Alfonso Rojo: «Dan ganas de salir corriendo de España»

Si al Gobierno Sánchez y sus mariachis mediáticos les preocuparan realmente la homofobia o el recibo de la luz y quisieran ponerles coto, lo tendrían muy sencillo.

Bastaría que dedicarán a resolver esos problemas la mitad de tiempo, recursos y personal que pierden en tratan de echarle la culpa a VOX y de paso al PP, por no sumarse a la tropa de los histéricos, sectarios y censores.

Mentiría si no les confesara que me estoy divirtiendo a lo grande, viendo el sideral ridículo que han hecho el socialista Sánchez, su monaguillo Marlaska y los periodistas de la Brunete Pedrete en este vodevil del gay de Malasaña, que se hizo tatuar en el trasero la palabra ‘maricón’.

Vale que Irene Montero estuviera despistada, hablado del tamaño de su chichi en la Cadena SER o que a Ione Belarra se le fundieran los plomos, pero que el ministro del Interior, el mismo que había puesto más de un centenar de agentes a investigar el caso, no tuviera ni pajolera idea de que lo del culo era un bulo, cuando desde el lunes no había policía que no dejara claro que la versión del gay denunciante no cuadraba, es de aurora boreal.

Lo de los periodistas y tertulianos, empecinados en denunciar a VOX como instigador del tatuaje sin prueba alguna, tiene algo que ver con la ignorancia y estulticia que se han apoderado de esta antaño gloriosa profesión y mucho con la necesidad de agradar al amo que les paga, que por cierto reside temporalmente en La Moncloa.

Para todos estos, la víctima –sea una niña abusada en Baleares o un chaval con Asperger asesinado en un túnel-  siempre es lo de menos.

A los caraduras –políticos y periodistas- que se rasgan las vestiduras clamando contra la homofobia y los discursos de odio, les hubiera dado igualo que en lugar de 7 letras le hubieran escrito a punzón en la piel, al gay de Malasaña, el primer capítulo del Quijote.

Eso importaba un comino. La clave, loo esencial, el objetivo, era encalomarle a VOX la etiqueta de instigador moral, de padre intelectual, de la agresión, porque lo que se busca en última instancia es la ilegalización del partido de Santiago Abascal.

No es irrelevante que todo el ajetreo haya llegado justo después del esperpento de Soy Una Pringada con Rufián, en el que se abogaba por matar a los de VOX.

No es la primera vez, ni será la última en la que Sánchez y sus mariachis se lanzan en tromba a intentar sacar tajada política de un crimen, un abuso o una atrocidad: lo hicieron sin éxito con el culebrón de los sobres con balas en vísperas de las elecciones del 4-M y lo ensayaron cuando Marruecos metía en tromba miles de menas en Melilla.

La guinda a este apestoso pastel la opuso el propio Sánchez, convocando a sudoroso una reunión urgente de la comisión contra los delitos de odio y mandando todo su cariño por Twitter al mamarracho que se inventó lo de los 8 feroces encapuchados, dedicados a escribir a navaja en glúteos ajenos.

Lo del líder del PSOE, como lo de Marlaska y buena parte de nuestras estrellas radiofónicas y televisivas es una indecencia, pero poco podemos hacer, al margen de reírnos.

Nadie va a dimitir. Nadie va a pedir disculpas. Nadie hará penitencia, con la excepción del chaval del culo marcado, al que ya han ofrecido una millonada por ir a un plató de televisión a contar su peripecia y si se atreve, por un suplemento sustancioso, a enseñar las nalgas.

Viendo el espectáculo, a veces, en los momentos bajos, dan ganas de salir corriendo de España.

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