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Carlos Dávila: «El PP va a liquidar a Ciudadanos»

Los expertos le han hecho las cuentas al PP: necesitan reclutar el millón y medio de votos que aún fluctúan en el éter del centroderecha

Carlos Dávila: "El PP va a liquidar a Ciudadanos"
Inés Arrimadas (CS) y Pablo Casado (PP). PD

No lo confesarán, pero el propósito, objetivo más bien, que saldrá este fin de semana de la Convención del PP que se clausura este domingo en Valencia, es éste: la liquidación de Ciudadanos. Los demóscopos más reputados han transmitido al dúo Casado-Egea, que, o terminan con el partido de Arrimadas, o la Moncloa se quedará aún más lejos que la Puerta de Brandeburgo.

Los expertos le han hecho las cuentas al PP: necesitan reclutar el millón y medio de votos que aún fluctúan en el éter del centroderecha, muchos, muchísimos, de los cuales dudan todavía si exiliarse al partido de la gaviota, ese pájaro azul que nunca fue tal. Hace poco tiempo, Pablo Casado invitó personalmente a cenar en su casa a Inés Arrimadas.

En aquel familiar comedor, el presidente del PP ofreció a su homóloga todo, salvo… la Secretaría General del partido. Digo yo que García Egea debió sentirse aliviado. Él es el que maneja los datos; tiene acrisolados sus aciertos. En la batalla por la primogenitura del PP que le enfrentó con el terrible e irreconciliable dúo Santamaría-Cospedal, el equipo del candidato pasaba a diario por su oficina; todos recelaban del triunfo, hasta que Egea les presentaba unos complicados números (al parecer algoritmos para prodigios) que aventuraban, sin margen de error, la victoria del joven aspirante. Personalmente he escuchado a un portavoz parlamentario muy influyente, la siguiente definición de Egea: “Es un privilegiado intelectual, la gente hace risas con su afición a competir en el lanzamiento del hueso de aceituna, pero es mucho más que eso: toca el piano, la gaita, el clarinete y hasta la endiablada bandurria, es un hombre-orquesta”.

Pues bien, este hombre-orquesta es el que ha diseñado Valencia y se va a ocupar a partir de este momento, de articular una arriesgada pero indispensable operación: el acoso y derribo de Ciudadanos. Pocos de sus dirigentes -si es que todavía existe alguno vivo-  creen que lo suyo tiene remedio, que la apuesta solitaria de Arrimadas posee otro futuro que no sea pagar las deudas y apagar la luz de la megalómana sede de la calle madrileña de Alcalá. Cuando Casado ofreció a su interlocutora y en terreno propio lo que quisiera, la muchacha jerezana se resistió entonando las generales de la ley: “Somos muy distintos, vosotros conservadores y nosotros liberales, así que…”. Uno de los asistentes no le dejó terminar: “Vamos a suponer que eso es verdad, pero más verdad es, querida Inés, que a vosotros ya no os vota nadie”. No replicó, se quedó pegada al asiento.

Ahora se resiste a morir políticamente, pero no se ha enterado de la triste realidad: ya está muerta. La clave es cómo le quiere enterrar el Partido Popular, al que los gestos y los miramientos que guarda Edmundo Bal con los siniestros socialistas, le enredan los nervios. Ya hay en la que es todavía sede nacional del PP (antes de que terminen el año quieren venderla o alquilarla), un equipo regido por el “comandante Hervías”, casi recién sacado del horno en el que se cuecen sus antiguos naranjitos, cuya misión es juntar apóstoles de Ciudadanos a la nueva causa del centroderecha español. A Arrimadas ya le ha quedado claro que formalmente no le van a picar espuelas como si se tratara del caballo de un rejoneador pueblerino. No, esa no es la técnica. Por lo pronto, lo que resta de Ciudadanos, o sea la seminada, ya ha recibido por parte del PP la información de que Casado renuncia absolutamente a entenderse con la ultraderecha: “¿Con esos? -le han dicho- ni a recoger una herencia”. Este despegue debe tranquilizar a los restos supuestamente liberales (¿acaso lo es el socialista Bal?) que abominan de una compañía tan comprometida. Ya hasta Vargas Llosa les pone los cuernos.

Uno de los episodios que marcarán en muy poco tiempo la operación ya descrita, es la celebración de las elecciones regionales en Castilla y León, cuyo presidente, Fernández Mañueco, salvo milagro, tiene pensadas para el último domingo de marzo. ¿A quién se juntará Ciudadanos en las listas? Todo parece indicar que habrá versiones varias: unos terminarán pidiendo asilo bajo las alas del charrán, otras intentarán que Pedro Sánchez les ofrezca cobijo, los más se tendrán que volver a casa porque en realidad nadie tiene por ellos el menor interés. Es muy dudoso por tanto que los últimos de Arrimadas se presenten a cuerpo gentil en esa comunidad. Esa es la postrera etapa antes de su extinción. Voces amigas -me dicen- le están pidiendo que se vaya, que basta ya, que como corredor solitario tiene menor porvenir que la Falange Auténtica. Arrimadas está de nuevo en proceso de gestación y este podría ser su momento, si no acabará fotografiándose sepultando el muñeco de su partido en cualquier fosa común. El PP está metido de hoz y coz en esa operación, le va la vida, el poder, en ello, no escatimará daños y perjuicios si los resistentes naranjistas se ponen en plan chulo. El PP quiere sus votos y los necesita ya para las municipales y autonómicas del mayo de 2023; ahí está predicha la estación término que debe dar con los huesos de Sánchez fuera de la Moncloa, quizá en un osario común que puede compartir con el recuerdo de sus chicos queridos: las innominadas víctimas del franquismo.

El gurucillo Redondo, que lleva moviendo el tafanario desde que le echaron de Presidencia, en su afán de pescar en cualquier proceloso mar, se ha acercado a Génova a vender al PP sus recetas para derrotar al que ha sido su jefe. Eso se llama lealtad. Parece entenderse bien con el secretario García Egea, del que va diciendo que es “una mente privilegiada”, será porque es el que tiene la llave de la despensa. Uno de sus diagnósticos no tiene pérdida: “De Vox vais a sacar poco, de “nosotros” (aún habla así) un mínimo contingente de votos, vuestro éxito consiste en desmantelar Ciudadanos”. Y en eso está el PP en plena Convención de Valencia y en lo que venga después. Liquidación por derribo en el peor de los casos, liquidación por absorción en el mejor.

 

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