Lo ruego: no tomen a este cronista por cenizo. Es de lo que le podrían acusar. El sombrío titulo de esta última crónica de 2021 que, eso es lo bueno, ya nunca volveremos a vivir, está copiado literalmente de una portada de la más famosa revista de la Transición: Cambio16, cuya enajenación fue una de las peores noticias que le ocurrieron a todo el periodismo del Siglo XXI.
Sucedió que para despedir el 1979, el hasta entonces año más sangriento en la historia terrorista de ETA, los colegas de aquella publicación dirigida por el recordado por tantas cosas, Pepe Oneto, contaron las personas que la banda de facciosos criminales había asesinado en aquellos 12 meses, 75 inocentes, y pronosticaron que aquella masacre, entonces en su cota más terrible, seguiría desgraciadamente aumentando.
Acertaron; en el año siguiente, los etarras terminaron con la vida de nada menos que ¡85 españoles! de variada condición, desde albañiles, políticos (mi entrañable Juan de Dios Doval) policías, guardias civiles y militares. Aquello se llamó, por parte de aquellos miserables, la “socialización del dolor”.
Cambio 16 previno un año peor y así lo reflejó en un número que ha quedado para las hemerotecas. Además España se deshacía en una crisis económica con el paro y la inflación por las nubes y el Gobierno de UCD se desplomaba gracias sobre todo a sus propios pecados.
Se me dirá: nada que ver con aquel momento. Cierto, la diferencia es grande: ETA ya no mata. No lo necesita, se limita a gobernar.
Lo hace con la complicidad del felón Sánchez, la indiferencia de los vascos y en buena parte de todos los españoles, y en concomitancia con otros estrafalarios independentistas que están a punto, lisa y llanamente, de cargarse a la Nación más antigua de Europa. En estas mismas horas uno de los pistoleros y bombistas más crueles de aquella asquerosa caterva, Henry Parot, a la sazón convertido en el alias de “Unai”, muy vasco él, está recibiendo un homenaje multitudinario en su pueblo de adopción, Lasarte Mondragón. La Fiscalía, todavía dirigida por Dolores Delgado, la novia del antiguo persecutor de terroristas, ¡fíjense la vida! Baltasar Garzón se ha llamado andanas y Pedro Sánchez, socio de Bildu ha mirado a Doñana donde a menudo vacaciona a nuestra cuenta.
Es tan terrible lo que está ocurriendo que uno de los pronósticos que se hacen, y se van a cumplir, para este 2022, es que Sare, la asociación de malhechores que organiza el acto va a ser legalizada como ya en tiempos ocurrió con Herri Batasuna y más recientemente con la propia Bildu, el gran apoyo de Sánchez para seguir ocupando el poder. Cámbiese la “ce” por una “k”, también muy euskalduna, y entenderemos sin exageración alguna que el actual presidente de España es un rehén complacido de los antiguos etarras.
Sólo este dato, la próxima institucionalización legal de Sare, los consentidos etarras de ahora mismo, serviría para justificar el adjetivo “peor” que hemos adjudicado a este año nuevo. Pero hay mucho más, aunque en opinión de este cronista de importancia secundaria respecto a la legalización referida. Es cierto que aquella portada de la publicación antedicha no citaba como uno de los males que acuciaban el pronóstico la desmoralización o quizá apatía que hoy apresa al conjunto del pueblo español. Por entonces, aún con la resaca del consenso, la denominada “clase política” no estaba tan desprestigiada como la de hoy, se hablaba de “desencanto”, pero no de la mentira como signo primordial de la vida de entonces.
Ahora la mentira es el trazo que define nuestra gobernación. Este miércoles comparecía en la escena de La Moncloa, Pedro Sánchez Castejón, para formular un diagnóstico brillantísimo de esta España actual. Todo está bien: él ha traído las vacunas y ya ha sugerido que cuando por fin vengan las que curan del todo, es decir las esterilizantes, serán también su obra más querida. Ha tratado de engañar sobre los pírricos datos económicos que sufrimos, se ha adjudicado la avenida de los pingües fondos europeos y… qué se yo: ha puesto como ejemplo de los españoles estupendos y dialogantes a los empresarios que han acordado la reforma laboral y que -ya se verá próximamente- se van a retirar del circo cuando constaten que el embustero les ha vuelto a poner los cuerpos con los rabiosos independentistas.
En estas circunstancias, desear que ustedes lo pasen bien en 2022 es únicamente una ilusión que este cronista no le ofrece sin embargo a “casi” todo el mundo. No a todos, desde luego. ¿Cómo ansiárselo a esta coalición de piratas socialistas y de estalinistas al mando de Sánchez? ¿Cómo pedir parabienes para los Iglesias, Diaz, Calviño, Monedero, Monteros y demás cuadrilla? Conmigo no va esa filantropía. El anhelo de este cronista es otro: que en en este año peor que he cogido de prestado les vayan mal, requetemal, las cosas porque eso será señal inequívoca de que a España le empieza a ir bien, que esta formidable pesadilla que la Providencia está tolerando para nuestro país, está a punto de claudicar.
Feliz Año para todos ustedes, en especial para los colegas y la multitud de lectores de este periódico. Para todos los españoles decentes. Para los mencionados, en una relación que se ha quedado cortísima, no hay arrepentimiento: ¡Feliz Año Peor!