LA SEGUNDA DOSIS

Alfonso Rojo: «Este espanto no termina hasta que echemos a Sánchez»

Hay una expresión, políticamente incorrecta en estos tiempos de melindres y censores, que usan a menudo los grandes comentaristas deportivos norteamericanos:

«It’s not over until the fat lady sings»

En español viene a ser algo así como ‘esto no se acaba hasta que no canta la señora gorda’.

Creo que la frase se acuñó a mediados del Siglo XIX, en referencia al solo de 10 minutos que interpreta la valquiria Brunilda al final de la ópera ‘El anillo de los nibelungos, de Richard Wagner.

Pues este espanto que sufrimos en España no se acaba, señores, hasta que echemos a Pedro Sánchez.

Nos quedan dos años duros, punteados por episodios denigrantes, como el homenaje que este 16 de septiembre pretenden dar en Mondragón, localidad vasca regentada por el PNV, al criminal etarra Henri Parot, condenado por 39 asesinatos y sospechoso de haber participado en la muerte de otros 80 inocentes.

Tendremos también y no dentro de muchas semanas, nuevas claudicaciones ante los golpistas catalanes, el intento de poner en marcha leyes contra la libertad y el sentido común, como la de Memoria Democrática, multitud de referencias a Franco, maniobras dinamiteras en torno al Valle de los Caídos, paro a mansalva, quiebras de empresas y demagogia a raudales.

En cualquier caso, no hay mal que 100 años dure y a la primera, en cuanto podamos votar en unas elecciones generales, la ciudadanía española mandará a Sánchez a su casa y al PSOE al rincón oprobioso de la Historia donde merece estar.

Seguimos a vueltas con el desastre de Afganistán y me da la impresión de que estaremos bastante tiempo haciéndolo

En Afganistán, como subrayamos en el titular de ‘La Segunda Dosis’ de hoy, no han fallado los militares, porque los de uniforme -casi siempre- se limitan a cumplir a rajatabla, con valor y enorme sacrificio lo que se les ordena.

Con disciplina y a veces, también, con vergüenza, como les pasó a nuestras tropas en Irak, en 2004, cuando el inefable Zapatero las forzó a retirarse de sopetón y a la carrera, dejando expuestos a nuestros aliados.

Los que la han pifiado en Afganistán  son los políticos, empezando por el presidente de EEUU y acabando por  la canciller alemana, y en un segundo nivel todos esos cretinos de lo políticamente correcto, la Alianza de Civilizaciones y el multiculturalismo, que se las pintan solos para lanzar discursos grandilocuentes sobre el género, el sexo, lo trans y el lenguaje inclusivo, pero a la hora de la verdad se muestran impotentes cuanto unos facinerosos islamistas con barba y turbante imponen, fusil kalashnikov en mano, un régimen opresivo, desquiciado, medieval y contrario a todos los principios de una cultura y una civilización como la nuestra.

Lo de los progres -españoles en particular y occidentales en general- se ha quedado en lo que realmente es: un juego de cretinos, sectarios y cursis que, como mucho, están dispuestos a difundir un hashtag o a subir a Twitter un post ridículo.

La acongojante caída de Kabul en manos de los talibán es una maldición para los afganos y una desgracia para el mundo.

Resta por ver qué consecuencias concretas tendrá para nuestra seguridad, pero de salida ha hecho correr un escalofrío de miedo por la columna vertebral de japoneses, taiwaneses y ucranianos, que confiaban en el paraguas protector de EEUU y a partir de ahora, como tienen muy claro los israelíes, ya saben que en términos de supervivencia dependen de sí mismos.

Joe Biden, en un gesto miserable que tizna de oprobio su presidencia, ha intentado culpar de su garrafal error a su predecesor y de paso ha apuntado a la CIA.

Pedro Sánchez no tiene ni la excusa de enmerdar al CNI, para justificar que seguía en la tumbona, panza al sol y dándose crema, cuando todos sus homólogos ya se habían movilizado y que ahora se agite como un pavo, no sirve de nada.

Si el líder del PSOE sabía lo que estaba pasando, mal; y si no lo sabía, peor.

Con respecto a la OTAN, trufada de funcionarios, burócratas y generales cargados de medallas ganadas lejos del campo batalla y sin otros combates que los librados contra el buffet del desayuno, queda patente que es una costosa y elefantiásica organización muy dispuesta a repartir galletas y luchar contra el cambio climático, pero que no sirve contra un enemigo real y armado.

A la vista de su actuación, hay quien sugiere que lo digno sería la OTAN que se integrase en la Cruz Roja.

Poco perderíamos.

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