Siempre se ha dicho que rectificar es de sabios, cuando lo bien cierto es que los sabios poco deberían tener que rectificar. Vivimos en una cultura en donde se ensalza lo negativo hasta el empacho, mientras que por otro lado se ridiculiza lo positivo.
Lo que antes era considerado una gravísima ofensa al honor de un hombre, hoy en día se ha convertido en un piropo: ¡¡Qué hijo puta eres!! o ¡¡Qué cabronazo eres!! – expresa con admiración un amigo a otro, como muestra del grado de “bordería” que el susodicho “hijo de puta” ha alcanzado; porque el ser borde, “mola” y es “guay”. Estas mismas palabras, dichas hace años en España, podían acabar en un baño de sangre, que siempre ha sido el mejor detergente líquido, para lavar el honor. Claro, cuando el honor aún existía.
Es la cultura del antihéroe, del delincuente, del truhán, del rufián y el buscavidas, la que se idealiza como modelo “políticamente correcto”, mientras que la honestidad, la laboriosidad, y el respeto a las normas, se ridiculiza y es objeto de mofa.
Se enaltece la figura del delincuente de medio pelo, al tiempo que se degrada la figura del que denuncia, tildándolo de “chivato”, o, peor aún, se le acusa de hacer un “discurso de odio” hacia el indeseable en cuestión.
Los malos son fuente de inspiración para los creadores de moda. Se impone entre nuestra juventud la moda de ir enseñando las bragas o los calzoncillos siguiendo el estilo nacido en las prisiones de Estados Unidos, donde los presos son privados del uso del cinturón, para evitar que se suiciden ahorcándose. Aunque también se utiliza como reclamo; así los prisioneros que dejan ver sus calzoncillos es un guiño a los demás prisioneros, de su disponibilidad sexual pasiva. Y ello por no hablar de la moda gótica, donde se emula en modo hortera, la parafernalia vampírica y satánica.
Volviendo a nuestro país, un claro ejemplo de la ´cutrería´ moral que nos embarga la tenemos en las nuevas generaciones de jóvenes, en donde el apelativo “friki” es el estigma que llevan todos aquellos que sean díscolos con lo “guay” y lo que “mola”, y no se dejen arrastrar por el sistema establecido, un sistema en donde el honor y la caballerosidad ya no caben, y en donde el chaval responsable y estudioso es llamado despectivamente “empollón y friki”, mientras el más vago y golfo es el líder del grupo de estudiantes. Ser “malote”, es “guay”.
Esos son los valores culturales y costumbristas en los que se han forjado las clases dirigentes que hoy nos gobiernan, así que no nos extrañemos de cómo nos va.