De la enchilada “batak” y otros festines antropófagos

“El timo del indio bueno; (2ª Parte)”

El corazón de la bruja

“El timo del indio bueno; (2ª Parte)”

En esta segunda parte hablaremos de aquellos otros caníbales a los que el papa Francisco aún no ha pedido perdón por la colonización cristiana; aunque todo se andará. Solo denle tiempo.

Hasta finales del siglo XIX había infinidad de poblados antropófagos en las islas situadas al norte de Australia. De hecho, en la actualidad todavía existen ciertas tribus, como la de los “korowai”, que continúan practicando el canibalismo, a pesar de la ocupación europea en la zona. La carne humana se consume hervida o asada en grandes hornos, aunque los nativos más “chic” la prefieren cruda.

La parte del cuerpo más apreciada por estos indígenas es el pene, que asan sobre cenizas calientes, pero también les encantan los testículos, la lengua, las manos, los pies, los senos, los intestinos, las vísceras sólidas o la vulva. Los cerebros, extraídos a través de la base del cráneo, se sirven hervidos y sin guarnición como primer plato, considerándose dicho manjar como una “delicatesen” de la cocina autóctona aborigen.

Cuando los nativos eran preguntados sobre el porqué de estas aficiones gastronómicas, éstos explicaban que la carne humana era “deliciosa”, y comparaban su sabor y textura con la del cerdo, sólo que más delicada, con lo cual podían comer mayores cantidades sin vomitar o tener ardor de estómago.

Cuando las naciones “civilizadas” se repartieron Nueva Guinea, juzgaron a varias tribus por canibalismo. J.H.P. Murray, juez instructor, recogió para la posteridad, en 1912 la declaración de un procesado por practicar la antropofagia: “Despedazamos los cadáveres y los cocemos en una olla. Cocemos niños también. Los descuartizamos como a un cerdo. Los comemos fríos o calientes. Primero comemos las piernas. Tenemos peces en los arroyos y canguros en los prados, pero los hombres son nuestro alimento real”.

El indio bueno de Nueva Zelanda

En Nueva Zelanda la antropofagia fue un poco más “fina”. Los maoríes, pueblo de guerreros con religiones animistas y chamánicas, llegaron a las islas de Nueva Zelanda, en el océano Pacífico sur, procedente de islas norteñas como Tongatapu o Rarotonga.

Más que una costumbre gastronómica, el canibalismo maorí era un antiguo ritual guerrero; no en vano, este pueblo sólo devoraba a sus enemigos muertos y la sola idea de comerse a sus conocidos (vivos o muertos) les repugnaba, si bien no eran tan selectos como los guaraníes, que sólo comían a sus enemigos más valientes y distinguidos para absorber su energía.

En diciembre de 1809, sesenta y seis tripulantes y pasajeros del bergantín The Boyd fueron asesinados y devorados por macorís cuando el navío atracó en la península de Whangaroa.

Los maoríes descuartizaban a sus enemigos, reservando uno de ellos para ofrecérselo en rito sagrado al dios de la Guerra; su cuero cabelludo y su oreja derecha eran usados para eliminar el tabú de los guerreros. Los demás cadáveres eran rustidos, a fuego lento, durante un día entero.

El jefe iniciaba el banquete catando el cerebro y los ojos, a modo de aperitivo de bienvenida. El resto de los cadáveres eran decapitados y las cabezas ahumadas hasta conseguir su momificación; posteriormente éstas eran colocadas sobre postes para alegrar la vista del poblado.

Los miembros de las tribus maoríes gruñian, retozaban y comían felices, peleándose y devorándose entre ellos, hasta que llegaron los europeos y empezaron a repartir mosquetes. Los ingleses les cambiaban armas de fuego por cabezas momificadas, al estar estas muy cotizadas en los mercados negros europeos. ¿Resultado? El número de bajas en las batallas maoríes se multiplicó. Las llamadas “Guerras de los mosquetes” se cobraron alrededor de 20.000 víctimas, cifra esta a la que habría que añadir la de todos aquellos nativos que murieron de indigestión. Y es que veinte mil cadáveres son muchos kilos de carne como para engullirlos de una sentada.

De la enchilada “batak” y otros festines antropófagos

A modo de comedor colectivo, la etnia Batak, en Sumatra, disponía de un conjunto de piedras planas, que formaban un círculo alrededor de otra piedra redonda de mayor tamaño. En una de las piedras del círculo exterior realizaban el sacrificio de los desgraciados de turno, mientras que en la de al lado se troceaba a las víctimas, para posteriormente adobar los restos humanos con chiles y ajo.

Después los caciques, acompañados por lo más granado de la sociedad tribal, se comían el vomitivo manjar utilizando como mesa la gran piedra central. Lo que no se sabe a ciencia cierta es si utilizaban tortitas de maíz para confeccionar “burritos” o “tacos”.

Los dayaks de Borneo, entre el año 1996 y el 2003 se dieron sus últimos festines, con la carne de los musulmanes de la etnia madúrese.

El corazón de la bruja

Los tibetanos, según la narración del fraile William de Ruysbruck (monje franciscano del siglo XIII), habían practicado el canibalismo en tiempos pasados.

