No todo vale en política

Roxa Ortiz: «Broncas sonadas de la política española»

Groucho Marx decía que solo se sentaría a la mesa de un político “si pagaba él”

Roxa Ortiz: "Broncas sonadas de la política española"

La polarización entra en la escena política como una estrategia planificada, cuyo discurso se centra en la destrucción del rival. ¿Alguien recuerda cuando Albert Rivera llamó “capullo y gilipollas” a Pablo Iglesias? No hay límite a la hora de insultarse, acusarse y reprocharse. Broncas, abucheos, peleas y zascas están al orden del día. Batallas políticas alejadas de la estabilidad y del consenso, alimentadas por el odio, y que se libran sin eludir el combate cuerpo a cuerpo, llevando a durísimos enfrentamientos con todo tipo de injurias, descalificaciones, acusaciones, mentiras y engaños. Desacuerdos y conflictos en política siempre ha habido, pero ¿estamos ante el triunfo de la mediocridad?

“No todo vale en política. Me entristece la manipulación y el juego sucio que algunos practican”, decía Pedro Sánchez en 2016. También es cierto que el presidente de Gobierno tiene esa capacidad para decir lo contrario de lo que quiere decir. Es más, sabemos que desde el nacimiento del parlamentarismo, todo vale en política. Por consiguiente, no es extraño encontrarnos en estas últimas cuatro décadas en España con numerosas broncas que deterioran el diálogo democrático. Broncas mezcladas con malas formas, provocación e incorrección política. Una frase de Sabina en boca de Sánchez consigue describir a la perfección esta situación: “Señor Casado tiene la lengua muy larga y las patas muy cortas”.

¿Qué más se puede añadir? Pues también está el ninguneo como método de desprecio y rechazo al adversario. De Aznar recordamos su famoso “váyase, señor González, no le queda ninguna otra salida honorable”. Y el todos contra todos, hasta los de tu propio partido. Adolfo Suárez recibió despiadadas críticas desde la derecha de su partido por ser considerado un traidor. Pero no fueron los encontronazos internos los más duros, sino también su desencuentro con el Rey. Juan Carlos le dijo a Suárez: “Políticamente estás muerto. No revoques tu dimisión. No intentes volver. Tienes que saber poner punto y final a tu propia historia”.

La política ha formalizado la bronca. Un día sí y otro también, somos espectadores pasivos de sesiones parlamentarias llenas de trifulcas, crispación, de interrupciones constantes y caos. Tampoco podemos olvidarnos de los debates televisivos a cara de perro entre los distintos protagonistas políticos. No hay mejor defensa…que ¿un buen ataque? Pues parece que sí. Al fin y al cabo ¿qué puede salir mal? El que tampoco dejó títere con cabeza fue exvicepresidente del Gobierno socialista Alfonso Guerra, un gran provocador de todo tipo de trifulcas, gracias a su talentosa lengua viperina, hasta con Felipe González. Tantas que resulta difícil concretar alguna.

De bronca en bronca nos encontramos con una agria y turbia pelea, aquella en la que se vio implicado Pasqual Maragall en el “Parlament” al culpar al líder de CDC, Artur Mas, de cobrar comisiones por contratos públicos: “Ustedes tienen un problema, y ese problema se llama tres por ciento”. También se produjo recientemente un tenso enfrentamiento verbal entre Rajoy y Rufián con motivo de la comisión de investigación. Sin olvidarnos tampoco de la riña por el desorden jurídico del estado de alarma entre Pedro Sánchez y Pablo Casado, «se le está poniendo cara de Albert Rivera” y “a usted de Zapatero».

La tensión se palpa en muchas ocasiones hasta en los pasillos del Congreso. Curiosamente, en el siglo pasado algunas broncas acabaron en duelo. Por suerte, ninguno de nuestros políticos ha llegado a las manos, aunque se produjera hace ya algunos años un intento de agresión por parte de Rafael Hernando a Alfredo Pérez Rubalcaba, en un pasillo del Congreso de los Diputados. Por otro lado, el diputado de Vox, José María Sánchez García, fue expulsado por llamar bruja a una diputada del Partido Socialista. Pero el honor de ser el primer expulsado del Congreso lo tiene el diputado del PP, Vicente Martínez-Pujalte.

En decadencia está hasta el insulto político, hace mucho tiempo que en política se prescinde de lo políticamente correcto. Felón, traidor, corrupto, incompetente, narcotraficante, fascista, gilipollas, imbécil…son algunos de los improperios de los diputados en el Congreso.  Sin ir muy lejos en el tiempo, un concejal de Zaragoza ha llamado “carapolla” al alcalde de Madrid. ¿Dónde ha quedado el arte de insultar con elegancia?, ¿dónde están los debates sosegados, sensatos, razonables, con rigor, sin importar las visiones distintas de España? El único consuelo que nos queda es que las batallas parlamentarias, con todo tipo de peleas, son un clásico en todas las democracias del mundo.

Para terminar, Groucho Marx decía que solo se sentaría a la mesa de un político “si pagaba él”.

Háganle caso. No vaya a ser que tengan una indigestión.

Roxa Ortiz

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