el amor en la unión, claro está.
En efecto, es público y notorio que el buen juicio no necesita del cultivo de la barbarie, lo que hace es
abrirse generosamente al resto de la sociedad y activar la guardia, para llevar sosiego donde habita el desasosiego.
Sea como fuere, no podemos continuar con este ambiente de tribulaciones, requerimos de un estado más en calma
que colme nuestro tránsito por aquí abajo, se reconozcan los verdaderos valores y valías humanas, al tiempo que se
defiendan, sin otro interés que el de la honestidad, los derechos de la mujer y del hombre, comenzando por promover
la justicia en las estructuras mismas de la población. Ninguna filiación, que lo es en verdad de alma, ignora que el
espíritu interesado, las tensiones de los desacuerdos, o los violentos conflictos, lo que hacen es fragmentar la propia
comunión. Reconciliarse exige, por tanto, sacrificio y entrega generosa. De ahí, la importancia de esa acción
restauradora del anhelo que ha de ejercerse en los hogares, ante la dimensión mundial que hoy caracteriza a los
diversos problemas sociales, donde la violencia para desgracia de todos es una realidad patente, que tenemos que
desterrar de nuestros caminos cuanto antes mejor. Por consiguiente, dejemos a un lado este medio furioso de torpezas
y pasemos a vivir en cuerpo y alma, ese buen estado de equilibrio natural y de respeto los unos por los otros.
Ganaremos savia de lúcidos entusiastas.