El psicópata Calígula, empoderado por el vino del poder, se situó al poco de alcanzar la corona imperial, por encima de las leyes y el Senado, ante el silencio cómplice de las clases dirigentes y la casta sacerdotal del momento, a las que mantenía sobornadas, amén de acojonadas.
Y sin nadie que le rechistara, hasta tal punto llegó su insaciable narcisismo que terminó auto proclamándose dios, ordenando a tal fin, erigir dos templos consagrados al culto de su divina y peripuesta persona. No sé si por aquel entonces, y como señal del cabreo del once que cogió el dios Vulcano, el Vesubio y el Etna, comenzaron a vomitar fuego y ceniza a espuertas.
Pero nada de eso importaba al ególatra Calígula. De hecho estaba convencido de que el pueblo le adoraba, y sonreía amorosamente, cada vez que remodelaba su círculo íntimo cortesano, cortándoles el cuello como pavos en Navidad. En realidad, no sabemos si el pueblo sonreía ante las remodelaciones, pero lo que sí sabemos, gracias a historiadores como Suetonio y Dión Casio, es que el pueblo aplaudió a rabiar y se partió el culo de risa, el día que el pavo fue él, a manos de su guardia pretoriana.
Supongo que los últimos momentos del vanidoso y endiosado Calígula, antes de que le cortaran el cuello, fueron de asombro y desconcierto, al no entender por qué le hacían eso, sí hacía poco que había renovado su círculo de palmeros.
Podría quedar la duda de si Calígula fue una buena persona rodeada de psicópatas, o más bien fue un psicópata rodeado de pobres lameculos y mediocres pelotas. Pero la Historia no ha dejado lugar a dudas: el psicópata era él.
Cuatro años duró la tiranía de Calígula; solo cuatro años, pero que paralos que la sufrieron, fue toda una eternidad….
¡A ustedes qué les voy a contar!