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La imagen por encima de todo.
Pedro Sánchez dejó claro desde el primer día que pisó la moqueta de La Moncloa como presidente de Gobierno que no está dispuesto a desperdiciar la más pequeña oportunidad de salir en las pantallas.
Si no había noticia, se la creaban, como aquellas imágenes generadas por la factoría Redondo en las que se le veía haciendo que trabajaba a bordo del Falcon.
Al jefe del Ejecutivo le ha traído al pairo si la comparecencia de turno era para anunciar la composición de su gabinete o para confinar en casa a todos los españoles.
Lo primero era quedar él bien en el plano. El contexto informativo no importaba en absoluto.
Por eso, este 6 de diciembre de 2021, fecha en la que se conmemora el 43 aniversario de la Constitución Española, Sánchez volverá a mostrar su jeta de hormigón armado.
El inquilino de La Moncloa querrá vendernos su faceta constitucionalista, de escrupuloso respeto a la Carta Magna que aprobó en referéndum una gran mayoría de españoles en 1978.
Pero este mismo Sánchez que se nos muestra tan fiel servidor de la Constitución, es el mismo que no tiene empacho en apoyarse en lo peorcito de cada casa.
La legislatura del mandatario socialista descansa sobre esos partidos que no solo pretenden, sino que exigen como precio final al presidente hacer saltar por los aires el candado del 78.
Desde luego hay que tener el estómago y la pituitaria a prueba de bombas para poder aguantar el hedor que supone tener que celebrar la Constitución al lado justo de quienes quieren resquebrajar España en mil pedazos.
Es como intentar disfrutar de las esencias de El Bulli en medio de un vertedero repleto de mierda.
Cualquier persona decente rechazaría gobernar en esas circunstancias, pero Sánchez perdió la decencia hace tiempo.
Y no desde que es presidente, sino desde que fue pillado en fehaciente fraude electoral dentro de su propio partido, el PSOE, y aun así tuvo el papo de volver a luchar por la Secretaría General y que militantes con menos escrúpulos que él se la dieran de nuevo.
