LA SEGUNDA DOSIS

Alfonso Rojo: «El socialismo real y sus 100 millones de muertos»

Tiene los pantalones bien puestos José Luis Martínez-Almeida. No le tiembla el pulso.

Todo lo que tiene de pequeño en estatura, lo tiene de enérgico, firme, brillante y decidido el alcalde de Madrid.

El Ayuntamiento de la capital de España ha restituido las placas de la calle General Millán Astray, cuyo nombre había sido cambiado en tiempos de la podemita Carmena por el de Maestra Justa Freire.

El alcalde Almeida toma la medida tras una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Madrid, que considera ilegal la decisión que tomó en su momento la izquierda madrileña contra al fundador de la Legión española, apelando a la Ley de Memoria Histórica.

Y como no podía ser de otra manera, el rojerío español en general y madrileño en particular, se han puesto de histérico. Al borde del ataque de nervios,

La portavoz de Más Madrid, Rita Maestre, condenada por atacar, insultar y ofender a una mujer policía, afirma en su cuenta de Twitter que el alcalde de la capital, aprovecha el mes de agosto de 2021 para hacer fechorías” y habla de ‘retrocesos”.

Justa Freire, la maestra que se queda sin calle, era una eminente republicana que, tras la Guerra Civil del 36 y bajo la sospecha de haber participado en el señalamiento de ciudadanos que acabaron en las chekas, fue encarcelada, sometida a un Consejo de Guerra y pasó dos años en la cárcel de Ventas.

Una vez liberada, continuó dando clase y formó parte del equipo docente del recién creado Colegio Británico.

El general Millán Astray, que recupera su calle, era un patriota y un héroe.

Gallego, entró en la Academia Militar a los 15 años y se ganó un hueco en los libros de Historia por crear en 1920 la Legión Española y por el arrojo que demostró combatiendo, primero en Filipinas contra rebeldes y norteamericanos y después contra los rifeños en la guerra de Marruecos.

El 18 de julio del 36 le pilló en Argentina. Ni participó en la sublevación militar, ni tuvo participación alguna en las acciones bélicas durante la Guerra Civil. Tampoco en la represión posterior.

Hasta su muerte en 1954, dirigió el Cuerpo de Caballeros Mutilados, asunto en el que sin duda era experto, porque estaba tuerto y manco como consecuencias de heridas sufridas en combate.

Yo me alegro sinceramente de que le hayan devuelto al General Millán Astray su calle, aunque esté en un rincón del barrio de Aluche y la inmensa mayoría de los madrileños ni la conozcan.

Y echo en falta que otras vías de la capital sigan con los nombres que les pusieron a su capricho PSOE y Podemos, con ayuda de Ciudadanos, cuando gobernaban Madrid.

El ejemplo más sangrante es la antigua Capitán Haya sigan llamándose Poeta Joan Maragall, que nadie sabe quién era, a quien nadie ha leído y cuyo mayor mérito parece consistir en ser abuelo de un dirigente socialista.

Otra cosa que me choca es que sigan junto a los Nuevos Ministerios estatuas como la dedicada al socialista Largo Caballero, principal responsable de la guerra civil y presidente del Consejo de Ministros de la Segunda República entre septiembre de 1936 y mayo de 1937, cuando en Madrid se mató a mansalva, florecieron como hongos las chekas y a gente de todas las edades se la ejecutó en Paracuellos.

En realidad, no me choca lo de Largo Caballero, viendo que en Valencia han colgado del balcón del Ayuntamiento una enorme pancarta en homenaje al mayor genocida de la historia Josef Stalin.

Sin ningún tipo de pudor, con la aquiescencia del PSOE, Compromis y otras yerbas, han desplegado desplegó la gigantesca pancarta justamente en el marco del Día Europeo de las Víctimas del Comunismo y el Nazismo.

No estaría de más que nos dijeran los nombres de los autores de esta inmundicia, y la razón por la que el muy izquierdista Joan Ribo lo ha autorizado.

Para que Ribó y compañía se enteren, así como Rita Maestre y los progres que cargan ahora contra el alcalde Almeida de quien era Stalin y de lo que ha representado en términos prácticos ese socialismo real que reivindican, les voy a facilitar unos datos escalofriantes.

Vaya por delante que de la misma manera que casi todos los atentados masivos perpetrados en el mundo en los últimos 30 años han sido ejecutados al grito de ‘Alá es grande’, la inmensa mayoría de las víctimas de la represión, el hambre y la tortura del último siglo, han caído en nombre del comunismo.

En la Unión Soviética de Stalin ejecutaron a 25 millones de personas, la quinta parte por hambre, en una política siniestra llamada Holomodor, que empujó a incontables campesinos ucranianos al canibalismo y hasta a intercambiarse hijos para comérselos.

En la China de Mao, mataron a 60 millones de personas.

En la Camboya de Pol Pot, a más de 2 millones, incluidos casi todos los que usaban gafas, porque los jemeres rojos sospechaban que sabían leer y por tanto no eran fácilmente ‘reeducables’.

En la Corea del Norte de los Kim a otros tantos y después vienen la Cuba de los Castro, Europa Central, Venezuela chavista y hasta Africa, para redondear un montón de más de 100 millones de cadáveres.

Esto es lo que homenajea la izquierda en Valencia y de lo que se sienten herederos Podemos y el PSOE en casi toda España.

No tienen vergüenza.

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