De vergüenza ajena.
Porque si doloroso era ver al socialista Pedro Sánchez panza al sol y dándose crema en la tumbona, cuando los talibán entraban en Kabul, de vómito ha sido escuchar al líder del PSOE eso de ‘misión cumplida’ en Afganistán.
Uno puede intentar consolarse argumentando que todavía es más patético lo de Joe Biden, pero hay frases y palabras que un responsable político serio jamás debería pronunciar.
Cambiar de nombre a las cosas no modifica su naturaleza.
La misión en Afganistán ha sido un fracaso estrepitoso, un desastre sin paliativos, un espanto de proporciones bíblicas.
Nos ha echado de allí, a la carrera, una banda de cabreros malolientes con fusiles kalashnikov.
La primera potencia del Planeta, la OTAN, que es la alianza militar más poderosa que ha visto la Historia, los británicos, los franceses, los alemanes, los españoles y todos los cooperantes internacionales hemos salido de Kabul con el rabo entre las piernas, achuchados por unos barbudos analfabetos, que lo primero que hicieron apenas conquistar la capital, fue ponerse a jugar en los coches de choque, sorprendidos como niños porque no sabían ni que existían.
Intentar engañar a la opinión pública, como están haciendo el Gobierno PSOE-Podemos con la inestimable cooperación de El País, LaSexta, TVE, Cadena SER y los tertulianos de la Brunete Pedrete, con el cuento de que hemos salvado de la muerte a los cientos de afganos que colaboraron con nosotros, es una ignominia, hemos dejado allí, abandonados a su suerte, a miles, a decenas de miles, a millones.
Y decir que España seguirá trabajando para sacar a los que quedan, es pura propaganda.
Clausurado el aeropuerto, para salir del país sólo queda la opción de enfilar hacia Pakistán, recorriendo 250 kilómetros de esas tortuosas carreteras en uno de cuyos desfiladeros, talibanes entonces en desbandada, asesinaron el 19 de noviembre de 2001 a nuestro amigo y compañero Julio Fuentes.
Y sin el permiso de los barbudos, sin su aquiescencia, no pasará nadie.
Ni embutido dentro de un burka ni pintado de pastor o camuflado de camellero.
Esos ‘consejos’ que dan en las televisiones, sugiriendo a los varones disfrazarse dentro de un burka para tratar de escapar, son simples bobadas.
Como lo es, aunque peligrosa, la tesis de que tenemos que abrir los brazos y empezar a acoger afganos como si no hubiera mañana.
Les voy a contar una historia, la de una chica llamada Samán Abbas, que vivía en Italia desde muy pequeña.
La publicamos en Periodista Digital y quizá les ilustre sobre lo complicado y difícil que es asimilar en masa a refugiados islámicos.
Los padres de Samán, que, si hoy estuviera viva, tendría 18 años, le habían arreglado un matrimonio con un primo suyo, bastante mayor que ella y residente en Pakistán.
Samán se negó. Quería seguir estudiando, se vestía pantalones, le gustaba un chico italiano de su edad y se resistía con uñas y dientes a convertirse en una ‘esclava’, sometida a los hombres y a los despiadados dictados del Islam.
Y ha pagado un precio atroz.
La joven paquistaní está ‘desaparecida’ desde hace casi cuatro meses, pero ya se sabe con todo detalle su destino.
La policía tiene pruebas de que fue asesinada y descuartizada por su propia familia.
El hermano, de 16 años, ha cantado de plano. Reveló a los investigadores que, para planificar el crimen, el día anterior a la desaparición de Samán montaron una «reunión familiar» en el domicilio de los Abbas, una casa de labranza agrícola de Novellara, en Emilia-Romaña.
Presidían el siniestro cónclave sus padres, Shabbar, 46 años, y Nazia Shaheen, 47, que viven en Italia desde dos décadas.
El asesino físico fue Danish Hasnain, de 33 años, tío de Samán y un fanático musulmán.
La trocearon entre varios y la enterraron entre todos.
Todavía no se sabe dónde, porque los miserables han huido a Pakistán.
El Welcome Refugies, lo del multiculturalismo y la Alianza de Civilizaciones, queda muy bonito en una pancarta, pero no se puede jugar con la vida de la gente.
No todo es respetable.