El Karma: Ración doble de “porrazos”

“El vals de los grises”

La pista de patinaje

“El vals de los grises”
Los grises de la Policia Armada. PD

La policía más culta del mundo

En mi época universitaria, a principios de los años 70, España contaba con la policía más culta del mundo, ya que ésta se pasaba toda la jornada en la Universidad y la mayoría de sus miembros hacían varias “carreras” al día.

La Facultad de Derecho en donde yo estudiaba -lo hacía como sí tal- estaba situada en el Paseo de Valencia al Mar, que curiosamente no terminaba en mar alguno, sino en un paredón plagado de ¡VIVAS! y ¡MUERA! a discreción, según el estado de ánimo de los anónimos artistas, y sus veleidades políticas.

El mencionado “Paseo” cambio de nombre posteriormente, cuando en un alarde de libertad semántica, pasó a denominarse como “Avenida de Blasco Ibáñez”, terminando así con la “ignominiosa, reaccionaria, clerical y fascista” denominación de “Paseo de Valencia al Mar”.

La pista de patinaje

Pues bien, el citado paseo -que alojaba a lo largo de sus aceras a las facultades de Ciencias, Filosofía y Letras, Derecho, y Económicas-, estaba pavimentado con adoquines, de los de verdad y no de los sucedáneos que hacen ahora de hormigón impreso; adoquines que con el desgaste de los años se habían pulido como un espejo, y que eran una auténtica pista de patinaje los días de lluvia.

A la hora del aperitivo

Como hemos dicho antes la llamada Policía Armada, popularmente conocida como “los grises” por el color de sus uniformes, se pasaba el día en la zona universitaria. Llegaban a media mañana montados en sus caballos de los que pendían unas largas porras, colgadas a la diestra de sus monturas [si alguno era zurdo no lo decía para no acabar siendo fichado por la Brigada Político Social]. Pues bien, poco antes de la hora del aperitivo solían salir algunos grupos de pijos progres, siempre los mismos, daban cuatro gritos “subversivos” y comenzaban las carreras, y las corridas [pedestres]. Al final cada uno cumplía con su papel lo mejor que podía, y se despedían entre insultos hasta el día siguiente.

Un buen día, a algún alma perversa se le ocurrió una maldad de lo más ingeniosa, consistente en regar una zona determinada del adoquinado y resbaladizo pavimento con miles de pequeños perdigones esféricos de acero; obviamente “la cabronada” se realizó, entre risas, antes de la hora ritual de llegada de “la caballería”.

El resto se lo pueden ustedes imaginar. Los grises bostezando en formación en un extremo de la avenida; los manifestantes concentrándose en el otro extremo, y en medio de la distancia que separaba a los sempiternos contrincantes, un sembrado de bruñidos perdigones.

Comienza el espectáculo

Comienzan los tradicionales gritos subversivos, puntualmente; los caballos inquietos relinchan; los grises jinetes avanzan al paso; los estudiantes comienzan a mentar a las madres de los caballeros que, con la porra en la mano, comienzan a calentarse antes de la corrida. De repente se da la orden de cargar contra los provocadores. Ese día las aceras se encontraban especialmente concurridas de universitarios, entre ellos un servidor, que habían acudido a ver el espectáculo, ¡y vaya que lo vimos! En cuanto los caballos llegaron a la trampa se lió lo que no está escrito. El patinaje y las “leches” fueron de antología, con la música de fondo de los quejidos y blasfemias de unos, y las risas de los otros.

El Karma: Ración doble de “porrazos”

Al día siguiente los grises, que imagínense ustedes de qué cuajo iban, habían sustituido las tradicionales herraduras de acero de sus monturas, por otras de caucho antideslizantes. Esa jornada, los manifestantes que se hallaban confiados y envalentonados, recibieron en sus lomos ración doble de la habitual.

Testimonio vivo de una época que algunos vimos pasar, cuando Pedro Sánchez aún gateaba y no había aprendido a parlotear

Realmente no sé bien por qué me ha dado hoy por escribir esto. No lo sé, pero en cualquier caso aquí queda mi testimonio como un flash; como una fotografía de un momento puntual de la Historia que algunos vimos pasar.

Tuvieron que pasar cincuenta años desde entonces, para conocer en persona lo que era vivir bajo un estado policial de verdad.

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Autor

Antonio Gil-Terrón Puchades

Antonio Gil-Terrón Puchades (Valencia 1954), poeta, articulista, y ensayista. En la década de los 90 fue columnista de opinión del diario LEVANTE, el periódico LAS PROVINCIAS, y crítico literario de la revista NIGHT. En 1994 le fue concedido el 1º Premio Nacional de Prensa Escrita “Círculo Ahumada”. Ha sido presidente durante más de diez años de la emisora “Inter Valencia Radio 97.7 FM”, y del grupo multimedia de la revista Economía 3. Tiene publicados ocho libros, y ha colaborado en seis. Actualmente escribe en Periodista Digital.

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