Los esquimales, según el testimonio del misionero noruego Hans Egede (1686-1758), cuando cazaban a una bruja se comían una parte de su corazón para evitar que ésta les acechara desde el otro mundo y les diera la noche.

Los nativos de las islas Fiji abandonaron la antropofagia en el siglo XIX, tras su evangelización, no sin antes haberse comido, como cena de despedida, al misionero británico Thomas Baker, en 1867.

Los nativos de las islas Marquesas, en la Polinesia, practicaban el canibalismo ritual con los enemigos que eran hechos prisioneros.

Según Herbert Ward, que a principios del siglo XX convivió durante 5 años con algunas tribus caníbales del Congo, los cautivos destinados al consumo humano eran paseados vivos por el poblado, para que los nativos marcaran en sus cuerpos las partes que posteriormente querían comerse.

Los huevos pochados del capitán Cook

Por último recordar que el famoso capitán James Cook (1728 – 1779), tras una vida de peligros y aventuras, reclamando para la graciosa corona inglesa las tierras que siglos antes habían descubierto los españoles y los portugueses, acabó sus días en un improvisado banquete, celebrado en Hawái, en la que él era el plato principal y sus huevos el postre. Si utilizamos la terminología cursi, podríamos decir que fue un almuerzo elegante pero informal.

Por cierto, Cook había ido a reclamar ostentosamente, para la “graciosa” corona inglesa, las islas Hawái, descubiertas dos siglos antes por el español Ruy López de Villalobos. ¡Qué “graciosos” estos ingleses!

Conclusión

Si prescindimos de los abusos, canalladas, expolios y marranadas varias, cometidos, y que se siguen cometiendo, por parte de las grandes compañías de mercaderes “civilizados” del neocolonialismo adámico, podemos decir que la evangelización de los pueblos indígenas por parte de los misioneros cristianos fue positiva desde el punto de vista moral y  gastronómico. Y con respecto al tópico “eco progre” del “indio bueno”, pues eso, un timo. Porque el canibalismo aborigen nunca fue por hambre, sino por pura gula.

Lo curioso del caso es que el canibalismo aborigen poco tiene que ver con un bajo desarrollo intelectual, ya que si nos fijamos en los simios veremos que el canibalismo entre primates es un hecho anormal y atípico, aunque puntualmente se pueda haber dado algún caso concreto. De hecho, el canibalismo es algo contra natura en los mamíferos, salvo contadas excepciones.

En África sigue existiendo el canibalismo, especialmente en países como Nigeria, y no por hambre, sino por costumbres culturales. Y esto no lo sé por haberlo leído, sino por habérmelo contado directamente un amigo, el coronel Manuel González Scott-Glendowyn, que vivió media vida en dicho país africano.

Manuel me dijo que un día me enseñaría algunos de los folletos que circulaban por el mercado negro nigeriano, en donde, como si de las ofertas de un supermercado se tratara, figuraban los precios del kilo de carne humana, variando éstos  según la parte del cuerpo. Lo que más se cotizaba era la vagina de mujer blanca.

Lo cierto es que no tuvo ocasión de mostrarme los folletos en cuestión, ya que apenas unos meses después de nuestra conversación, Manuel, junto a su esposa, fueron asesinados en Jávea por un nigeriano llamado Inocencio, el cual trabajaba en su domicilio como empleado doméstico. Primero estranguló a su mujer, y a él, (antiguo caballero legionario con más de ochenta años sobre sus espaldas, pero fuerte como un toro) tuvo que asestarle casi treinta puñaladas antes de poder terminar con su vida.

El canibalismo, en la tradición judeo cristiana, es algo que por inexistente (enfermos mentales aparte), no figura ni como pecado en la Biblia, por su teórica inexistencia, aunque existir ha existido y no hace mucho, practicado por miembros de una cultura no cristiana, aunque tecnológicamente avanzada.

¿Sushi o sashimi?

Uno de estos casos contemporáneos de canibalismo organizado  viene recogido y documentados en un libro del historiador Anthony Beevor, donde narra un hecho horripilante que los archivos de EE UU han mantenido oculto durante años, y es que los soldados japoneses practicaron canibalismo con los prisioneros australianos y americanos, durante la IIª Guerra Mundial. El gobierno estadounidense sabía el dolor añadido  que provocaría en las familias de los prisioneros muertos en los campos de concentración japoneses si esta información se hiciese pública; amén de que la progresía buenista les podría acusar de estar haciendo un discurso de odio contra la gastronomía japonesa.

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Autor

Antonio Gil-Terrón Puchades

Antonio Gil-Terrón Puchades (Valencia 1954), poeta, articulista, y ensayista. En la década de los 90 fue columnista de opinión del diario LEVANTE, el periódico LAS PROVINCIAS, y crítico literario de la revista NIGHT. En 1994 le fue concedido el 1º Premio Nacional de Prensa Escrita “Círculo Ahumada”. Ha sido presidente durante más de diez años de la emisora “Inter Valencia Radio 97.7 FM”, y del grupo multimedia de la revista Economía 3. Tiene publicados ocho libros, y ha colaborado en seis. Actualmente escribe en Periodista Digital.

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