Hace cien años la mal llamada Gripe Española mató entre 50 y 100 millones de personas en todo el mundo. El inicio de la misma se fecha en febrero de 1918, y su final en abril de 1920. En total 27 meses.
La pregunta del millón –ahora- sería qué laboratorio descubrió la vacuna que puso fin a aquella terrible pandemia. La respuesta es ninguno.
No hubo vacuna milagrosa; no hubo vacuna alguna, simplemente el virus desapareció misteriosamente, del mismo modo como había aparecido.
Volviendo ahora a la actualidad, el primer caso del virus chino que actualmente sufrimos fue en noviembre de 2019, luego llevamos 23 meses.
Suponiendo que no existiesen vacunas, y extrapolando lo que duró la mal llamada Gripe Española, hasta desaparecer por sí sola, nos quedarían aún cuatro meses de pandemia; menos tiempo del que van a necesitar los diferentes países ricos para inyectar a la ciudadanía todas las vacunas que han comprado, antes de que se les pase el arroz y se tengan que tragar las existencias.
Tomen mis palabras, simplemente como lo que son; una simple reflexión de alguien que no tiene opinión de experto remunerado, ni tan siquiera de tertuliano homologado. Simplemente tómenlo como la humilde cavilación de un poeta que no solo tiene biblioteca, sino que además la aprovecha…
En la escena final de la película Casablanca, su protagonista Rick Blaine (Humphrey Bogart) le dice a Ilsa Lund (Ingrid Bergman): “…siempre nos quedará París”.
En el caso de la actual pandemia, cuando ésta termine, Dios quiera que pronto, posiblemente la frase que suene en la mente de muchos no será “…siempre nos quedará París”, sino más bien, “…siempre nos quedará la duda”.
Muchas dudas y, como siempre, ningún responsable…
– Siempre nos quedará La Mareta – dice Narciso con un pícaro guiño a madame Tucán que le estremece hasta la matria. Luego se da la vuelta, frunciendo morritos y con las ray-ban puestas, y camina sonriendo, con un vacilón movimiento de caderas, hacia el falcón que en la pista, resignado le espera…