Cocina de proximidad. Espeluznante, no; lo siguiente  

“El timo del indio bueno; (1ª Parte)”

El mantra de los indios buenos

“El timo del indio bueno; (1ª Parte)”
El Papa Francisco. PD

Comencemos con las palabras del papa Francisco y su tic de ir pidiendo perdón por todo y en nombre de todos; esta vez refiriéndose a los indios de la Amazonia: “Frente a los intereses colonizadores nos tenemos que indignar y pedir perdón”.

Supongo que los indios “tupinambá” de la selva amazónica se habrán sentido honrados y complacidos por el gesto.

Ahora expliquemos brevemente  quiénes eran los indios tupinambás, y cuáles eran sus costumbres antes que el hombre blanco les estropeara la fiesta y posteriormente el papa Francisco les pidiera perdón por haberlo  hecho… ¡Ay Francisco!

Cocina de proximidad. Espeluznante, no; lo siguiente

Los indios tupinambás, tras las incursiones a las aldeas vecinas, cortaban la cabeza y los genitales a sus enemigos muertos, al tiempo que llevaban a los supervivientes a su poblado. Primero se comían a los hombres, mientras que a las mujeres cautivas se las utilizaba como esclavas sexuales durante algún tiempo. Cuando se cansaban de fornicar con ellas eran descuartizadas y devoradas. Y si alguna de ellas engendraba un hijo fruto de las violaciones a las que habían sido sometidas, éste era criado y engordado amorosamente antes de acabar en el puchero de la tribu.

El marinero alemán Hans Staden [1525-1579] de Honberg, enrolado en un barco portugués, fue capturado por los “tupinambás” en 1554, pero gracias a su picardía – y a la divina providencia – vivió para contarlo, pudiendo narrar las repugnantes artes culinarias de esta tribu:

«Le descargan un golpe en la nuca al prisionero, los sesos saltan e inmediatamente las mujeres cogen el cuerpo, lo arrastran hacia el fuego, lo raspan hasta que queda bien blanco y le meten un palito por el ano, para que no se escape ningún fluido. Una vez desollado, se le cortan las piernas – por encima de las rodillas – y los brazos. Después le abren los costados, separan el espaldar de la parte delantera y se reparten las chuletas entre los hombres de la tribu; mientras las mujeres cogen los intestinos, los cuales hierven, obteniendo un sustancioso caldo, el cual sirve de base para la realización de una sopa llamada “mingau” [rico, rico] que se beben ellas y los niños. Se comen los intestinos y también la carne de la cabeza; los sesos, la lengua y todo lo demás son para los niños de la tribu».

Además del relato de Hans Staden, tenemos también como prueba de los hechos, el testimonio escrito por el pastor protestante francés, Jean de Lery [1536-1613], que pudo vivir para contarlo, gracias a Dios, nunca mejor dicho.

Pues nada, ya podemos quedarnos tranquilos ahora que el papa Francisco les ha pedido perdón a los indios de la Amazonia, por la colonización del hombre blanco que interrumpió sin permiso sus festines y tradiciones.

¡Malo, malo, malo!

Existe el tópico comúnmente aceptado de lo malo y perverso que es el hombre blanco, y lo bueno e inocente que es el nativo aborigen. De ahí nace la leyenda de la maldad y avaricia de los conquistadores, y de la bondad – rayana la beatitud – de los pueblos indígenas colonizados.

A este respecto quisiera decir que los blancos que llegan a aquellas tierras, no eran malos y codiciosos, sino peor, y no seré yo quien salga a defenderlos. Hay que tener en cuenta que aquellos que se alistaron no eran precisamente monjitas de clausura, sino aventureros que no tenían donde caerse muertos, y que buscaban, allende los mares, la manera más rápida de hacerse ricos. Por filantropía queda claro que no lo hacían.

El mantra de los indios buenos

Pero no voy a hablar de estos tipos, sino de los famosos “indios buenos”, y cuando termine mi relato, juzguen ustedes mismos el grado de bondad de éstos, y si realmente la colonización mejoró o empeoró aquel virginal e idílico mundo.

Cristóbal Colón nos legó numerosas cartas y documentos de su aventura transoceánica. En una de sus cartas leemos que los indios caribes atacaban periódicamente a sus vecinos los arawark para capturar a los niños de dicha etnia, los cuales eran castrados y engordados en granjas, para posteriormente comérselos en sus orgías antropófagas.

Los fans de Judas Iscariote: los indios “sawi”

Don Richardson fue un misionero protestante de la Sociedad Bíblica Wycliffe, que fue enviado a Nueva Guinea occidental para trabajar entre el pueblo “sawi”. Los sawis eran unos caníbales impenitentes y cazadores de cabezas que presumían de utilizar una forma de artimaña llamada “tuwi asonai man”; la treta consistía en ganarse la confianza de las víctimas mediante engaños, para posteriormente asesinarlos a traición y devorar su carne.

Los principios cristianos basados en el amor y perdón no atraían para nada a los “sawi”, puesto que éstos consideraban el engaño como la virtud más alta, y no veían razón alguna para cambiar sus prácticas costumbres basadas en la falsedad, la traición, y el canibalismo; es más, cuando Richardson les contó la historia de Jesucristo, hubo solo un detalle que llamó su atención: ¡El pasaje del evangelio de la traición de Judas!

Para la cultura Sawi, la cochinada de Judas “molaba” y era “way”. El resto de comentarios que pudieron hacer los «sawi», cuando escucharon el pasaje de la Última Cena, no han trascendido, supongo yo que por respeto del misionero hacia el punto culminante del Nuevo Testamento.

Cuando las revelaciones de Don Richardson se hicieron públicas en su país de origen, no faltaron los “verdes” y buenistas de turno que pusieron en duda sus relatos, espetándole que mentía en aras de justificar el explotador imperialismo colonialista. Pero miren ustedes por dónde, sería una científica, la doctora en antropología Shirley Lindenbaum, quien descubre una extraña dolencia que padecían muchos aborígenes de la población de “pootie”, en Nueva Guinea, y cuyo origen procedía de la práctica del canibalismo.

Otros científicos occidentales descubrieron la misma enfermedad, alrededor de 1950, en la tribu “fore”, en Papúa, Nueva Guinea. La enfermedad que aquejaba a muchas mujeres de aquella etnia la denominaron “kuru” [“escalofrío” en lengua aborigen]. En lenguaje coloquial mucha gente la denominó “enfermedad de los tiritones” o “de la risa sin razón”. Esta enfermedad, poco conocida hasta esa fecha, atacaba el sistema nervioso central de estos aborígenes que se alimentaban – valga la redundancia – inhumanamente de carne humana.

(Continuara…)

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Autor

Antonio Gil-Terrón Puchades

Antonio Gil-Terrón Puchades (Valencia 1954), poeta, articulista, y ensayista. En la década de los 90 fue columnista de opinión del diario LEVANTE, el periódico LAS PROVINCIAS, y crítico literario de la revista NIGHT. En 1994 le fue concedido el 1º Premio Nacional de Prensa Escrita “Círculo Ahumada”. Ha sido presidente durante más de diez años de la emisora “Inter Valencia Radio 97.7 FM”, y del grupo multimedia de la revista Economía 3. Tiene publicados ocho libros, y ha colaborado en seis. Actualmente escribe en Periodista Digital.

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