No recuerdo mis primeros pasos, ni mis primeras palabras. No recuerdo mi primer llanto, ni mi primera sonrisa… Sin embargo sí sé que di mis primeros pasos, como sé que un día lloré y otro reí por primera vez… Y también sé que en algún momento de mi existencia fui un minúsculo embrión humano, de apenas unos centímetros, pero vivo y aferrándome a la vida; pequeño, muy pequeño, pero único e irrepetible, animado por un minúsculo corazón que latía y latía; el mismo corazón que todavía late en mi pecho. Porque aquel embrión, no era una ´cosa´, era yo.
Eran los años cincuenta, corrían tiempos duros y la mayoría de las familias españolas hacían auténticos malabarismos para poder llegar a final de mes. Las alianzas de boda se paseaban por las casas de empeños y montes de piedad cada vez que había que llevar a los niños al mejor pediatra. Como he dicho no era el momento más propicio para traer un nuevo hijo al mundo, y ello provocó que mi concepción no fuese deseada… buscada, y sin embargo fue aceptada por mis padres, con amor y cariño, desde el primer día, una vez pasado el susto de la ´́prueba de la rana´.
Como mi madre me confesó años más tarde, mi concepción fue fruto de un fallo en el llamado ´método de la temperatura basal´, uno de los sistemas anticonceptivos naturales, utilizado en aquella época, para evitar que la mujer pudiese quedarse embarazada. Dicho sistema tenía un índice muy bajo de fallos [entre un 0´03 y un 3´1 por cien], pero miren ustedes por dónde, a mis padres les tocó la ´china´; o sea, yo.
Para ellos un nuevo hijo les venía a contrapelo, sin embargo ni por un segundo se les pasó por la cabeza matarme. ¡Sí, matarme! Y digo esto, porque aquel embrión era yo, no otro; el mismo embrión que tras su desarrollo, hoy escribe estas líneas, y es por ello que quiero dar las gracias a mis padres por haberme dejado vivir y haberme dado todo el amor y dedicación que un hijo pueda necesitar.
Cuando en un país como España se practica legalmente alrededor de cien mil abortos quirúrgicos al año, más una cantidad desconocida de abortos químicos, no cabe hablar de roturas accidentales del preservativo, ni de fallos de la “píldora”. Cabe hablar, salvo honrosas excepciones, de frivolidad, hedonismo, e irresponsabilidad, al facilitar ´papa´ Estado los medios para ´trocear y eliminar´ las consecuencias de una noche de juerga, sin coste alguno para los responsables. Eso sí, los restos del feto descuartizado, depositados en el contenedor de basura para residuos orgánicos; nunca en los destinados para papel, plástico, o vidrio. Ante todo, hay que ser ecológicamente responsables.
Si los abortos legales no fuesen gratuitos, o existiese algún tipo de copago, seguramente el número de éstos se reduciría sustancialmente, por la simple razón de que habrían menos embarazos no deseados, ya que la gente tomaría más precauciones a la hora de ´sacarse el pito´ o ´abrirse de piernas´ a su antojo, como suele suceder cuando los actos propios no tienen consecuencias ni ´tocan la cartera´.