Cuaderno de viaje

¿Austeridad? ¿Estética? ¡No! ¡Pura tacañería!

No puedo evitar rememorar con cariño a Alfred Nobel; pero no por los premios que toman su nombre, sino porque fue el inventor de la dinamita

¿Austeridad? ¿Estética? ¡No! ¡Pura tacañería!

Tenía un servidor 17 años cuando pisó por primera vez el país gabacho, allende los Pirineos. Así, uno, que tras la larga peripecia ferroviaria, debía de llevar el hambre escrito en el rostro, fue gratamente sorprendido a su llegada, con unas palabras mágicas: – “Avant de rentrer manger, nous irons au bar pour prendre l’apéritif” – (“Antes de ir a comer a casa, iremos al bar a tomar el aperitivo”).

Lo cierto es que, en aquellos momentos, mis intestinos rugieron como el león de la Metro-Goldwyn-Mayer, al tiempo que mi estómago comenzó a segregar los suficientes jugos gástricos como para fundir con su ácido todas las campanas de Notre Dame, junto con alguna farola de les Champs-Élysées.

La imagen en mi mente de una pantagruélica, calórica, y apetitosamente obscena barra de bar a la hora del aperitivo, fue una visión perversamente seductora, que duró justo lo que tardamos en cruzar el umbral del “bar francés”, lugar triste en donde los haya, y conocer de primera mano ´aquello´ que los franceses denominan, ampulosamente y poniendo ´morritos´, como ´ l’apéritif ´: SU MAJESTAD “LE PASTÍS” (de los cojones). O sea, una especie de anís ´garrafero´, embotellado en pretenciosas botellas, cuyos grafismos van a la par con su contenido.

El ´aperitif´ consistía en una copa de agua con unas gotas del mejunje de marras; (como el ´sequet´ de Alicante, pero con más agua y menos anís). Así, en aquel dramático momento, todo lo que uno había imaginado en su famélico desmayo, o sea, las gambas, las cigalas, la sepia a la plancha, la fritura de calamares a la andaluza, los pinchos de tortilla de patatas, el jamón ibérico, así como la cerveza fría, se volatizó en un segundo, junto con los inexistentes chatos de vino.

Todo este preámbulo viene para que entendamos mejor la historia que sigue.

Fue en aquella época cuando descubrí el encanto de los pueblecitos franceses, y más tarde los de los Países Bajos, Alemania, así como los de los hijos de la Gran Bretaña y demás tierras herejes. Para un servidor fue toda una sorpresa ver con que mimo y cariño conservaban sus viejas construcciones, dando una deliciosa armonía urbanística a sus pueblos y aldeas; nada que ver con las horteradas arquitectónicas que por aquel entonces hacían furor en los pueblos españoles, donde se derribaban los viejos caserones de nuestros ancestros para -en su solar- parir, por no decir defecar, las ´brofegadas´ arquitectónicas de los nuevos ricos, sin más afán que el de excitar la envidia de vecinos y cuñados.

Hoy, con la serenidad y sabiduría que tan solo dan las canas, me he percatado de que la armonía urbanística de nuestros sobrios vecinos europeos del Norte, esa que tanto admiraba, no es fruto del buen gusto y sentido de la estética, sino que, al igual que el ´ l’apéritif ´ sin pitanza,  es producto de la más miserable tacañería.

Simplemente, se conservan las viejas construcciones de los pueblos, y no siempre bien, porque es más barato ´mal mantener´ las viejas edificaciones, que derribarlas y construir nuevas. Aun así y todo, es lamentable que en España no hayamos sido un poco más tacaños en lo que a construcción se refiere, porque lo bien cierto es que el desastre que hemos hecho en nuestros pueblos es de ´merengazo´ y, conforme nos acercamos a la costa, de infarto.

Y es que cuando miro de reojo los crímenes de lesa humanidad contra la vista, perpetrados en nuestras aldeas y pueblos, no puedo evitar rememorar con cariño a Alfred Nobel; pero no por los premios que toman su nombre, sino porque fue el inventor de la dinamita. Y es que a los responsables del ´esteticidio´, si no fuera porque estoy en contra de la pena de muerte, creo que les montaría una cuchipanda (´brunch´ para los ´guiris´), en la azotea de su alicatado engendro, mientras los artificieros colocan la dinamita en la planta baja.

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Autor

Antonio Gil-Terrón Puchades

Antonio Gil-Terrón Puchades (Valencia 1954), poeta, articulista, y ensayista. En la década de los 90 fue columnista de opinión del diario LEVANTE, el periódico LAS PROVINCIAS, y crítico literario de la revista NIGHT. En 1994 le fue concedido el 1º Premio Nacional de Prensa Escrita “Círculo Ahumada”. Ha sido presidente durante más de diez años de la emisora “Inter Valencia Radio 97.7 FM”, y del grupo multimedia de la revista Economía 3. Tiene publicados ocho libros, y ha colaborado en seis. Actualmente escribe en Periodista Digital.

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